jueves, 25 de noviembre de 2010

LA PROMESA: LA LEYENDA DE ZUBERI - 17

Capitulo 17: De Cómo Nació Zuberi.

El hacha apenas rozó la perla de la frente de Zuberi, apenas instantes después de que Abrafo comenzara a sentirse débil, triste y melancólico. Había perdido a su hermano, que en realidad había nacido de una madre diferente a la suya, pero su padre había sido el mismo suyo: Bbwaddene. De él heredaron lo veloces y fuertes. También aquel don espiritual que les permitía usar armas espirituales, demoníacas y humanas, porque su padre había sido un Espíritu que se había ligado con un universo demoníaco, al que enviaba a todas sus víctimas de asesinato. Pero lo más maligno que les heredó fue su amor por La  Luna. Sin embargo sólo él mismo, Abrafo, había logrado amarla y enamorarla. Pero ya ella había muerto, al igual que su hermano menor. Estaba solo.

Además, Asita lo asesinaría en cuanto lo encontrara. Había atentado contra su Líder y él muy pronto lo cazaría. "Probablemente ya esté por venir", pensó. Sería su fin. Ya no tenía nada, tan sólo enemigos. ¡Qué tristeza! Él, que llegó a tener todo lo que quiso, ya no tenía nada. Qué patético se había vuelto. Pero todo era culpa suya. Nadie le había obligado a perder a la mujer que amaba. Su debilidad y torpeza fueron las que lo hicieron perder todo: él descuidó el amor de Amara, él envió a su hermano a la muerte y él permitió que Zuberi siguiera luchando, al no vencerlo antes. Además había perdido a Kerneels, su espada, que terminó en manos del invasor, siendo la herramienta que fulminaría a su padre y a Kamaria, La Luna. Él, Abrafo, tan sólo era un inútil perdedor, un débil fracasado, una escoria más.

Soltó su hacha y cayó arrodillado frente a la encarnación de La Fuerza, aún viéndolo a los ojos y se sintió aún más y más débil.

Zuberi se puso de pie, cansado y herido, y susurró a sus adentros:

-Al menos no heredaste los ojos de tu padre.

Como si fueran suyos, había visto aquellos pensamientos de Abrafo al tiempo que usaba la habilidad de su ojo verde, aquel que le había heredado su madre, para inducirle sentimientos de culpa, tristeza y debilidad. Acababa de aprender a usar aquel don dormido. Después de todo, sí era el hijo de La Luna.

Tomó a Abrafo por sus cuernos, usando ambas manos, lo vio directamente a los ojos y le asestó un cabezazo: su perla golpeó a la de él, rompiéndola en mil pedazos. Luego le soltó y observó cómo su piel se volvía negra como la suya propia y desaparecían sus cuernos. Y así fue como Abrafo se convirtió en un humano común y corriente.

Zuberi se irguió mientras sus hermanos le aplaudían por su victoria, pero él no sonría. Sentía lástima por aquel hombre que, derrotado y humillado, gemía tirado en el suelo. Pero lo que más le dañaba era aquel sentimiento de ira que lo llenaba al pensar en todo aquello que le habían escondido, en lo que su amada le había ocultado durante tanto tiempo.

Ella corrió hacia él, necesitaba saber si estaba perfecto o, si en el caso contrario, lo habían herido demasiado.

-Amor, ¿estás bien?- le preguntó jadeando cuando estuvo frente a él.

El joven alzó la vista y la miró a los ojos. Los de él estaban bañados en rabia, los de ella en terror y tristeza.

-¿Por qué?-le preguntó él a su vez- ¿Por qué escondiste todo eso? Abrafo pudo haberte encontrado hace mucho, y arrasar con nuestra tribu. ¿Quién te crees que eres para poner en riesgo la vida de una aldea entera?

Ella, llorando, le respondió:

-Al principio sólo buscaba un lugar para esconderme un tiempo. Después te conocí y quise olvidarlo todo, ¡porque me enamoré de ti! Quería casarme contigo, hacer una vida a tu lado y que fuésemos felices juntos. A medida que pasaba el tiempo era más difícil explicarlo todo, además de que no me ibas a creer. Pensé que Abrafo no me encontraría y así fue como decidí que el pasado no tenía importancia. Si no me había hallado hasta entonces no pensé que lo haría después. No sin ayuda. Yo sólo deseaba estar a tu lado. Entonces te fuiste a buscarlos y me quedé callada, albergando la esperanza de que no los encontraras, que no tuvieses que enfrentarlos, así regresarías y estaríamos juntos. El peligro que corrías era inminente, ningún humano hubiese sobrevivido. Sé que tú lo sabes. Por favor, perdóname. Mi único error fue querer tenerte a mi lado siempre.

Zuberi la observó fríamente y replicó:

-Aún así, me mentiste. Arriesgaste a toda la aldea por una creencia. A todos ellos, que te recibieron como parte de esta gran familia, mi gran familia. Permitiste que me fuera a enfrentarme ciegamente contra el mundo, encarando una misión que tú misma pensaste que era imposible. Y deseaste que fuera un perdedor más. No te importaba que volviese siendo un fracasado, con tal de tenerme aquí contigo. Bien sabes lo que significaba fallar en una misión tan importante. ¿ACASO NO PENSASTE NUNCA EN MI VIDA?

Las lágrimas de Amara seguían corriendo, sin que ella pudiera hacer algo para evitarlo. Nadie más se movía en toda la aldea. Sólo se escuchaba la respiración entrecortada de la chica y el deprimente lamento de Abrafo. Entonces un sujeto apareció caminando lentamente, cubierto con mantos de tal forma que no se le veía ninguna parte de su cuerpo. A su llegada las llamas se extinguieron instantáneamente.

-¿Así que ahora tú eres La Muerte?- dijo el sujeto, sin que se pudiera ver ni un poco de su piel aún.

El guerrero reconoció la poderosa voz.

-¿Padre?

Era Asita, allí en frente de todos, pero totalmente cubierto, como si padeciera alguna horrible enfermedad de la piel.

-Hijo- le respondió-, observa tu frente, muchacho.

Zuberi buscó el espejo y se asomó en él. La joya que adornaba su frente ya no era totalmente blanca: la mitad de la misma se había vuelto negra.

-Primera vez que veo algo como esto, Zuberi. Acabas de arrebatarle su condición de Encarnación. Además ahora también eres en parte Demonio. Una negruzca perla brilla en tu nuca, la que antes poseía Abrafo. Ahora eres La Fuerza y La Muerte. Bajo estas circunstancias, nuevamente te insisto: debes volver a tu mundo original.
-Explícame: ¿por qué si soy una Encarnación me abandonaron aquí cuando nací?
-Una gran diferencia entre Encarnaciones y Espíritus es que los primeros pueden renacer una y otra vez, los segundos mueren para siempre. Ya fuiste La Fuerza una vez, Zuberi. En aquel entonces viviste con Malaika, la más semejante a ti. Pero cuando me capturaron, tú lo supiste e intentaste vencer a quienes me traicionaron. Pero fuiste asesinado por aquel triste ser que acabas de derrotar. Luego simplemente renaciste aquí, como un humano en medio de esta aldea. Así mismo le ha pasado a Lesedi, La Luz, ¿recuerdas la niña que mataste? Debe haber renacido en algún lugar de este mundo, pues no renació en el Arjana. Pero ya volverá, aunque pierda la memoria al renacer, sabrá regresar a su hogar por instinto, como tú. Ella e Imoo, su compañero, sospecharon de Abrafo, pero fueron los únicos que se atrevieron a cuestionarlo. Renacieron en el Sendero hace poco y a tu llegada ya estaban creciendo nuevamente. Las Encarnaciones superan la niñez muy rápidamente, mientras que el resto de la juventud les es casi eterna. En fin, después de que aquellos valientes encararan a La Muerte, Nawvlee y muchos otros demonios los asesinaron para proteger el secreto de Abrafo, evitando problemas para los traidores. Sólo Ramla(El Adivino) y yo sabíamos todo esto desde antes de que me encerraran. Por eso el resto creyó que simplemente me había desaparecido.
-Sí tus palabras son ciertas, ¿por que permitiste todo esto?- preguntó el hijo.
-Ramla me contó sobre estos hechos. Permití que sucedieran para deshacerme de Abrafo, hace mucho que causaba problemas. Sabía de antemano que lo vencerías. Perder a su amante serviría a tu madre de escarmiento por su traición. Por cierto, ella está bien. Abrafo la vió desangrarse y, suponiendo su muerte a tus manos, dejó de observarla y se dedicó a cazarte. A ella la encerré en el Sendero del Arjana. Para recordarle su traición, vivirá en el lado en que descansa el cadáver de Bbwaddene (que se está transformando en algo que decidí llamar "tinieblas"). Mientras, yo viviré en la otra mitad. Esto es justicia.

El joven guerrero escuchó aquella explicación y respondió, tras una ligera pausa silenciosa:

-Así que permitiste que me mataran, que murieran Lesedi e Imoo, que Amara y mi madre sufrieran, que pasáramos hambre nosotros y el resto de los seres humanos, que tantos de esta aldea murieran buscando alimentar a su pueblo, rescatándote de tu prisión. ¿Tanto dolor y sufrimiento, por capricho tuyo?
-Era necesario. Ahora la vida aquí mejorará con mi regreso, y he logrado librarme de Abrafo.

Zuberi le miró interrogativo, molesto. Estaba indignado.

-¿Por qué no lo mataste tú mismo, oh, Gran Líder?- le cuestionó Amara, quien aún lloraba.
-No soy capaz de matar a mi propio hermano.

Su hijo abrió los ojos totalmente, como grandes lunas llenas, y el sujeto continuó hablando:

Sí, Zuberi: Nawvlee, Abrafo y yo somos hijos de Bbwaddene. La Noche: la nada y la oscuridad, fueron primero que todo lo demás. Además, Amara, también pensé en ti en todo momento: en cuanto supe que esto sucedería, le prohibí a Ramla hablar del futuro. De hecho le borré casi toda su memoria sobre el futuro tras mi captura. Así Abrafo jamás te hubiese encontrado antes del momento indicado, cuando mi hijo estuviera listo para defenderte. Si bien perdiste al hombre que amaste hace tanto, ahora amas a otro que te hace aún más feliz y cuyo corazón te ama a ti. Para pagarles por todo lo que he hecho, y lo que han conseguido ustedes, les tengo una oferta: Zuberi, ahora que eres La Muerte, te invito a que ocupes la Visita que perteneció a Abrafo, donde vivirás con Amara, claro. ¿Qué dicen?

Toda la aldea se sumió en el silencio por unos minutos. La Fuerza y La Gracia se miraron a los ojos, al fin podrían estar juntos y en paz. Zuberi giró de nuevo hacia su padre y le dijo:

-No pienso vivir con ella. Ya me escondió cosas una vez, podría mentirme en otro momento.

La mujer continuó su lamentable llanto, rogando a su amado que cambiara de opinión. Asita se sintió conmovido, y ese sentimiento guió sus palabras:

-Todos aquí sabemos que aún la amas. Serán felices juntos y ella no te fallará. Lo que te ocultó ya no tiene mayor importancia. Tú sabes que quieres perdonarla y vivir a su lado. No tienes nada que perder. Ella te hace feliz. Incluso sabemos que en su posición tú habrías hecho lo mismo. No desperdicies tampoco tu potencial, ahora eres humano por nacimiento, Espíritu por don y Demonio por herencia. Un guerrero único. Sustituyes a Abrafo, pues eres aún más capaz, hábil y poderoso. La humanidad te alabará por siempre gracias a lo que has hecho. Fama, amor y felicidad, ¿qué más podrías pedir? Ahora dime, ¿qué te dice tu corazón, hijo?

Zuberi cerró los ojos y pensó cuidadosamente en todo lo que había sucedido y en aquello que sentía. Varios minutos de reflexión le tomó saber qué es lo que en verdad quería, pero finalmente tomó su decisión. Observó todos los obsequios, a su padre, a su pueblo natal, y a su amada, luego gritó a todos:

-Siempre luché por mejorar la vida de mi aldea, ¡mi familia! Así que hoy decido seguir haciéndolo: si me lo permite Duna, aceptaré la oferta de mi padre: El Sol.

Amara cesó inmediatamente su llanto y contempló al jefe de la tribu, que apareció de entre la gente, vitoreando. Entonces, sonriendo, declaró su aprobación. La gente salió de todas partes saltando y exclamando alegres cánticos en nombre Zuberi, porque aunque los abandonaba, aquel campeón les dejaba dicha y prosperidad, y al tomar aquella decisión, él conseguiría su propia felicidad.



Y así, La Encarnación de La Fuerza, y de La Muerte, ocupó la Quinta Visita con su amada, La Gracia. A partir de ese momento, ellos decidieron cuáles humanos serían fuertes, cuáles hermosos y cuándo éstos debían morir. 

El protagonista de esta historia devolvió la poderosa espada Kerneels a Asita, El Sol, contento, pues sabía que no la necesitaría más.

Abrafo fue humillado y abandonado por todos, obligado a desaparecer para siempre.

El verde collar que le obsequiaron a Zuberi comenzó a echar raíces, entonces su dueño lo sembró, dándole vida a los primeros tréboles de cuatro hojas.

La Luna fue encerrada en el lado oscuro de El Arjana(entre las tinieblas), mientras que Asita, El Sol, iluminó el resto del laberinto. Desde entonces el cielo se turna entre el día y la noche. Las gotas de sangre derramadas por Agwang se convirtieron en las estrellas que resplandecen en el manto celestial, acompañando a La Luna, que a pesar de su castigo, de vez en cuando se asoma en el día para observar a su antiguo amado, sin poder alcanzarlo jamás.





BlackJASZ

martes, 23 de noviembre de 2010

LA PROMESA: LA LEYENDA DE ZUBERI - 16

Capítulo 16: De Cómo El Verdugo Saboreó La Victoria

-¿Cómo llegaste aquí, Abrafo?
-Sencillo: cuando sané, volví al mirador del cielo. Mataste a Bbwaddene, ¡infeliz! ¿Pero, cómo pudiste matar a Agwang?- le preguntó con enojo-. ¡Era tu madre!

Zuberi se sintió aturdido. Al instante cuestionó:

-¿Cómo lo sabes?
-Sé más de lo que tú puedes imaginar. En fin, cuando liberaste a tu padre él te envió aquí, así que salí a través de la arena de la cueva por la que tú llegaste, aquella que sirve de tumba a Nawvlee. El resto fue simplemente seguirte hasta aquí.
-¡Desgraciado!-rugió Zuberi.

Abrafo rió y luego mostró un hacha de gran tamaño que portaba en su espalda.

-Es hora de ponerle fin a esto- declaró.
-¡Basta!- gritó Amara desde lo lejos, al tiempo que se acercaba a Abrafo.
-¡Vaya! Miren quien está aquí. ¿Tu eres su prometida?- preguntó irónicamente el invasor, antes de burlarse.
-Así es, soy yo.
-¿Por cuánto tiempo te busqué?- le preguntó el verdugo-. Y aún sigues siendo la misma.

Zuberi se sintió aún más confundido, y quienes discutían lo notaron, así que su enemigo le dijo a ella:

-¿Por qué no le cuentas a tu enamorado toda la verdad? Sucia mentirosa.
-¿Amara?- preguntó el joven guerrero.

Ella le observó con ojos tristes y arrepentidos, mientras él la observaba dubitativo, interrogativo. Finalmente ella abrió la boca para explicar, al tiempo que el verdugo se mofaba de la situación:

-Yo te amo, Zuberi. Pero tuve que esconderte muchas cosas todos estos años, por mi seguridad y la tuya. Temía por tu vida en tu viaje, porque sabía que probablemente lucharías contra Abrafo y muchas otras encarnaciones muy poderosas. Las conozco a todas, incluso conocí personalmente a La Luna, La Noche y a El Sol. Esto es porque...

Interrumpió la explicación, tomó aire y tocó su frente, luego prosiguió:

-Yo también soy una Encarnación.

Zuberi abrió los ojos, impactado. No podía creer lo que había escuchado. Intentó preguntarle sobre el tema, pero su boca no emitía ningún sonido.

-Así es. Soy la representación de "La Gracia", de la Quinta Visita. Abrafo era mi esposo.

Su enamorado calló arrodillado sobre el suelo. No quería aceptar aquella situación, pero las carcajadas del verdugo denotaban que todo era cierto Vio lágrimas surgir de los ojos de Amara y supo que no quería escuchar más, pero no la interrumpió tampoco. Entre sollozos ella continuó hablando:

-Al principio, él era bueno conmigo. Pero se volvió una bestia. Intentaba golpearme a veces y me gritaba constantemente. Llegué a temerle. Luego supe cosas horribles y espantosas. Lo descubrí engañándome con Kamaria, ¡tu madre, Zuberi! Con ayuda de Bbwaddene ejecutaron un plan sucio y traicionero como el mismo Abrafo: capturaron y encerraron a Asita, El Sol. Creo que La Luna le hizo sentir triste y débil usando su hipnosis, por lo que no pudo salir de su cárcel hasta tu llegada. Yo huí en cuanto se desató el desastre. Me escondí durante tanto tiempo... Incluso mi perla despareció. Luego de eso decidí unirme a una tribu, entonces encontré tu aldea. Duna e Imamu decidieron aceptarme como parte de este mundo, a cambio de ayudarles en sus labores. El resto de la historia la conoces ya.

Zuberi sintió que su cabeza estallaría. Eran demasiadas ideas juntas, cada una más terrible que la anterior.  Apretó un puñado de tierra para descargar la impotencia y la rabia. El verdugo le observó sonriente y luego dijo a la mujer:

-Te busqué durante años, Amara- explicó Abrafo con seriedad y aplomo, una vez que dejó de reír-. Pero no te encontré por ningún lado. Además, ese idiota de Ramla se negó a ayudarme. "Lo tengo prohibido", repetía una y otra vez. ¡Inútil! ¡Y tú! Sólo eres una tonta más.
-¡Te odio! ¡Te odié en aquel entonces y aún te odio ahora! Eres un cruel traidor y nunca dejarás de serlo. Seguramente tú y Kamaria aún mantienen su relación a escondidas.
-¡Es correcto! ¡Y es una estupenda amante!- dictaminó, sonriéndole a Zuberi nuevamente.
-¡IMBÉCIL!- gritó la joven.

El representante de La Fuerza se levantó rápidamente, empuñó su espada y caminó hacia Amara, a la que le susurró en el oído:

-Tú jamás fuiste quien yo creí que eras. Llamas "cruel traidor" a esta asquerosa rata, cuando tú traicionaste mi confianza y mi amor por ti. Mentirosa.

El odio en su voz hizo que la chica llorara con mayor estridencia aún. Luego, Zuberi vió a Abrafo a los ojos, e iracundo, apretó el mango de la espada. Se acercaron el uno al otro y comenzaron a luchar. Ambos eran mucho más poderosos y ellos lo notaron de inmediato. Saltaban chispas de sus armas cada vez que se estrellaban.

-Ahora que luces una perla en tu frente como nosotros, ¿qué encarnación eres? ¿El Desastre? ¿El Caos?- se mofó La Muerte.
-La Fuerza- respondió el joven.

Siguieron peleando. Zuberi se agachó para esquivar un corte hacia su cara y contraatacó lanzando una estocada, pero Abrafo saltó hacia un lado, luego intentó cortarle un brazo a su contrincante, que se desplazó hacia atrás y luego le propinó a La Muerte una patada en un costado. Éste tosió unos segundos, mientras se alejaba, iracundo. Zuberi sonrió y luego fue a atacarlo nuevamente, pero su enemigo agitó su hacha fuertemente hacia él, que tuvo que contener el ataque usando de escudo la hoja de la espada. El impacto fue tan grande que lo sentó en el suelo, dándole tiempo a Abrafo para lanzarle otro corte hacia la cabeza, que Zuberi detuvo con el dorso de su espada, y varios segundos se mantuvieron así, forcejeando. El arma del semi-demonio comenzó a enrojecerse y a exhalar calor, hasta que pronto pareció arder.

-¿Te gusta?-preguntó el verdugo-. La hice con los restos de Gazini y de Nisnit, que fueron mi arma predilecta y la de mi hermano. Es el símbolo de nuestra venganza. ¿Mucho más poderosa cierto?
-Así es-afirmó Zuberi-. Pero esta espada es mejor.
-Se llama Kerneels, significa "Poderoso". Se la quité a quien la forjó: tu padre, el mismísimo Sol. Le dio vida a partir del hierro que corrió en la sangre de todos sus enemigos, los guerreros que enfrentó y los que llegaban a Las Visitas. Esto la convierte en un arma humano-espiritual. Se fortalece automáticamente con cada muerte que causa. ¡Incluida la de mi hermano!

La batalla se hizo más y más peligrosa para los espectadores, pues las chispas que arrojaban los choques de las armas se hacían cada vez mayores y más frecuentes. Esto llegó a tal punto que el pasto que había en el terreno, que estaba seco, comenzó a incendiarse y el suave fuego comenzó a propagarse lentamente. Aquellos que se habían limitado a observar de lejos, intimidados y asustados, corrieron para tratar de apagar las nacientes llamas.

La situación se había vuelto un desastre, y el combate estaba alcanzando una intensidad desorbitante. Cada vez se atacaban con más ira, con más emoción, y mucho más rápidamente. Se escuchaba zumbar el aire con cada corte que le hacían ellos, tratando de matarse desesperadamente. Zuberi se desplazaba de un lado a otro, procurando evitar la gran hoja del hacha, mientras Abrafo se abalanzaba sobre el joven, buscando acabarle. Los ojos de ambos ardían en pasión por la destrucción de su contrincante, haciendo que quienes les rodeaban empezaran a temerles. Aquello era la danza de la sangre, un ritual de defunción.

Pero pocos minutos más fue lo que duró tan descarriada batalla. La habilidad de Zuberi era un poco mayor que la de su contrincante, aunque Abrafo tenía mejor condición física, además, su rojizo cuerpo no tenía heridas gracias a su armadura, mientras que Zuberi sangraba por distintas partes de su cuerpo. Y fue esto lo que lo debilitó hasta que Abrafo logró causarle una herida grave en su tronco. El joven cayó arrodillado y abatido. Alzó la vista hacia su enemigo, que reía al sentirse victorioso. Él alzó su hacha nueva sobre su cabeza y se preparó para dejarla caer sobre su némesis, pero antes de hacerlo le preguntó:

-¿Reconoces esta situación? Le haré honor a mi nombre.

Cuando el verdugo dejó caer su arma, Zuberi pudo escuchar el zumbido del aire al ser cortado y a lo lejos a Amara gritando desesperadamente. Mientras el letal filo descendía fugazmente, observó a Abrafo a los ojos, y pudo sentir su euforia, aquella alegría que se siente al vencer a tu enemigo para siempre.




BlackJASZ

sábado, 20 de noviembre de 2010

LA PROMESA: LA LEYENDA DE ZUBERI - 15

Capitulo 15: De Cómo Asita Dejó De Amar A Kamaria Y De Cómo Zuberi Entiende Su Vida.


-No te preocupes hijo, estaré bien.

Zuberi dejó caer su espejo y su arma, luego avanzó hacia ella.

-Déjame aquí-pidió ella-. No te inmutes.
-Dejaste que te atacara tan fácilmente, cuando podías haberme matado tú- preguntó él-. Sólo me miraste mientras yo atravesaba tu hombro con mi espada.

Ella le observó sin decir nada, sonrió y gimió por el dolor. El joven corrió en su socorro, pero ella le observó fríamente, obligándolo a detenerse.

-¿Nunca te has preguntado porqué eres tan fuerte, Zuberi?- susurró ella.

Él la observó en silencio, sin mover ningún músculo, esperando pacientemente la respuesta, que vendría sola:

-Eres mi hijo. Bajo mi forma humana mi nombre es Kamaria, el nombre de La Luna, así me conoce tu pueblo. A su vez, tu padre es conocido como Asita, El Sol, él es la encarnación más poderosa que existe. Él dejó de amarme hace mucho. No lo pude soportar y lo encerré con ayuda de Bbwaddene, el pobre Espíritu que hace mucho que estaba enamorado de mí. Pero no era recíproco. Sin embargo, me ayudó a vencer a tu padre y encerrarlo en su actual prisión a escondidas de todos, pues, aunque ya no me quiere, es muy posesivo así que nunca permitiría que yo me enamorase de otro. Por eso tuve que hacer lo que hice...
-El problema es que después de eso, todo aquí se ha vuelto un desastre, ¿cierto?-interrumpió el visitante- Todo está fuera de control. El Sendero del Arjana, el "Camino del Cielo", y ahora afuera sólo la luna se asoma. Por eso siempre es de noche.

Ella no hizo siquiera ademán de responder, así que el hombre continuó hablando con firmeza:

-Así fue como Adwar quedó al mando, pero algunos no la respetan y dejan de hacer caso a las normas, como Abrafo. Allá en mis tierras hace mucho que no amanece. ¡Mi gente está muriendo por tu culpa! Las cosechas perecen sin su luz, ya no llueve y cada día es más frío. Excepto aquí, que el calor es insoportable.
-Eso es porque estás cerca de tu padre. Sé que hice mal, ¡pero entiéndeme! Tanto tiempo sufriendo... ¡Tenía que hacer algo! Por mi propio bien.
-¡Tu propio bien ha traído muerte a mi pueblo! No puedo permitirlo.
-Hijo mío..
-¿Dónde está mi padre?

Kamaria, La Luna, no le contestó de inmediato. Allí en el suelo, se estaba desangrando muy lentamente. Sabía que había hecho mal y era hora de repararlo. Debía decirle a su hijo el paradero de su padre.

-El árbol gigante- dijo finalmente-. Es el centro del laberinto. El Gran Árbol, cuyas raíces nutren y sostienen el Arjana.

Zuberi la observó con el ojo que había robado, y luego abrió el suyo propio. Tomó su poderosa espada, dio media vuelta y se marchó lentamente.

-Heredaste mis ojos, y ahora cambiaste uno tuyo por uno de Bbwaddene- le gritó ella desde el suelo-. Serás aún más poderoso de lo que ya eres. Salvarás a tus mundos, a ambos.

El joven siguió marchando sin voltearse. Sabía que ella se recuperaría, pero para entonces él ya estaría muy lejos.

Minutos después se hallaba frente a El Gran Árbol. Se acercó a éste y sintió el poderoso calor que emanaba. Cuando tocó su superficie se quemó levemente. Supo que su madre no le había mentido. Tomó su espada y la clavó con fuerza en la corteza y comenzó a arrancarla rápidamente, a pesar de que su grosor era semejante al largo de la hoja del arma. Una intensa luz provenía del interior del árbol, y se intensificaba a medida que Zuberi progresaba en su faena.

Finalmente un trozo enorme de corteza se desprendió y una oleada de calor despidió al joven por los aires, sentándolo a unos metros de distancia sobre el duro suelo. Mientras se levantaba, la luz se hizo tan fuerte que le obligó a cerrar los ojos y a cubrírselos con las manos. Una poderosa, profunda y resonante voz retumbó en todo el Sendero del Arjana, con tal estridencia que incluso Ramla pudo escucharla:

-¿Zuberi, ah? Tardaste mucho en llegar, hijo mío.

Sin poder verlo aún, Zuberi le dijo:

-¿Padre? He venido hasta aquí porque mi pueblo muere de hambre. Desde que mi madre te encerró todo ha sido un desastre.
-Lo sé, hijo. Pero tú me has liberado. Sanaré a tu pueblo. Vivirán tranquilos, como antes. ¿Sabes? Al igual que yo, tú también deberías ocupar tu verdadero lugar.
-¿Mi verdadero lugar?- preguntó el joven, sin poder abrir los ojos aún.
-Tú, Zuberi, eres una encarnación. Tu nombre significa "Fuerza". ¿Nunca te habías preguntado porqué eras tan poderoso? Mucho más que cualquier hombre que haya existido. Tu lugar es aquí. ¿No te dijo tu madre nada al respecto?


Zuberi no dijo nada, pero reflexionó unos segundos y recordó que su madre le había dicho algo sobre "ambos mundos", en el momento en que él le dio la espalda y marchó hacia la prisión de su padre. Asita, El Sol, continuó hablando:

-Debes volver a tu verdadero hogar: La Sexta Visita, junto a Malaika. Ella será tu esposa.

La última frase retumbó en su cabeza. Asita quería que se mudara a su mundo, que abandonara todo lo que había dejado atrás cuando marchó hacia su destino. Recordó todo lo que Agwang, su madre, le había hecho pensar y sentir con aquella hipnosis. Sabía que probablemente muchas de esas cosas eran verdad, como que quizá Amara se había cansado de esperarlo. No habría sido la primera vez que un hombre no volvía a la tribu y su prometida cambiaba de amante al poco tiempo(con misiones como la que él estaba desempeñando eso era algo muy común, la suya había sido de otros que fracasaron en sus momentos).

Pero él sí podía volver. Llevaría el éxito consigo porque había logrado su objetivo, que muchos otros ansiaron conseguir: el retorno de El Sol. Ahora las cosechas volverían a producir, los ríos y mares brillarían como antes, las nubes danzarían en el cielo, trayendo la lluvia de vida. Sí, Zuberi podía volver tranquilo, no era un perdedor.

Seguramente su pueblo le recibiría con felicidad, honor y gloria. El gran héroe que salvó a su mundo. Un ser nacido con dotes especiales en un mundo diferente, criado en una tribu de hombres y mujeres que lo cuidaban por igual. Allá jamás tuvo un padre o madre determinado, pues los suyos propios estaban en el Arjana, sin embargo todos lo fueron, nadie tuvo tantos padres y hermanos como él. Pensó en Amara, quien lo amaba de verdad y confiaba en él, ella confiaba en que él regresaría, creía en él. Entonces él también confió en ella y sintió que Amara aún le esperaba.

-¿Mi esposa? Mi esposa será Amara, mi mujer. Estoy comprometido con ella. Me recibirá allá en mi tierra, ahora que tú has vuelto, yo debo regresar en paz a mi tribu. Me recibirán como el héroe que salvó a su pueblo. Oh, padre y líder de este mundo, ¿no puedo acaso irme de aquí y volver con mi amada?

Sentado en el cálido suelo del Sendero del Arjana, aún sin poder abrir los ojos, el joven pidió volver a su vida. Sabía que aquel Espíritu tenía potestad sobre su destino, las creencias y las historias de su pueblo habían dejado claro que a seres como aquel había que obedecerlos. Y después de todo, él salvaría a su gente, no debía ofenderle. Más aún, pensó, él era su padre.

-¿Crees que ellos te considerarán parte de su tribu, sabiendo que tu procedencia es otra, que no eres un hombre como ellos? No eres un simple humano, hijo, eres la Encarnación de La Fuerza. Tu lugar es aquí, junto a las demás Encarnaciones. Además, ¿qué sucederá cuando tu mujer muera? Su vida será infinitamente más corta que la tuya.
-Pues la cuidaré tanto como pueda y la amaré hasta el día en que tenga que separarme de ella-declaró Zuberi, firme en su pensamiento. De todas maneras algún día la muerte los separaría, si su destino era perderla pues él lo aceptaría, pero lucharía por estar con ella cuanto pudiera y complacerla en todo lo que estuviera a su alcance- Seremos felices juntos tanto tiempo como nos sea posible. En cuanto a mi pueblo, sé que ellos me aceptarán como el hijo que soy por crianza. No les esconderé mi origen, porque sé que no cambiarán sus sentimientos por mí.

Asita le observó dubitativo. Su descendiente, que estaba sentado en el suelo, cubriéndose los ojos indefensamente, no era un niño.

-Puedes irte, hijo. Eres libre de tomar tus decisiones. Te agradezco por liberarme de mi prisión.

Entonces Zuberi sintió como si un pequeño punto de su frente ardiera: Asita, El Sol,  le había tocado. Luego abrió los ojos, y descubrió que estaba solo, sentado en la arena del desierto, que ya no estaba en el laberinto. Alzó la vista y observó por primera vez al gran astro, brillando fuertemente en el cielo. La oscuridad en la que había sido criado se había disipado, era de día.

Se puso de pie y miró a su alrededor. Allí estaban su bolso de piel, su arco, su daga, su lanza, su collar, su espejo y su hermosa espada. Además había algo de comida. Se sentía extraño, pero estaba feliz. Por fin podía regresar. Tomó todas sus cosas, comió, sonrió a su padre y marchó de regreso hacia su tribu.




Finalmente veía sus tierras. Su corazón latía fuertemente mientras se aproximaba a ellas. Pronto lo verían sus seres queridos y saldrían a recibirlo.

Los primeros en notar su regreso fueron Imamu y Amara: su líder espiritual y su prometida. Ella corrió a sus brazos e Imamu le esperó de pie, junto a las pocas cosechas que habían estado recogiendo. Un largo beso unió a aquellos que aún se amaban locamente, al tiempo que la emoción, el regocijo, la complacencia y el más puro los cariños embalsamaba a los jóvenes en un tierno abrazo.

Se observaron a los ojos. Zuberi la vio aún más hermosa que cuando la había dejado, quizá por el largo tiempo que ansió verla de nuevo, quizá porque la quería aún más. Ella le estudió cuidadosamente, acariciando su rostro.

-¿Qué le pasó a tu ojo derecho? Ya no es verde, sino negro. Además, tu cuerpo arde como si tuvieras fiebre.  Por cierto, qué hermosa la perla que adorna tu frente. Aunque está aún más caliente que tu piel.

Zuberi no había notado aquel último detalle, pero sabía muy bien porqué estaba allí: era la prueba definitiva de su travesía: el regalo de su padre.

-Te explicaré todo ahorita, pero primero pediré a Duna que convoque a una reunión. Todos deben saber lo que ha sucedido.

El líder de la aldea, al igual que todos los que la habitaban le recibieron como a un héroe, le felicitaron y abrazaron, y pronto se sentaron todos a su alrededor para escuchar su historia y admirar los místicos regalos.

Al terminar el relato todos le aplaudieron desde el suelo, excepto alguien que se puso de pie y caminando hacia él gritaba irónicamente:

-¡Bravo!¡Bravo!¡Qué magnífica historia!

Aquel ser vestía una hermosa armadura negra que le cubría todo el cuerpo, excepto su cabeza. Zuberi reconoció de inmediato su piel rojiza, su rostro iracundo y sus pequeños cuernos maliciosos.

-¡Abrafo!- le saludó impaciente, al tiempo que desenvainaba su espada.




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jueves, 18 de noviembre de 2010

LA PROMESA: LA LEYENDA DE ZUBERI - 14

Capítulo 14: De cómo Zuberi Abrió Los Ojos

Y allí estaba Él. Súbitamente en frente de su aldea. "¡Vaya! Morir no fue tan horrible como pensé", se dijo a sí mismo. Ni siquiera había sentido nada. Pero allí estaba, de vuelta en su hogar.

Avanzó lentamente, levantando el polvo con sus pesadas pisadas. No quería llegar a ella, pero a la vez lo necesitaba. Deseaba ver a Amara a sus tiernos ojos. Abrazarla. Besarla. Pero no sabía si podría: después de todo, ya había muerto en la mirada de Agwang.

Al llegar a su hogar le invadió la tristeza y la confusión, pues no había nadie. La oscuridad, que parecía eterna, seguía inundándolo todo, pero ya no bañaba los alegres cuerpos de su gran familia. ¿Hasta qué punto había afectado su fracaso?

Siguió avanzando, entre los secos senderos que separaban unas casas de otras, iba con la boca abierta y la respiración un poco agitada. Realmente no había nadie.

-¿AMARA?- gritó a todo pulmón. El viento le respondió con un suave susurro- ¿IMAMU? ¿DUNA? Amara...

Tan sólo el joven y la brisa participaban en aquella discusión, mientras el polvo jugaba a pasearse entre sus pies, muy inocentemente. Él continuó avanzando, pero esta vez hacia la casa en la que se había criado. Al llegar, encontró la puerta cubierta de telarañas, gruesas y antiguas como la muerte. Estiró su brazo para retirarla, y en el mismo instante en que entró en contacto con ella, escuchó cómo algo se movía a su alrededor. Se volvió, pero no encontró más que su soledad y la perpetua noche.

-¿Alguien?- preguntó casi para sí mismo, pues pensó que no obtendría respuesta. Y estuvo en lo cierto.

Regresó a su faena, pero al volver a tocar la lúgubre telaraña, un tétrico y grave crujido resonó a sus espaldas. Nuevamente se volteó y, como antes, no encontró a nadie, pero observó que las puertas de las casas a su alrededor se habían abierto de par en par. Tragó saliva y avanzó hacia la más cercana. El viento dejó de soplar y el aire se tornó pesado sobre sus hombros, mientras que la oscuridad invadía sus pulmones con cada respiración.

El polvo ya no se levantaba, se hacía sentir como metal caliente bajo los cautelosos pies del guerrero. A medida que el hombre se acercaba a aquella casa, escuchaba más fuertemente un golpeteo, sentía los latidos de un corazón y lo percibía como si fuera el suyo propio a punto de reventar. Pero sabía que no le pertenecía a él. Sin embargo, a pesar del naciente miedo, allí estaba él, frente a la entrada. El interior de la casa estaba aún más oscuro que el exterior, y se sorprendió de ello. Con la mano izquierda en el pecho, alzó su brazo derecho para apartar la poca telaraña que guindaba del desgastado dintel.

-Zuberi- rugió una voz grave desde el interior. El joven dio un brinco hacia atrás, asustado y sorprendido.
-Fracasado- le susurró otra voz similar en el oído.

Se volteó y se encontró de frente con Imamu, pero él no era el mismo. Su piel estaba corroída de pies a cabeza; sus brazos incompletos, devorados por las ratas; y su pecho agujereado, pues era hogar de gusanos de muerte. Su rostro verdoso se percibía aún más macabro, como si reflejara una obra del Demonio, marca de la oscuridad. Su nariz se caía en pedazos. No tenía ojos y su boca estaba torcida en un gesto incomprensible, mezclando dolor, ira y placer a la vez.

-Perdedor- escuchó que le acusaban con rabia desde varias direcciones. Miró a su alrededor y estaba rodeado de familiares: padres, madres, hermanos y amigos, todos ellos muertos de espíritu, pero vivos de mente y cuerpo.

Se acercaban rápidamente a él, extendiendo sus enfurecidos brazos, gritando:

-¡Fracasado!
-¡Inútil!
-¡Perdedor!

El joven retrocedió como pudo hacia la casa que había ido a explorar, de la que provenían los latidos. Y sintió que sus oídos reventarían y que se volvería loco.

-¡Fracasado- rugió el interior de la casa, al tiempo que la gruesa telaraña se desprendía y caía sobre su cabeza.

Se liberó de la terrible red como pudo, y se quedó de pie, bajo el ennegrecido dintel, escuchando las maléficas quejas y los acusadores pasos, que se acercaban cada vez más. Las criaturas extendieron sus brazos y Zuberi se vio atrapado por la muerta multitud. Su cuerpo cedió automáticamente al frío tacto de las numerosas manos difuntas, al tiempo que su corazón brincaba en su caja toráxica. Los seres le arrastraron hacia su hogar, apretándole con fuerza y luego le arrojaron contra la puerta. Ésta cedió de inmediato, como si fuera de papel, y el joven se vio arrodillado ante la tristeza de su propio hogar. Una figura se asomó desde el interior, desprendiéndose de la oscuridad. La primera telaraña cayó sobre sus hombros, dándole un aspecto más lúgubre aún. Allí, ante el vencido guerrero estaba el cadáver andante de Amara, que conservaba el delicado vaivén de caderas que la caracterizaba en vida. Ella acercó su rostro al de su amante, mostrándole que se encontraba aún más carcomido que el de sus compañeros. Hedía a sangre y a abandono. Abrió su boca desfigurada y sin sentido, y susurro a Zuberi:

-Miserable: tú me mataste, ahora yo te daré muerte a ti.

Ella tomó al hombre del cuello, con sus manos fuertes como tenazas y frías como témpano. Zuberi observó la determinación de Amara y se resignó a volver a morir, pero aquella vez en manos de su amada. De nuevo respiró hondo y cerró suavemente sus ojos, al tiempo que se mareaba.



Y estaba preparado para abandonar todo, pero, allá en el Arjana (en la realidad y no en la cruel ilusión), la gran cánida salió despedida varios metros, pues una gran llamarada le alcanzó el lomo, haciéndola brincar. Zuberi sintió como si hubiese despertado de una pesadilla, de una hipnosis. Aún mareado y desconcertado, observó cómo el lomo de la bestia ardía. Ella se arrojaba contra los árboles para que se apagara. Otra bola de fuego la golpeó, y el hombre notó que procedía de la Séptima Visita. Una voz familiar resonó en todo el laberinto:

-A los Espíritus no nos afecta la mirada de Agwang.
-¡GRACIAS GWALA!- gritó Zuberi, tras el despertar del hechizo de la bestia.

Corrió como pudo, tratando de encontrar su sendero, pero todo estaba demasiado oscuro. Nuevamente tropezó y cayó al suelo. Cuando se levantó se percató de algo y bajó la vista, pues brillaba la daga que había pertenecido a Lesedi (la encarnación de La Luz), llamando su atención. Tomó el mango del arma y lo alzó frente a sus ojos, para que iluminara el camino que recorrería.

El guerrero se apresuró, mientras escuchaba a la Gran Cánida golpearse aún. No sabía llegar a donde estaba el cadáver de Bbwaddene y no tenía ni siquiera el collar de la suerte para que le guiara, pero confiaba en su instinto. Mientras buscaba desesperadamente, vio una pequeña luz a lo lejos, así que se dirigió a ella.

Al llegar, descubrió que era su lanza resplandeciendo, quizás reflejando el intenso brillo de la daga. Estaba clavada frente a aquel árbol tan grande que sobresalía entre los demás. Zuberi se acercaba al Gran Cánido. Tomó el arma y siguió corriendo, esta vez con una leve noción de la ubicación de su destino. Pronto los golpes dejaron de sonar y supo que le quedaba poco tiempo. Mas consiguió el camino y allí estaba frente a él: el cuerpo del poderoso perro. Reposaba tal cual como lo había dejado, pero rodeado por la densa oscuridad que emanaba su boca, herida por la espada. Se subió en su hombro y con ayuda del reluciente cuchillo le sacó un ojo, le sacudió la sangre y sustituyó uno suyo por aquel. Luego cerró el ojo propio que conservó y entonces pudo ver a través de la negra humareda usando aquel que robó. Sonrió, pues finalmente se sintió capaz de vencer.

-Linda mirada- le dijo Agwang desde sus espaldas, le había encontrado de nuevo.
-Gracias, la estoy estrenando- le respondió él, viéndola directamente a los ojos, esta vez sin sufrir ninguna consecuencia por ello.

La cánida estaba furiosa. ¡Vaya insulto! Mostraba sus grandes y furiosos colmillos, más filosos y letales que los que lucía Bbwaddene, siendo quizá del mismo tamaño que la espada de Abrafo. Zuberi apretó la lanza y le sonrió a la loba, invitándola a luchar. Ésta saltó sobre él, que se apartó y alcanzó a hacerle un pequeño corte a la bestia en una pata. Ella se lamió la lesión para demostrar que tenía habilidades semejantes a las del perro negro. Pero si ya Zuberi había derrotado a un ser semejante, supuso que no tendría dificultades mayores con ella.

Varias veces intentó la fiera alcanzar al joven con sus colmillos y garras, pero falló en tantas oportunidades como él arremetiéndole con la lanza. Y así estuvieron un día entero, quizás menos o quizás más.

Cuando por fin él comenzó a cansarse, ella le asestó un zarpazo que lo envió contra el cuerpo de Bbwaddene, directo contra la pata delantera, la que en vida le había herido. La lanza quedó accidentalmente incrustada en una pata del animal muerto, y cuando Zuberi intentó sacarla fue embestido por la loba, que cerró su mandíbula un poco tarde, permitiendo al joven subirse en el hocico del fallecido Espíritu.

Agwang le lanzó un fuerte golpe con el dorso de su extremidad, pero el joven lo esquivó subiendo al cráneo del perro, y el impacto del ataque fallido terminó destrozando el hocico del can negro. El animal le lanzó otro mordisco a Zuberi, pero éste saltó al suelo, e inmediatamente quedó arrinconado contra el cadáver, mientras esquivaba otro zarpazo. Mas Agwang era demasiado veloz, y consiguió pisarlo con la otra pata. Zuberi forcejeó contra el agarre tanto como pudo, pero lentamente lo aplastaban contra el suelo. Y fue entonces cuando sintió que algo le lastimaba la espalda levemente, y aquello tenía filo.

-¡Sí!- susurró suavemente el joven.

Como pudo sostuvo la pata con sus hombros, su espalda, y con una mano, mientras que con la otra tomaba la liberada espada de Abrafo y se la enterraba en un dedo a Agwang, que se retiró inmediatamente, quejándose con sonoros gruñidos.

Zuberi apretó el mango de la espada y se sintió más fuerte y poderoso que nunca. Sonrió mientras recuperaba el aliento, luego alzó la espada, preparado para atacar. La gran cánida se había lamido la herida, y veía furiosamente al joven. Él gritó, ella aulló. Y corrieron el uno hacia el otro, ella apuntó con sus colmillos y él con su espada.

Fue poca la sangre que corrió, pero ninguno de los dos se movió hasta varios minutos después. Ella había clavado la mirada de su ojo verde en el ojo negro que había sido robado a Bbwaddene, y él le había clavado su espada en un hombro. Agwang cayó al suelo y Zuberi dio unos pasos hacia atrás, retirando su arma. La miró a los ojos, ambos verdosos y hermosos. Luego el cuerpo de ella empezó a cambiar lentamente: sus patas se acortaron y adelgazaron, su cuerpo disminuyó de tamaño, el pelaje desapareció (al igual que la cola), y su figura se estrechó. La gran cánida se transformó en una hermosa mujer, pero seguía en el suelo, desangrándose poco a poco.

Sin embargo, Zuberi debía derrotarla si quería salir de aquel laberinto, así que alzó la espada, determinado. Pero cuando se acercó a ella se detuvo. Revisó entre sus cosas y extrajo el trozo de vidrio que llevaba, luego se miró en él. Entonces recordó las palabras que había pronunciado Ramla al obsequiárselo:

-"Se llama espejo. Te doy este obsequio para que cuando más lo necesites recuerdes quién eres en realidad."

Aquellas palabras resonaron en la cabeza del joven, dándole una respuesta que hace mucho tiempo buscaba. Separó sus labios y pronunció:

-¿¡Madre!?




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martes, 16 de noviembre de 2010

LA PROMESA: LA LEYENDA DE ZUBERI - 13

Capitulo 13: De Cómo Zuberi Cerró Los Ojos

Avanzó lentamente entre las cálidas sombras de aquellos árboles tan altos, sudando cansancio y respirando tensión. Sabía que ella, Agwang, estaba cerca, pero no la veía aún. Y sabía también lo peligrosa que era y sabía que era peor que Bbwaddene. Pero no iba a rendirse después de todo aquello. En su aldea lo alzarían en brazos, todo un héroe, un símbolo de su generación. Jamás alguien de sus tierras se había enfrentado a aquellas bestias, y él ya había vencido a una. El éxito y el honor le esperaban.

Mucho había aprendido, y esos conocimientos lo harían trascender en la historia de su pueblo, en su cultura. Esa era parte de su misión, enriquecer a su pueblo. Muchos no habían regresado al tratar de solucionar el hambre de la tribu, pero él sabía que debía, y podía, lograrlo.

Zuberi estaba satisfecho consigo mismo. Su gente quería que partiera, excepto por su hermosa doncella, Amara. Pero ella sería la primera que lo felicitaría, en sentirse orgullosa de él. Sin embargo, primero tenía que cumplir con su misión. Hasta ese momento no se había preguntado cómo saldría de aquel lugar, ni siquiera se había pensado en si tendría una salida al menos. Tal vez sólo tuviera entrada, pero él ya se había alejado de ésta. Estaba perdido.

El Sendero Del Arjana. Allá en sus tierras no brillaba el sol, pero aquella oscuridad no se comparaba con la de aquel laberinto. Alzó la vista hacia la copa de los árboles. "¿Habrá algo más allá? Probablemente más oscuridad y calor", se dijo. Nuevas gotas de sudor recorrieron su frente, al tiempo que unas delgadas hojas caían ante él. Tomó su arco y tenso la cuerda, en espera.

-Para atacarme tendrás que verme- resonó el Arjana, como si todos los troncos le hablaran al unísono-. ¿Sabes lo que te espera en mi mirada?
-No, pero no pienso averiguarlo- respondió él.

La inmensa loba blanca se asomó entre los árboles, lentamente. Zuberi disparó su flecha y cerró los ojos. Sabía que Agwang la había esquivado con facilidad. ¿Escuchaba sus pasos? No, su respiración. Continuó su ataque, pero sin tener éxito. Entonces dio media vuelta y corrió por los caminos que encontraba.¿Qué haría para enfrentarse a aquella bestia?.

Varios metros más adelante se detuvo a mirar atrás. Una densa nube negra, cual humo, se expandía hacia él. Era la oscuridad que emanaba del cuerpo sin vida de Bbwaddene. Se extendía rápidamente. El joven no supo si eso le convenía o le perjudicaba, pues si no podía ver nada, no caería en los ojos de la gran cánida. Pero la respuesta apareció caminando hacia él. La macabra nube ocultaba todo, pero la gran loba brillaba en su interior como si tuviese luz propia.

El hombre cerró los ojos y le disparó todas las flechas que tenía, a una velocidad increíble, pero la loba las esquivó con sencillez, dando pequeños brincos.

-Mírame, Zuberi.

Entonces sintió un fuerte golpe en el abdomen y salió volando contra uno de los árboles. Abrió los ojos y vio el suelo, manchado de la sangre de su torso. Observó con amargura sus manos vacías, pues se le había caído el arco en algún lugar. ¿Pero de qué servía si de todas formas no tenía flechas?. La negra nube le cubrió finalmente: lo bañó con sombras y lo rodeó de noche. Y de nuevo sintió la respiración de Agwang.

-¿Sabes a que vienes verdad?- le preguntó ella- Este viaje es tu despedida del mundo, es tu camino a la muerte. Dejaste atrás todo lo que amabas, ¿para qué?
-Para ser más fuerte, y para mejorar la vida de mi gente. Debo salvar a mi pueblo.
-¿Mejorar su vida, dices? La tuya era perfecta. Eras feliz con tu mujer. Tú querías quedarte. ¡No te importaban las escaseces!
-¡No! Vine porque era hora de hacerlo. Yo lo supe y lo acepté felizmente.
-No me mientas. Veo en tu corazón. Duna, tu jefe, prácticamente te obligó a partir. Él y toda tu tribu.
-¡No! Llegué aquí por mi cuenta.
-Sabías que de todas formas te iban a obligar. Esperan mucho de ti, Zuberi, sobretodo Amara. Espera que regreses victorioso. No se puede amar a un perdedor.

Sintió cómo disminuyó la respiración de la loba. El joven se puso de pie y corrió, siguiendo el contorno de los árboles.

-¿De qué huyes, muchacho? ¿De tus miedos? ¿De la verdad? No saldrás de aquí sin vencerme.

Ella sólo quería lastimarlo.

Agwang le persiguió rápidamente a través de las sombras, hasta que tropezó y cayó. Se levantó y siguió corriendo, pero la loba ya le había alcanzado. Lo derribó de un sólido zarpazo, dejándole tendido en el suelo.  Acercó su hocico a la nariz del sujeto, aplastando con suavidad gran parte del joven con una pata, sin herirlo, pero atrapándolo.

-Mírame, Zuberi-repitió.

El joven cerró sus párpados tan firmemente como pudo y usó toda su fuerza para intentar levantarse.

-¡Qué interesante eres! Un ser más fuerte que un hombre. Pero recuerda que yo soy un Espíritu- recordó el animal.

Agwang presionó con más fuerza, haciendo que el muchacho gritara desesperadamente. Comenzó a burlarse de él, que se movía como podía para tratar de liberarse. Finalmente él no pudo más, y la fuerza de la bestia le hizo abrir los ojos y mirar los de ella. Y estos eran hermosos: verdes como las praderas, reflejaban una inmensa paz, pero también tristeza y melancolía, y en estos sentimientos lo reflejaba a él mismo. Fue entonces cuando Zuberi se dio cuenta de cuánto quería escapar. No le importaba su misión, ni el hambre de su tribu, pues no le interesaba volver. Ya no se sentía tan ligado a ellos. Nunca había conocido a sus padres, fue criado por todos, pero a la vez por nadie en realidad.

¿Porqué ellos esperaban tanto de él? Su fuerza era increíble, sí, pero era suya y no del pueblo. Si él estaba bien, no tenía porqué luchar en el nombre de todos. Ni siquiera tenía razones para hacerlo. Sólo quería marcharse. Le hirió pensar en que solo había nacido y solo iba a morir, allí en el cruel laberinto, asesinado por la gran cánida.

Agwang le pareció entonces más invencible que nunca. Era gigante, majestuosa, increíble, un sublime Espíritu, demasiado fuerte para enfrentarla, y menos aún sin arma alguna. La espada de Abrafo, que tanto le había servido, yacía enganchada en el cadáver de Bbwaddene; la lanza, que lo había acompañado hasta entonces, la había perdido; ya no tenía flechas, ni arco... ¿Sólo tenía su propio cuerpo? Pero éste estaba atrapado bajo una pata de la bestia y no podía soltarse, ella era más poderosa. Él, Zuberi, se sintió vencido.

El joven se descubrió resignado y pensó en que a nadie le interesaba un perdedor. Amara seguramente  había dejado de esperar hacía mucho tiempo, decepcionada. Quizá ya se había comprometido con otro hombre. No podía pretender que envejeciera esperándole. Tal vez ya ella no aguardaba a su regreso. Recordó los rituales que hacían en el nombre de aquellos que nunca volvían: cortos, sencillos, carentes de valor y de sentimiento. A nadie le interesa mucho un miserable fracasado, menos si está muerto. Aún así, Zuberi quería trascender, quería ser recordado como un héroe. Pero, ¿se había lanzado a la nada para fallecer lejos de todo? A quién le atañía si no volvía.

¿Qué importaba morir, si ya en la mente de todos, incluso en la suya propia, ya estaba muerto? Zuberi juntó con debilidad sus párpados y respiro hondo.




BlackJASZ

domingo, 14 de noviembre de 2010

LA PROMESA: LA LEYENDA DE ZUBERI - 12

Capitulo 12: De cómo era el aliento de Bbwaddene

Y fue precisamente Bbwaddene quien atacó primero: veloz como un rayo, se abalanzó sobre Zuberi, pero el hombre ya estaba preparado. Sus reflejos le llevaron a saltar hacia un lado, esquivando la feroz dentadura del animal. La bestia se rió y lanzó un zarpazo, mas el joven brincó hacia atrás y corrió de vuelta por el camino que lo había llevado hasta allí. Sin embargo él no huía, esperaba que la negra criatura le acompañara, para enfrentarla lejos de Agwang, que por alguna razón, el guerrero sabía que no les seguiría.

Corrió varios minutos, doblando en las esquinas hasta perderse. Cuando no supo dónde se encontraba, se detuvo. Había dejado atrás a su perseguidor y no le oía acercarse. Frente a sus ojos se erigía un gran árbol, de mucho mayor tamaño que los demás. Y estaba éste rodeado de espacio suficiente como para luchar. Al ver todo eso, Zuberi decidió que era un buen lugar para enfrentarse a la bestia que le rastreaba, así que clavó la lanza en el suelo y sacó la espada de Abrafo, esperando la llegada de su enemigo.

Sólo se podía escuchar el silencio, pero el hombre sabía que le estaban observando. Varias gotas de sudor recorrieron su frente. El calor era inconmensurable, se acentuaba más que nunca. Zuberi sonrió al vacío, y luego aquel enorme perro saltó desde la oscuridad, alargando sus garras. El joven las esquivó como pudo y agitó su espada hacia una de las poderosas patas, logrando un pequeño corte, al tiempo que recibía un golpe de la otra extremidad delantera. Rodó varios metros y luego se puso de pie nuevamente. Observó cómo uno de sus costados y parte de sus brazos sangraban. Pero no le importó mucho, no perdería contra aquel ser. Bbwaddene se lamió la herida, que curó al instante, acto seguido le esbozó una sonrisa al visitante.

-¡Qué buen sabor tiene esa espada- exclamó-! Parece que ha probado mucha sangre antes.

Zuberi apretó el mango de su arma, miró a los ojos al gran cánido, y le dijo:

-Espera a que su filo vuelva a probar la tuya, amigo.

Y corrió hacia la bestia, que abría su hocico, dejando salir un olor acre, a muerte y sangre seca. Bbwaddene le lanzó un alargado mordisco, pero el joven se arrojó al suelo, giró sobre su espalda y enterró la punta de la espada en uno de los tobillos del animal, que rugió ferozmente, mientras caía sobre ese lado.

Rápidamente Zuberi saltó sobre el animal y subió en su lomo escalando, al tiempo que esquivaba los zarpazos de la pata sana. Cuando llegó arriba levantó su espada una vez más y lanzó una estocada hacia la nuca del perro, pero éste se sacudió, arrojándolo lejos. Luego la gran criatura lamió su herida, mientras el joven se volvía a poner de pie.

Ninguno de los dos estaba gravemente herido, pero el joven estaba comenzando a cansarse. Se escabulló entre los árboles, buscando un lugar más tranquilo.

-No puedes esconderte aquí- aulló el perro-. Es mi hogar. Además, puedo sentir tu olor y, más aún, el de esa espada.

Zuberi siguió avanzando por los oscuros senderos, hasta que se le ocurrió algo.

-Sé que estás por aquí- sentenció el animal, olfateando el suelo, siguiendo la esencia que había dejado el joven, pocos segundos antes.

El gran animal avanzó rápidamente entre los anchos caminos, sin despegar la nariz del suelo y sin borrar su sonrisa burlona. Sabía que el sujeto estaba cerca y que había dejado de correr. Y así se dejó guiar hasta que el rastro tropezó con las salientes  raices de un árbol. Confundido, buscó detectar el aroma de la espada: alzó su mirada hacia la copa, pero de ésta ya estaba cayendo Zuberi, que aterrizó sentado sobre el lomo del animal. Comenzaron a forcejear, mientras Bbwaddene brincaba en varias direcciones y se arrojaba deliberadamente contra los enormes troncos.

-¡Bájate!- gritaba furiosamente.

El joven se aferraba con una mano al pelaje, mientras que sostenía la espada con la otra. Su determinación era extrema, no iba a desistir antes que el animal. Recibió varios golpes al chocar contra los negros árboles, pero no se soltaba. Uno de los impactos fue en el brazo con el que sostenía el arma, que se le cayó al instante, así que usó ambas manos para sostenerse.

Finalmente Bbwaddene se agotó, y cayó de lado, aplastando una de las piernas de Zuberi. Ambos comenzaron a jadear. Aún sin mucha energía pero con su habitual fuerza bruta, el joven se liberó como pudo y buscó con ansias la espada. El perro comenzó a levantarse, pero el hombre consiguió su arma. Entonces le llegó el olor a sangre seca, y giró hacia donde estaba el animal, que le lanzaba feroz mordisco. Apenas le dio tiempo al joven de saltar, pero le incrustó el filo en la parte superior del hocico del cánido, que lo atropelló, estrellándolo contra otro árbol. Y allí quedó atrapado, entre el hocico y el árbol.

Ambos seres gritaban por el dolor, pero la herida del perro era de muerte, y muy poco pudo hacer mientras Zuberi enterraba su arma más y más profundamente. Cuando sólo se asomaba el mango entre el pelaje y la sangre, finalmente falleció la bestia. Al haber eliminado con ella a un Espíritu, el visitante supo con certeza que aquel arma no era nada común.

El joven tomó con ambas manos  unos mechones del pelaje del animal y los haló con fuerza, hasta que consiguió soltarse de la trampa que lo había apresado. Tosió, pero pronto retomó el aliento y su corazón volvió a su ritmo cardíaco. Entonces observó a la bestia, cuyos ojos se habían vuelto rojos, bañados con su propia sangre, y pensó: "aún después de muerto, tu mirada sigue siendo fiera". Un humo oscuro comenzó a brotar lentamente de su hocico.

Zuberi no quiso ver más. Se levantó y trató de recuperar su espada, pero, a pesar de lo extremadamente fuerte que era, no consiguió retirarla del cadáver, así que se resignó.

Alzó la vista hacia el frente y respiró hondamente. Debía buscar a Agwang, que estaba cerca. Podía sentir su presencia.




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VIDEOS QUE TODO EL MUNDO DEBERIA VER: Capítulo 4

jueves, 11 de noviembre de 2010

LA PROMESA: LA LEYENDA DE ZUBERI - 11

Capitulo 11: De Cómo Zuberi Conoce A Los "Grandes Cánidos"

Acababa de ver a Gwala dar aquel espectáculo luminoso, para luego elevarse en el aire y volar trazando círculos sobre su esposa. Conocía esa criatura: sus muchos padres le habían contado historias fantásticas sobre los dragones, que hacía mucho tiempo se habían ido muy lejos, quizá en busca del sol. Definitivamente Gwala no era una encarnación humana, sólo los Espíritus podían cambiar su aspecto monstruoso, adoptando una figura humana específica.

Pero aquello no importaba en aquel momento. Allí estaba él, frente aquellas rejas doradas, aquel portón de quizás cuatro o cinco metros de altura. Un poco preocupado. Contuvo su respiración y extendió su cansada mano y empujó el portón, haciendo que éste abriera totalmente. Zuberi entró a paso lento. Al otro lado había una cúpula gigante, a la que también accedió de idéntica forma, sólo que las segundas rejas eran mucho más pequeñas que las primeras.

El negro techo semicircular estaba adornado por unas enormes letras blancas que rezaban: "Mirador del Cielo", siendo éstas las únicas figuras de colores claros en la oscura habitación, excepto por una esfera de un metro de diámetro que brillaba en el centro. El joven se acercó a ésta, y su vez, en su interior, se vio a sí mismo asomándose en la esfera. Arqueó las cejas, sorprendido.

-Sí, eres tú- dijo una familiar voz desde las sombras.

Zuberi miró alrededor buscando al dueño de la voz, pero no pudo verle enseguida.

-Desde este lugar hemos observado tus pasos, incluso desde antes de que llegaras. A través de esa esfera puedes ver cualquier cosa en cualquier lugar, desde cualquier ángulo. Es por eso que esta cúpula es llamada "Mirador del Cielo". Tiene salidas secretas hacia cada una de las habitaciones que ya has visitado, pero estas sólo pueden ser encontradas por sus dueños, ya que es una vía rápida y privada hacia sus hogares. También está la salida hacia el "Sendero del Arjana" y la entrada por la que llegaste, Además del maravilloso río que recorre toda la antesala al Arjana.

-¿Quién eres?

De las tinieblas, justo ante sus ojos, se asomó un sujeto de estatura y edad media, moreno y de ojos claros. vestido como hombre, pero al mismo tiempo con prendas de mujer, y riendo le dijo:

-¿Ya no me recuerdas?
-Ramla- sentenció-.
-Así es. Por cierto, me has dado bastante trabajo, ahora tengo que cuidar al pequeño Imoo y al molesto de Abrafo...
-¿Están aquí contigo?- preguntó Zuberi, sujetando firmemente la lanza.
-No. Aún descansan. Y tú deberías hacer lo mismo. Te ves muy agotado.
-Lo estoy. Luchar contra Adwar me ha dejado exhausto.
-Casi muerto, mejor dicho.

El Adivino se acercó al joven luchador y lo miró a los ojos, luego dejó de sonreir. Estiró el dedo índice de su mano derecha y toco la frente de Zuberi, que al instante cayó sobre el suelo, profundamente dormido.




Despertó anonadado. Había olvidado dónde estaba, pero al levantarse y ver la esfera recordó todo. Junto a ésta se encontraba Ramla, de pie, dándole la espalda.

-¿Qué soñaste?- le preguntó éste último.
-Que este collar emitía una intensa luz verde- confesó tomando el regalo que le había hecho Bahati, La Fortuna-. ¿Cuánto tiempo estuve dormido?
-Dos días. Y no sólo dormiste, también comiste. Estabas en trance, hipnotizado por mi habilidad. Es un truco que aprendí de un espíritu muy poderoso- dijo sonriendo, viendo hacia la gran bola brillante-. Bien, parece que estás listo para entrar al Arjana. ¡Suerte!

Y El Futuro fue consumido por la oscuridad. Zuberi se levantó y se adentró en las sombras también. Pronto tropezó con un pequeño pomo, que resultaba ser la manilla de la salida al Sendero. Tras girar dicho pomo, se encontró en un bosque enorme, cuyos setos y pinos, tan altos como el portón, formaban un camino. El joven lo recorrió y llegó a una bifurcación, también formada por árboles ordenados. A partir de allí todo estaba oscuro.

-Grandioso. Un laberinto.

Zuberi se detuvo un rato, tratando de elegir qué camino tomar, mas no le quedaba opción más que seleccionar por pura suerte. Entonces tomó una decisión.

-Seguro esta cosa me puede ayudar.

Y tomó entre sus manos, una vez más, el collar que le obsequió Bahati. Cerró sus ojos e intentó sentir alguna conexión con él, aunque se sintiese estúpido haciéndolo. Pero el objeto le recompensó su fe: su temperatura aumentó fugazmente y el hombre tuvo que soltarle, entonces comenzó a emitir luz y a flotar frente a sus ojos, para luego desplazarse por el camino de la izquierda.

-¡Este collar es asombroso!

Y salió corriendo para no perderle. Si éste le dejaba atrás, no sabría qué camino tomar ni para avanzar, ni para regresar.

En aquel oscuro y cálido laberinto, el joven Zuberi corría desesperadamente. Su pecho latía con furor, como si su corazón deseara salirse a la fuerza. Su respiración comenzaba a debilitarse por el cansancio. Pensó en que no resistiría lo suficiente, mientras su mano izquierda presionaba su abdomen, tratando de espantar la cruel puntada que asomaba en el costado de su cuerpo.

Varios minutos después escuchó un feroz gruñido más adelante, y su sangre se heló al recordar los rumores, pero debía continuar, y pronto llegó a su destino. Bbwaddene y Agwang, los Grandes Cánidos, le estaban esperando. Mostraron sus colmillos, grandes como lanzas. Y al verlos, Zuberi supo que no les temía. Desde hacía tiempo sabía que le tocaría enfrentarse a aquellas bestias. El hombre se detuvo para respirar profundamente, mientras contemplaba a los feroces animales:

Bbwaddene, el perro gigante, era negro como el azabache. Exceptuando su gris perla, sus ojos eran lo más claro de su cuerpo, y sin embargo eran tan sombríos como la noche misma. Ni siquiera reflejaban el más mínimo de los destellos. Eran fieros, retadores. Incluso sus dientes eran oscuros, debido a la sangre seca que los bañaba. Esta infernal criatura era tan maligna, que aún estando a varios metros de ella, Zuberi podía percibir el aliento a muerte y odio que exhalaba. Las tribus siempre decían que Bbwaddene era el camino más corto a la desesperación. Ser asesinado por él podía ser el peor castigo posible, pues el alma de la víctima quedaba atrapada en una especie de abismo, aislada de cualquier otra creación. Encerrada en la nada.

Pero decían también que Agwang, la hermosa loba de tamaño colosal, era peor. Su pelaje era blanco perlado, sus ojos eran de un hermoso verde como las praderas, al igual que la brillante perla de su frente. Mas a pesar de la calma que reflejaba su mirada, era imposible estar en su presencia. Se decía que Agwang tenía la habilidad de forzar sentimientos y pensamientos en aquellos que cruzaban su mirada con la de ella. Su emoción favorita era el pánico. La muerte les llevaría a la paz que aparentaban tener aquellos hermosos ojos.

-Te estabamos esperando, pequeño Zuberi- dijeron ambas figuras al mismo tiempo, con voz sepulcral.
-Eso parece- respondió el joven. Su ritmo cardíaco había disminuido mucho, prisionero de la calma.

Todos sonrieron. Zuberi no dejó de ver a Bbwaddene a los ojos, y viceversa. Éste le guiñó un ojo. El tiempo pareció congelarse, al igual que la sangre del visitante.




BlackJASZ

martes, 9 de noviembre de 2010

LA PROMESA: LA LEYENDA DE ZUBERI - 10(B)

Capítulo 10: De Cómo Fue El Desenlace De La Guerra

-¿Qué eres?- preguntó Zuberi a la vampiresa.
-Te he dicho que soy humana. O más bien lo fui. Al separarse mi alma de mi cuerpo, cuando nació Gwala físicamente, gané ciertas habilidades nuevas. Bueno, en realidad él se separó de mí porque yo me entregué a las sombras, ellas me han convertido en lo que soy ahora.
-Entonces no eres humana meramente, también eres un demonio.
-Sí, lo puedes ver así.

La criatura movió sus hombros un poco, haciendo que los huesos de su espalda sonaran, luego sonrió de nuevo y recogió su espada.

-Ha sido un buen ataque- acuñó ella-, pero yo no puedo morir así- al decir esto, todas sus heridas sanaron rápidamente-. ¿Continuamos o te rindes tan rápido?

Zuberi se enderezó también, disipó su sentimiento de asombro y se dispuso a luchar con la poca energía que le quedaba. "Viviré al menos un poco más", pensó.

La mujer percibió el cansancio del hombre, y reconoció para sí misma el de su propio cuerpo. Al autosanarse, había gastado gran parte de su vigor, el poco que le quedaba tras el enfrentamiento que le había causado un severo corte en el estómago, además de muchas otras heridas menores.

El joven resultó ser un rudo enemigo. Pero acabaría con él pronto, o sería derrotada. Aquellos dos, que habían quedado distanciados en el momento en que la mujer cayó en el suelo, comenzaron a trazar un par de lentas espirales con sus pasos, acercándose nuevamente.

Adwar exhibía sus colmillos salvajes y Zuberi su musculatura indomable, sintieron sus cansancios y supieron que aquella batalla no duraría mucho más.

Rugió la mujer y gritó el hombre, y sus espadas se unieron en un destello sanguinario. El sudor recorría sus furiosos cuerpos y sus armas danzaban nuevamente en un acompasado ritmo de guerra.

Y chocaron sus aceros con estridencia, una vez más. Adwar batió una de sus alas, levantando tierra del suelo y arrojándosela al joven en la cara, cegándole momentáneamente. Él retrocedió un par de pasos y confió en su instinto, que le sirvió para detener la espada de la vampírica Encarnación. Ella presionó con fiereza a su adversario, pero él, con su majestuosa fuerza, le propinó una patada en la boca del estómago, haciendo que cayera sentada, unos pasos más atrás. A pesar del grave daño, la guerrera se levantó en seguida, tras autosanarse un poco más.

El joven logró recuperar la visión en el momento en que la mujer alzaba vuelo hacia él, rozando ligeramente el cuello de éste con el filo de su espada. Se apartó ligeramente y observó cómo aquel ataque acababa cortando un pedazo del mango de madera de su lanza, que cayó unos pocos metros más allá, clavándose en el suelo. A Zuberi le dolió aquella tajadura más que las incisiones que había sufrido en su propio cuerpo. Pero ya se preocuparía por eso después, si sobrevivía, pues Adwar volaba nuevamente hacia él. Él alzó su espada con dificultad y desvió el nuevo ataque, haciendo que ella pasara de largo sin tocarle.

Entonces la guerrera se quedó volando suavemente en un sólo sitio, observando los ojos de Zuberi, mientras él observaba los de ella. Unos verdes, los otros rojos. Ambos jadeantes. Y allí cada uno vio la sinceridad del otro: el próximo sería el último movimiento de aquella sinfonía, pues no tenían más energía para continuar. Suspiraron al mismo tiempo y se sintieron unidos en la ansiedad. Los dos sonrieron, impacientes. Y apretaron con fuerza sus empuñaduras.

Adwar se abalanzó sobre Zuberi, veloz como un rayo. Él alzó su espada, firme como una montaña. Y chocaron sus armas con tanta potencia que tembló la tierra, y cayeron ambos en el suelo, ella sobre él, varios metros más allá. La mujer usó sus alas para levantarse un poco, y el hombre se sirvió de todo su cuerpo para voltearse, quedando sobre ella, con las espadas rugiendo en medio de ellos. Y empujaban con lo poco que les restaba de fuerza, pero ninguno cedía. Una gota de sudor se deslizó desde la frente del hombre y cayó en la perla de la mujer, que le sonrió pícaramente.

En ese momento ambos aflojaron sus armas, ya no tenían casi energía para continuar. Zuberi se desplomó sobre el pecho de Adwar. Las espadas quedaron atrapadas entre sus cuerpos, sueltas y perezosas. El joven alzó la vista y halló el trozo lacerado de su lanza, clavado muy cerca de los luchadores, y su mirada lo percibió con la tétrica figura de una estaca. Estiró su mano lentamente hacia ella, mientras sentía a la guerrera retorcerse suavemente bajo su peso. Alcanzó la nueva arma y se enderezó un poco, dispuesto a apuñalar a la mujer, pero ella lo tomó del cuello con ambas manos, casi delicadamente, al tiempo que retomaba su aspecto humano. Él elevó la estaca en el aire, preparando el fulminante ataque, y ella apretó un poco el agarre, mareando a su adversario. Y se vieron a los ojos unos segundos, que en realidad parecieron horas. Y entonces ambos abandonaron la pelea. Él cayó de nuevo sobre ella y quedaron tendidos en el suelo, sosteniendo aún aquel tierno pero salvaje contacto visual.

-Zuberi-alcanzó a susurrar la mujer.

Él la observó, sin poder decir nada. Entonces, como por arte de magia, apareció Gwala, junto a ambos. El visitante comenzó a preocuparse, pues ya no podía defenderse.

-Zuberi- repitió ella-... Me parece... que debería... ser un... ¡empate!

Él asintió, satisfecho. Luego observó a Gwala, quien podía aprovechar la situación para eliminar al agotado joven. Pero aquel sujeto, algo nervioso, se limitó a decir lo siguiente:

-Como ustedes prefieran. Por mí...

Y envainó la espada que había desenfundado sin que nadie lo viera. La guerrera, habiendo recuperado su ritmo cardíaco, se sacudió al joven de encima y se puso de pie. Luego le explicó:

-No lo tomes como un favor hacia ti, perdonaremos tu vida, sólo porque deseo entrenar más arduamente, para poder derrotarte fácilmente la próxima vez que nos veamos. Se supone que Gwala debería haber luchado también, así que considera que permitirte conservar tu vida es nuestro regalo- Y dio media vuelta, para ir a recoger todas sus cosas.

-Por cierto- acotó el sujeto de armadura plateada-, ya es la segunda vez que ella te salva la vida. Siéntete dichoso.
-¿La segunda?- preguntó Zuberi.
-Fui yo quien hizo que los cuernos de Nawvlee crecieran hasta que perdiera el equilibrio. Ese asqueroso demonio... No debía haber aparecido siquiera, Abrafo no debió llamarle del infierno.

El joven se levantó y la observó curiosamente, luego añadió:

-¿Por qué me ayudaste contra él?
-No te ayudé, le hice pagar por su falta. Él y su hermano rompieron nuestras reglas. Nadie debía hacer nada, hasta que tú los visitaras. Él no debió ir a "saludarte". Soy yo quien está a cargo de este lugar desde hace mucho tiempo, cuando nos abandonó nuestro Líder.
-¿Líder?
-Así es. Yo era su mano derecha. Pero él decidió marcharse y, debido a mi rango, automáticamente quedé yo al mando. Pero algunos no están de acuerdo con seguir la tradición. La Muerte, por ejemplo, nunca quiere obedecer nuestras milenarias reglas.
-¿Reglas- repitió para sí mismo-? Entiendo.
-Además, su hermano no me agradaba- declaró sonriendo-, al igual que Abrafo. En fin, fuera de aquí. Debes continuar. Y no agradezcas que dejemos que te marches vivo, pues tampoco es un favor.

Zuberi se levantó como pudo y levantó sus pertenencias. Acomodo la base de la lanza, aplanándola de nuevo, y desechó la estaca. Luego Gwala lo guió hasta la salida, que era una enorme terraza que techaba un pequeño patio, desde donde se podían ver unos grandes campos, a los que se accedía a través de un lejano portón enorme que su vez precedía a una cúpula de piedra, una construcción gigante también. El hombre explicó:

-Éste es el "Sendero del Arjana". También conocido como "El Camino del Cielo". Debes pasar aquellas rejas doradas de gran tamaño. La entrada se abrirá en cuanto la toques, si es que mereces cruzarla. De allí en adelante todo depende de tí. Suerte.

Zuberi admiró lo que sus ojos veían, mientras un intenso calor se apoderaba de él. Apartó el temor que la majestuosa creación le causaba y sonrió a su destino. Allí, según le habían dicho, encontraría lo que buscaba. Y hallaría también a los peligrosos "Grandes Cánidos". El visitante se sintió ansioso y sonrió.

-Gracias- dijo con sinceridad-. Por todo.

Y brincó desde la terraza, cayendo suavemente sobre el pasto del patio. Adwar se asomó para verlo alejarse, y su esposo le dijo:

-¿Realmente deseabas pelear con él, cierto?
-Es un buen luchador. Creo que podrá lograrlo. Ya deseo vencerle.

Gwala rió, pero calló  al contemplar la fría mirada de la guerrera, que en realidad estaba satisfecha con el desenlace de su batalla. "Hace mucho que no la veía tan contenta", pensó el de la armadura plateada, mientras un par de alas escamosas sobresalían de su espalda y una enorme cola aparecía para sostenerlo erguido. Su cuerpo se fue transformando poco a poco en una enorme bestia, semejante a una inmensa salamandra alada de piel plateada. Su nuevo hocico despidió una bola de fuego mientras que sus orificios nasales exhalaban hollín. Así fue como aquel Espíritu se despidió del humano africano, que les observaba desde aquel majestuoso portón. Entonces Zuberi se volteó hacia las grandes rejas y contuvo la respiración unos segundos, luego tocó la entrada...





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