domingo, 1 de noviembre de 2009

Cuento No. 11 - Máscaras de Muerte


Su máscara de supervivencia comenzó a fallar, el oxígeno de su tanque se estaba agotando y se sentía cansada, pero debía esforzarse en continuar.

-Roxanne, ¿te sientes bien?- le preguntó su hermanita, la única compañía que tenía en aquella odisea. Sus padres habían muerto ya, víctimas del aire.
-Sí, Mary-Lanne- mintió la joven.

Parecía que todo estaba en ruinas. Las pocas casas que aún se podían tildar como tal, no eran habitables. Las paredes estaban corroídas y los techos huecos. Algunas, incluso, se encontraban parcial o totalmente inundadas. Pero no por agua, sino por la lluvia ácida. Además muchos terrenos eran inestables y las antiguas edificaciones sucumbían con facilidad.

Así, las calles se habían ampliado hasta juntarse, formando un desierto de concreto sobre una superficie irregular. A veces se podía encontrar un antiquísimo vehículo carcomido por el ambiente, lo cual resultaba interesante de observar, pues era casi gracioso pensar que alguna vez llevaron gente dentro para trasportarla de un lugar a otro.

Ambas chicas siguieron caminando por el destruido callejón, mientras la electricidad de su linterna se consumía. Pero no se encontraban asustadas, pues estaban habituadas a la oscuridad, a la perpetua noche de esos tiempos. Desde El Accidente siempre era de noche. Sólo en las escasas ciudades sobrevivientes se podía ver “El Sol”. O eso le habían dicho a Roxanne:

-Una pequeña esfera brillante que se encuentra muy lejos de todos nosotros, que en otros tiempos iluminaba La Tierra de par en par. Si tienes suerte, niña, algún día alcanzarás a ver algo semejante en algún refugio citadino. Aunque sólo sea una ilusión que nos recuerde otras épocas mejores.

Esta idea la había entusiasmado mucho en aquel entonces. Pero se encontraban a kilómetros de la estación en la que un anciano les había contado aquella leyenda. En aquel lugar se habían hospedado por varios meses, pues, exceptuando a las metrópolis que aún existían, sólo en las estaciones se podía sobrevivir entre aquellos desérticos parajes que dominaban al mundo.

Avanzaban las chicas, agotadas y abatidas por todo aquello que las rodeaba, incluso por el aire, un irrespirable gas contaminado: si se aspiraba un par de bocanadas los pulmones colapsaban.

-¡Vamos hermana! Mantén el ritmo y llegaremos más rápido.
-¡Tengo hambre!- se quejó la pequeña niña.
-Lo sé. Yo también. Pero debemos resistir, aún falta mucho para llegar a la siguiente estación.

Entonces la mayor se sintió enferma. El intenso calor y la dificultosa respiración la hicieron presa del mareo.

-¡ROXANNE!- chilló la pequeña niña, mientras intentaba sostenerla en pie.

Luego la joven sintió desmayarse entre las sombras y no recordó nada más. Mary-Lanne la recostó sobre los restos de lo que una vez fue llamado "acera" y estiró sus piernas. Después tomó una profunda bocanada de aire y compartió su reserva de oxígeno con la hermana. No era recomendable, pero tenían que usar dos máscaras en un único tanque hasta que pudiesen conseguir otro.

Pasaron veinte o treinta minutos tendidas en el suelo, descansando y acostumbrándose a su entorno.

-Niñas, he estado observándolas- proclamó un susurro desde sus espaldas-. ¿Hacia dónde se dirigían?

Las jóvenes se voltearon en busca del locutor, pero no pudieron verlo.

-¿Quién habla?- preguntó Roxanne.
-Un amigo- respondió el susurro.
-¿Un amigo? Asoma tu rostro entonces, amigo.
-No querrás verlo, créeme.
-¿Dónde te escondes?
-Detrás de ustedes. Aquí, entre las sombras de esta casa.
-No podemos ver nada.
-¡Acérquense!

Las curiosas chicas, se levantaron como pudieron y se acercaron al inmueble más cercano, pensando en lo milagroso que era encontrar a otra persona por aquellas tierras tan desoladas.

-Es extraño ver dos muchachas andando solas por estos campos marginados- declaró la voz.
-Me imagino que sí- respondió Roxanne-. ¿Quién es usted?
-Ya no lo recuerdo. Sólo sé que he estado atrapado aquí mucho tiempo. Creo que me llamaban Tiendell.

Entonces comenzó a fallar el tanque de oxígeno que les quedaba a las chicas, que cruzaron una mirada preocupada. El sujeto entendió el gesto: segundos después un par de recipientes cayeron de la casa, frente a las féminas. Eran semejantes a los que ellas necesitaban para respirar. Alzaron la vista hacia la casa y sonrieron antes de darles adecuado uso.

-Muchísimas gracias, señor- dijeron ambas.
-No es nada. Por cierto, ¿hacia dónde se dirigen?
-Queremos llegar a Río.
-¡Oh!-exclamó sorprendido el sujeto- Están ustedes demasiado lejos.
-¿Qué tan lejos?
-Bastante. Hace un Siglo, antes de El Accidente, aún llamaban Caracas a este lugar.

-¿Caracas?- repitió Roxanne- Creo que alguna vez oímos algo sobre este pueblo.
-No era un pueblo. Era una gran ciudad. Ahora es sólo un páramo de basura, totalmente abandonado. Bueno, casi.
-¿Entonces usted es el único caraqueño?- preguntó Mary-Lanne.
-Hace muchos años que vi al último caraqueño marcharse. Yo soy de Río.
-¿En serio? ¡Cuéntenos cómo es! Todo lo que sabemos es que podremos sobrevivir allá.

El sujeto rió con estridencia. Luego explicó:

-Río ya no es Río desde El Accidente. Aquel desastre nuclear acabó con casi todo lo que se conocía para aquella época, incluso dicha ciudad. Antes los edificios eran construidos hacia el cielo, ahora sólo la entrada está en la superficie. El resto de la ciudad fue hundida bajo tierra para poder mantener una buena temperatura. Sin embargo lo que ustedes han oído es cierto, después de todo, es una de las siete metrópolis existentes.
>Sí: puedes respirar sin utilizar máscaras(ya que maquinaria pesada purifica el aire), conseguir comida sin mayor problema, tomar baños frecuentes, dormir en camas cómodas y compartir con otros sobrevivientes. Pero no se puede ser feliz en Río.

Los tres se quedaron callados unos minutos y luego la más pequeña preguntó:

-¿Por qué lo dice?
-Vivir en una metrópolis es vivir de una máquina, es depender de la tecnología- explicó Tiendell-. Las paredes, los suelos, los techos e incluso la mayoría de los habitantes están hechos de metal. Los hombres allí dependen de las máquinas: en restaurantes, hospitales, mercados, empresas, y hasta en los hogares la gente es atendida por autómatas.

>Ya ningún ser humano sabe hacer nada. Son todos inútiles y cada vez se están volviendo más y más estúpidos. Sienten que les falta algo y no saben lo que es, pues alguien debería demostrarles que lo que necesitan es trabajar. ¡Están cansados de no hacer nada! Se han vuelto un montón de holgazanes que nacen exclusivamente para hacer nada. ¡Eso no es vida!

> ¡Miles y miles de motores mecánicos haciendo lo que deberían hacer los hombres! ¡Maquinaria que podría trabajar para sí misma siendo extorsionada por la raza humana!

Comenzaba a sonar afligido. Para las chicas era como escuchar hablar a una persona en estado terminal, aún recordaban la agonía en los labios de sus padres. Poco a poco, lo que la voz susurrante decía se volvía incomprensible.

-¿Tiendell?-preguntó Roxanne, preocupada por el individuo- ¿Te encuentras bien?
-Mi nombre no es Tiendell, se pronuncia T.N.D.L. (las letras son mi código de construcción en inglés). ¿Saben? Hace mucho tiempo me exiliaron por cumplir con aquello para lo que fui traído al mundo.

En ese momento el dueño de la voz susurrante salió de la casa. Era un androide. Roxanne y Mary-Lanne, que nunca habían visto un robot, se sorprendieron mucho al ver aquel, grande y magnífico como era.

-¡Eres una máquina!- exclamó la niña pequeña.
-No. Soy un androide inteligente. Fui creado para asesinar al líder humano de Río, que desde entonces cayó en crisis. Aún deben estar tratando de recuperar el orden. Inútiles, estúpidos y ambiciosos, la perfecta combinación que una vez concibió a El Accidente, y que atrajo su propia desgracia.
>Después de alcanzar mi meta tuve que escapar. Por cierto, me acabo de dar cuenta de algo: también yo extraño trabajar.

T.N.D.L. se acercó lentamente a las jóvenes chicas.

-¿¡Tiendell!?- chilló la pequeña niña.




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