viernes, 30 de diciembre de 2011

ANÉCDOTAS DE UN PUEBLO Y SU GENTE: Draamen de La Noche y Las 64 Estrellas Negras

Su nombre no era Draamen, pero así le conocían todos. Fue recordado generación tras generación como el líder más poderoso que tuvo el culto de la Salamandra Negra de Ojos Plateados.

Durante el día, nadie sabía dónde se encontraba, pero todos sabían que cuando la noche caía, Draamen andaba entre las sombras, que sólo entonces aparecía, por esto le llamaron Draamen de La Noche, quien marcaría la historia para siempre. 

En aquel entonces su nombre se había difundido entre los hombres y mujeres lo suficiente como para tener fanáticos y enemigos. Lo cual era a la vez bendición y condena. Pero él se merecía ambas cosas.

Su caracter era fuerte, pero tranquilo, siempre se mostraba seguro y decidido. Por eso, quienes le seguían, le apoyaban ciegamente. Su aspecto afirmaba su caracter: era un hombre bastante alto y fornido, de tez morena. Tenía el cabello oscuro y siempre lo llevaba suelto, a la altura de los hombros. Su porte y mirada intimidaban, aunque a la vez su sonrisa serena le daba un aspecto relajado. Vestía un traje de gruesa tela negra, imponente, ajustado a su talla y resistente. Su espalda estaba cubierta además por una larga capa negra. Así vestiría más adelante Zauber, quien además sería su mejor amigo, muchos años después. Y es que los grandes hombres de la historia están conectados por un mismo hilo.

Draamen lideraba a su culto con puño firme, guiándolo con su fuerza hasta estar encima de quienes le desafiaban. Por esta razón, pronto hubo una horda de creyentes en su contra, dispuestos a eliminarlo a toda costa.

Así, se originaron los sucesos de aquella noche única. Draamen avanzaba con paso firme, pero suave, a través de las malezas del bosque. Llevaba las manos entrelazadas frente a su abdomen, ambas dentro de las mangas de una enorme toga que le cubría, por encima de su negro traje. Tranquilo, paseaba bajo la luz de la luna.

Su boca hacía rápidos movimientos, murmurando algo para sí. Sus ojos, aunque estaban cubiertos por la capucha, permanecían cerrados. Los viejos hábitos de un brujo que nunca había sido vencido.

Aunque no podía ver así, él estaba consciente de todo lo que le rodeaba, y de quienes le acechaban. Sabía a qué venían, y aun así permanecía tranquilo y confiado.

-¡Draamen de La Noche! – le gritaron con voz firme desde algún lugar del bosque, que cada vez era menos denso.

Pero él, siguió avanzando.

-¡Draamen de La Noche -le volvieron a gritar-! ¡Contesta a mi llamado!

Pero él siguió caminando. Una gran planicie se hallaba cerca y allí es a donde quería llegar.

-No puedes huir de nosotros, Draamen, somos la justicia, somos tu justicia.

Sin dejar de murmurar, y sin abrir sus ojos, aquel de la toga llegó a la planicie, donde siguió avanzando sin inmutarse.

Los demás sujetos le observaban seguir su camino. Sintieron que él los ignoraba completamente, lo cual les hizo molestar más. Le siguieron a través del bosque, hasta salir a la planicie, donde comenzaron a rodearle.

Draamen dejó de andar, permitiendo que formaran un gran círculo de hombres y mujeres a su alrededor. Cuando todos estuvieron en su lugar, el gran brujo se quitó la capucha, mostrando su rostro. Dejó de murmurar y abrió los ojos.

A su alrededor habían muchos sujetos vestidos con una larga toga negra, como la suya, y cuatro más con togas blancas, frente al resto.

Uno de ellos, aquel que le gritaba desde algún lugar del bosque, volvió a hablar:

-Yo soy Alma del Fuego. Draamen de La Noche, líder de la Salamandra Negra de Ojos Plateados, somos la justicia, somos tu justicia. Hemos venido aquí para darle orden a nuestro mundo y tomar tu vida como pago.

Eran las viejas palabras que decían los poderosos líderes cuando algún miembro del culto atentaba contra sus leyes, irrespetaba su deber, faltaba a su palabra o ensuciaba la moral. Eran las palabras que condenaban a un desafío.

Draamen respondió al hombre con una sonrisa, segura y tranquila. El sujeto continuó con lo que debía decir:

-Si crees en la moral y en la justicia, te entregarás de buena fe y esperarás el destino que te has ganado con tus acciones, o con tu falta de ellas. Si consideras que erramos nosotros, portadores del martillo de la ley, eres libre de defenderte, pero debes recordar que la justicia siempre ha de florecer y de aplacar.

El líder, aún rodeado, mostró sus dientes en un gesto burlón, que no perdía aun la confianza. Las palabras de aquel hombre no le preocupaban.

-Draamen de La Noche, tomaremos tu vida, en el nombre de la justicia.
-Si es lo que quieren, les invito a intentarlo. Yo soy Draamen de La Noche y ustedes… Ustedes no son nada.

Todos a su alrededor gritaron, molestos, pero quienes más se ofendieron fueron aquellos cuatro que usaban togas blancas, pues ese era el uniforme de los líderes de culto. Draamen no lo utilizaba, porque era Draamen de La Noche.

Las armas relucieron bajo el tenue brillo de la luna, al tiempo que extrañas criaturas salían del bosque para acercarse al enorme círculo y apoyar y proteger a sus amos. Cuatro grandes bestias de formas inexplicables arrastraron una enorme columna de cemento y lodo, tras de sí, para acercarlo al lugar de la captura.

Todo aquello parecía un pequeño ejército rodeando a un sólo hombre.

El círculo comenzó a estrecharse, a medida que los creyentes avanzaban paso a paso, con sus espadas, cuchillos, dagas, palos, lanzas, mazos y martillos en alto, y las criaturas endemoniadas se acercaban. Draamen no se movió, ni siquiera para apagar su sonrisa.

Un lobo comenzó a aullar, y para cuando dejó de hacerlo, Draamen de La Noche estaba amarrado a la gran columna que las bestias habían traído hasta allí. No había puesto resistencia a sus captores.

Lo elevaron al erigir la columna, dejando al hombre a más de quince metros del suelo. Clavaron aquella torre en el suelo y se alejaron unos pasos para poder verle el rostro, antes de iniciar su ritual.

-Deberías llamar a tu compañero, me parece que lo necesitas – gritó socarronamente aquel que parecía organizar el juicio.
-¡Hüter! ¡Hüter! – gritaba a su vez la gente vestida de negro.

Draamen rió con fuerza, haciendo que los demás callaran al instante, luego les dijo:

-No hace falta que llame a nadie. Ustedes no pueden contra mí, aunque yo esté solo.

Murmullos de protesta y abucheos estallaron en la planicie, acompañando a la risa del gran brujo, que continuaba burlándose, amarrado en las alturas.

-Puedes reír todo lo que quieras, pues me parece que no has notado un detalle. ¿No lo ves, Draamen de La Noche? Todo mi culto está aquí, cada Salamandra Negra de Ojos Blancos se encuentra en este lugar. Y conmigo están también otros tres líderes, uno de cada Gran Culto. Sí, Draamen, somos 64. Somos todo lo que requiere el gran Ritual de Condena. Para limpiarte, no sólo morirás, tu sufrimiento en vida no comprenderá fronteras y tu espíritu, tras la muerte, será penado para siempre. Somos la justicia- volvió a repetir-, somos tu justicia.

Los sesenta individuos vestidos de negro rieron por unos segundos, luego, volvieron a sacar sus armas. Avanzaron hacia la gran columna y clavaron sus instrumentos en ella o en la tierra a su alrededor, de uno en uno, mientras susurraban diversas frases, para iniciar el ritual.

Los cuatro sujetos de toga blanca se alejaron de la columna, formando una gran cruz, cuyo centro estaba ocupado por Draamen. Luego, cada uno desenfundó su propia arma y la clavó en el suelo. Se volvieron a levantar, cerraron sus ojos e inclinaron su cabeza hacia el frente, mientras empezaban a murmurar ellos también. Los demás hombres y mujeres los imitaron mientras formaban distintas figuras con sus manos.

Entonces, la base de la columna se encendió y el humo ascendió rápidamente. Draamen, aun sonriendo, alzó la vista al cielo y observó la luna. Entonces rio, porque aquellos personajes querían castigarle por su soberbia. Querían hacerle pagar por sus actos, por haber erigido a su culto por encima de todos los demás y haberse convertido en el líder más poderoso que había existido. La envidia había desatado el Ritual. Pero Draamen de La Noche sólo era culpable de un crimen: de haber asesinado a quienes intentaban asesinarlo a él.

Las llamas ardieron fuertemente y subieron por la larga columna hasta alcanzar el otro extremo, donde Draamen estaba amarrado. Entonces toda la estructura colapsó y se vino abajo. Las Salamandras Negras de Ojos Blancos se alejaron rápidamente, al tiempo que las grandes bestias y las extrañas criaturas se aglomeraban alrededor de los restos, que ardían con una gran llama azul, que comenzó a volverse blanca.

Los líderes siguieron formulando sus conjuros y la tierra donde se encontraba la fogata comenzó a hundirse, formando una depresión en el terreno, una tumba para el rebelde, quien debía seguir ardiendo hasta convertirse en polvo.

Pero del fuego se levantó una figura. Era un hombre. Draamen seguía vivo. Las llamas, aún brillantes, perdieron su tono blanco y comenzaron a volverse plateadas, mientras Draamen de La Noche se ponía de pie. Su silueta, rodeada de fuego, se mostró espectral, casi irreal, y los que esaban presentes dieron un paso hacia atrás, asustados.

Aquello era imposible, nadie podía sobrevivir al fuego, menos aun al fuego del Ritual de Condena. No podían creer lo que estaba sucediendo.

Las llamas, que acariciaban la piel de Draamen, comenzaron a encogerse, y él escaló para salir de la depresión. Al llegar arriba, las grandes bestias y las extrañas criaturas -una por cada miembro del culto- se abalanzaron sobre él. Pero todas cayeron muertas y desaparecieron ardiendo, a medida que tocaban las llamas del Ritual, que bañaban al gran brujo.

Draamen alzó la vista hacia los creyentes vestidos de negro, que se mantuvieron inmóviles mientras el sujeto les veía. Luego comenzó a caminar hacia ellos, que, atemorizados, blandieron algunas armas que aún cargaban encima, tratando de herirle, pero él era intocable. Esquivó cada ataque sin ningún problema, luego, mientras susurraba unas palabras, simplemente los tocaba, y ellos caían muertos.

Cuando sólo quedaron los cuatro líderes vestidos de blanco, las llamas de Draamen se extinguieron. Ellos le observaron, mientras seguían recitando sus líneas, pero él se limitó a sonreir un poco más. Su cuerpo estaba intacto, incluso su ropa permanecía en perfecto estado, excepto por la toga negra que llevaba encima, que había desaparecido.

Los cuatro individuos levantaron una mano hacia Draamen de La Noche y siguieron murmurando cosas, pero él simplemente les confesó:

-No pueden dañarme. Perdieron a sus Hüters, sus vidas terminarán hoy. Además, yo soy el portador del Sangrial.

Entonces sacó de uno de sus bolsillos un cáliz: La Copa Sagrada. Aquel objeto, que no se había visto en siglos, brilló más fuerte que cualquier astro. Los sujetos que le perseguían abrieron sus ojos de par en par, justo antes de quedar ciegos por la blanca luz. Luego cayeron de rodillas.

-¿Ahora comprenden -continuó diciendo-? Yo soy Draamen de La Noche, y ustedes no son nada ante el Sangrial.

Y las cuatro togas de los líderes se volvieron negras, mientras ellos lloraban ante la sorpresa. 

Para cuando la luna se escondió, las 64 estrellas negras habían muerto, y sólo Draamen de La Noche había sobrevivido, después de borrar para siempre el culto de Las Salamandras Negras de Ojos Blancos, iniciando así, la guerra entre cultos.




BlackJASZ

lunes, 26 de diciembre de 2011

ANÉCDOTAS DE UN PUEBLO Y SU GENTE: Obelisco "El Atormentador"

El convento entero entró en crisis cuando vio llegar desde lejos a Zauber "El Poderoso".  Los más valientes decidieron dar la cara, los demás se escondieron, sensatamente.

La noche caía, y a medida que oscurecía se veía al conocido brujo cabalgar sobre su enorme caballo, Enaltecer, seguido de cerca por su perro, Prestigiar. Ambas, bestias impresionantes de negro pelaje. Pronto llegaron ante la lujosa entrada.


Zauber descendió de Prestigiar y miró las grandes puertas blancas, sonriente, luego golpeó con sus nudillos, llamando. Los anfitriones abrieron y, temerosos, le invitaron a pasar.


El Poderoso avanzó con pasos decididos, mientras los demás observaban cuidadosamente su aspecto. Zauber era un sujeto alto y bien parecido, de piel blanca y ojos grises. Sus cabellos y barbas eran cortos y amarillos. Su nobleza y su carisma saltaban a la vista. Vestía un traje de gruesa tela negra, imponente, ajustado a su talla y resistente. A medida que caminaba, su larga capa negra acariciaba la tierra, limpiando suavemente sus huellas. Sonreía con grandeza, aun estando tan cansado como lo estaba.


En su espalda llevaba aquella lanza tan poderosa y mortífera, cuyo mango estaba repleto de extraños símbolos. Aquella pieza era tan famosa y reconocida como él mismo, e incluso mucho más, pues había sido ansiada por muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia, aunque muy pocos habían alcanzado a tenerla en sus manos. Zauber, la portaba orgulloso y confiado a la vista de todos, para que la siguieran ansiando, y a la vez le temieran.


En cada mano relucía un anillo dorado, consistente en una gran pieza brillante que presentaba muescas a su alrededor. En su cuello colgaba un impactante collar de color verde. Y, sobresaliendo de un bolsillo, se podía ver su famosa vara adivinatoria.


Una vez dentro, se inclinó para saludar a los monjes que le recibían y luego dijo con voz tenue y firme:


-Gracias por su hospitalidad. Espero no les moleste mi presencia, ni la de mis fieles compañeros. Ellos son Enaltecer y Prestigiar.


El caballo entró, seguido del perro. Se detuvieron junto a su amo, que siguió hablando:


-Vamos muchachos, ¿dónde están sus modales?


Las bestias escucharon a Zauber y, acto seguido, inclinaron su cabezas en señal de saludo hacia los monjes. El Poderoso sonrió ampliamente y se inclinó también, luego observó a sus anfitriones, que, nerviosos, se apresuraron a imitar el gesto.


-¡Bienvenidos sean- exclamó el más anciano de los residentes-! Éste es nuestro humilde convento. Siéntanse como en casa. El hermano Jonas los guiará a sus aposentos.

-Gracias, compañero- dijo el recién llegado, al tiempo que se volvía a inclinar, junto con sus animales. Sonreía, burlándose del hombre que llamaba "humilde" al convento más rico que debía haber en todo el país.


Un hombre delgado, de poca estatura se apresuró a estrechar la mano de El Poderoso, diciéndole:


-Mucho gusto. Por favor síganme.


La noche había caído, y estaba muy oscuro, pero aun así Zauber pudo apreciar la arquitectura que había dado vida a aquel lugar. El gran patio, el claustro, estaba muy bien cuidado, cubierto por diversas plantas y flores a lo largo del hermoso pasto. Las blancas paredes eran altas y daban una sensación de regocijo. Esculturas y relieves adornaban por doquier. Los vitrales que tenían las grandes ventanas resultaban soberbias piezas artísticas. Y, al fondo se veía la gran iglesia, con su magnífica capilla. Viendo su belleza, Zauber preguntó, admirado:


-Señor Jonas, ¿este convento recibe muchas visitas?

-Así es. Diariamente muchos fieles y creyentes se acercan, movidos por la fe, la esperanza en sus corazones.

-¿Es cierto eso? ¿Aun cuando este lugar está tan apartado?

-Si bien tiene razón, pues en la cima de esta montaña estamos muy lejos de todo pueblo, la fe de los hombres es tan fuerte que les da lo necesario para acercarse a nosotros.


Siguieron avanzando. Las estrellas esa noche brillaban con intensidad, El Poderoso no tuvo que contar, pero sabía que veía exactamente sesenta y cuatro destellos, junto a la luna, y pensó, inevitablemente, en Draamen de La Noche. Sonrió de nuevo. Tras él, Prestigiar y Enaltecer parecían sonreír también.


-Sus animales pueden pasar la noche aquí- dijo el monje, señalando una suerte de celda con aspecto de establo.


Zauber alzó una ceja y su sonrisa desapareció. Las bestias negras observaron al locutor durante unos segundos, luego, simultáneamente le dieron la espalda y caminaron hacia su dueño. Jonas tosió con suavidad, sabiendo que había cometido un error, pero siguió caminando tranquilamente hacia la habitación que facilitaría a Zauber, un gran cuarto cercano a la iglesia. Todos se dirigieron a aquel lugar. Los demás monjes, que murmuraban dudosos de que la decisión de recibir a Zauber fuera buena, se disiparon, volviendo a sus labores. Estaban atemorizados por la presencia de El Poderoso.


Finalmente se hallaban en la gran habitación, entre la iglesia y el almacén de alimentos y bebidas. Zauber se sentó en un gran sillón, Prestigiar se acostó a su lado, pero Enaltecer se mantuvo de pie, al otro lado de su amo. Los tres seres observaban fijamente a Jonas, con ojos que no parpadeaban nunca. Sus miradas eran oscuras y pesadas, parecían quemar almas, congelar espíritus. Jonas no titubeó nunca, no tembló ni dudo. Buscó una botella de vino y sirvió a Zauber, que, tomando la copa, notó que le habían servido un producto de mala calidad. Sonrió nuevamente y pidió que le trajeran del almacén un mejor vino.


Sin embargo, el monje contestó con firmeza:


-No tengo la llave, el prior duerme y sería inconveniente despertarle.


La sonrisa de Zauber abrió paso a unos perlados dientes blancos. El Poderoso observó por unos segundos a Jonas. Parecía que todo se había congelado en el tiempo. Entonces el huésped acarició su bolsillo mientras señalaba:


-Las llaves están en ese rincón, tómelas, abra el tonel que está a la izquierda y tráigame vino.


El monje dio un paso atrás y observó nerviosamente el tonel que estaba al otro lado de la habitación. Luego regresó a su firme posición y, con una gota de sudor cruzándole la frente, dijo:


-No tengo permiso, señor.


Zauber sonrió más ampliamente, Prestigiar se acomodó para dormir, Enaltecer le dirigió una mirada hostil al monje y luego imitó a su compañero. El amo de las bestias, indignado por la falta de nobleza y generosidad, juró:


-Verás cosas que te asombrarán, y te arrepentirás, oh, hermano inhospitalario.


El monje torció su rostro en una mueca de confusión, giró sobre sus talones y se marchó sin decir nada más.


Zauber terminó su copa de vino.





A la mañana siguiente, a primera hora, El Poderoso, molesto e iracundo, salió de la habitación y se marchó sin saludar o despedirse de nadie. Pero, al llegar a las blancas puertas principales, luego de que sus animales salieran, miró hacia la iglesia y supo que tras ella había un modesto cementerio, entonces admiró la perfección del lugar. Sonrió nuevamente y sacó de una de sus mangas una pequeña bola de cristal, cuyo interior mostraba tumultuosas nubes blancas y negras, que danzaban en violentas espirales. Zauber la hizo girar sobre la punta de su dedo índice durante unos segundos, mientras susurraba unas palabras inaudibles, luego, simplemente la dejó caer sobre la tierra, quebrándose y dejando salir un denso humo negro.


El Poderoso dio media vuelta y salió del convento, cerrando tras de sí las puertas, que se habían vuelto negras como la muerte. El resto del recinto adquirió fugazmente el mismo tono oscuro. Adentro se escucharon gritos, pero ya Zauber montaba su caballo y se alejaba.






Para cuando El Poderoso llegó a la base de la montaña, ya no había nadie vivo en el Negro Convento, excepto un demonio: Obelisco El Atormentador.


Día y noche la criatura causó terrible estrépito, trastornándolo todo. Y nadie más pudo volver allí jamás.






BlackJASZ

martes, 20 de diciembre de 2011

Para Reflexionar Unos Minutos: La Verdad Sobre La Tauromaquia Artística

Caracas, 2 de diciembre de 2011

Estética, Cultura y Sangre - Mataderos del Arte

A lo largo de la historia del hombre, muchos temas han causado gran polémica y controversia en el mundo, uno de ellos es la famosa tauromaquia.

Con el paso del tiempo, las corridas de toro, cuyos orígenes se pierden en el tiempo, han sido más y más criticadas, desde distintos ámbitos y puntos de vista. Famosos escritores, filósofos, y por supuesto, artistas, han emitido opiniones negativas respecto a esta práctica, mientras muchos otros la defienden y apoyan ciegamente.

Pero, ¿qué es la tauromaquia? Según la Real Academia Española, ésta se define de la siguiente forma: "(Del griego ταρος, toro, y μάχεσθαι, luchar). 1. Arte de lidiar toros. 2. Obra o libro que trata de este arte."

Sin embargo, esta definición, para muchos, llama a la reflexión: ¿realmente se puede considerar la tauromaquia como arte, o sólo como un espectáculo violento, bien remunerado? 

Para responder esta pregunta se estudió a la tauromaquia bajo los conceptos y definiciones teóricas del arte y su valor cultural. Se evaluó el impacto que dicha teoría genera sobre la postura que considera la tauromaquia como arte y sobre la que lo concreta como violencia.

Para obtener una respuesta, se buscó comprender la tauromaquia y sus representaciones, además de su condición aurática.

Se analizaron las distintas posturas, a través de diversos textos, conceptos consultados y algunas opiniones y estudios teóricos que apoyan a los pensamientos que el tema propulsa.

Ante estas posibilidades, es necesario emprender la búsqueda de respuestas a partir de la teoría, y en primer lugar, se nos muestra el concepto de arte, también extraído del Diccionario de La Real Academia Española, que lo define así: “(Del lat. ars, artis, y este calco del gr. τέχνη). 1. Virtud, disposición y habilidad para hacer algo. 2. Manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros.”

Si se considera la primera definición (1.), se podría comentar que la tauromaquia es arte, pues para ser torero se requieren ciertas habilidades que permitan jugar con el toro, y debilitarlo hasta finalmente acabar con su vida. Sin embargo no es suficiente criterio para determinarla como arte, hay muchos otros aspectos a evaluar, pues los conceptos mencionados no son suficientes para concretar una respuesta sólida, se debe estudiar exactamente en qué consiste la corrida de toros. 

El Dr. Albert Sordé, profesor de veterinaria en la universidad de Barcelona, describe paso a paso el padecimiento del animal de lidia durante el evento, en su artículo “Sufrimiento Corporal De Los Toros Durante La Corrida”. En él se explica que, primeramente, con la herramienta conocida como “Puya”, se destrozan distintos músculos, vasos sanguíneos y nervios, debilitando al animal. Seguidamente, otro sujeto le hiere incrustándole las “Banderillas”, unas piezas coloridas que terminan en un arpón de hasta ocho centímetros de largo, que desgarra diversos músculos durante la tauromaquia.

Más adelante, el artículo señala que: “luego, atraviesan al animal con un Estoque (espada) de 80 centímetros de longitud y doble filo, la cual, según por el lugar del cuerpo por el que penetre, puede destrozarle el hígado, los pulmones, la pleura, etc.” Esta herramienta causa que el toro sufra graves derrames de sangre, llegando a vomitarla en la mayoría de los casos.

Después de esto, es común que el toro se encamine, penosamente, hacia la entrada por la que le hicieron acceder al iniciar el evento, seguramente buscando escapar. Sin embargo, en ese momento se le ataca en la nuca con el “Descabello”, otra espada, cuya punta afilada mide diez centímetros.

Tras esto, se incita al toro a moverse hacia los lados, para que las piezas que tiene incrustadas terminen de destruir sus órganos internos y así derribarlo. Acto seguido, se le rompe la médula espinal mediante el uso de la “Puntilla”, un puñal de doble filo y diez centímetros de largo. El animal comienza a asfixiarse, mientras sufre un severo sangrado.

Por último, antes de que el toro fallezca, se le suelen cortar las orejas y los testículos. Luego es arrastrado fuera, como una bolsa de basura, mientras que, en algunos casos, aún vive.

Pero el toro siempre muere.

Y posteriormente sus maltrechos restos son, simplemente, vendidos como un manjar.

Virtud, disposición y habilidad para hacer algo.” Definitivamente, se necesitan para llevar a cabo la tauromaquia. Se puede señalar que el Dr. Moisés Tacuri, en el artículo “Tauromaquia, Arte y Cultura”, dice lo siguiente: “para practicar el toreo se debe ser un virtuoso, tener la disposición y valor de pararse frente a un toro bravo y desarrollar frente a este, esa sinfonía sincrónica y perfecta de lances y pases enmarcados en cánones bien definidos. El toreo claro que es una manifestación de la actividad humana y la visión que se expresa en la misma son la dramatización de esos dos hechos contrapuestos, que son la vida y la muerte.”

En cuanto a la segunda definición de arte (2.), ésta se apega más a las formas artísticas  más reconocidas, como la pintura y la escultura por ejemplo.

También se destaca el hecho de que durante el desarrollo de la tauromaquia aparecen recursos plásticos como el baile y la música, que acompañan a los movimientos del toro y su verdugo, adornando la sangre que corre sobre la arena y la fuerza que pierda el animal con cada estocada.

Los vítores del público felicitan al torero, que se siente héroe (y artista) al pintar de sangre la arena, con su pincel puntiagudo y su paleta roja, el capote.

Así, la tauromaquia es una danza de la muerte.

Pero entonces, ante estas muestras de violencia contra el animal, ¿hasta qué punto la tauromaquia podría o no calzarse dentro del concepto de arte?

Según la definición de arte de la Real Academia Española, un asesinato podría considerarse artístico, pues según sea el caso, puede necesitarse cierta habilidad para perpetrar tan terrible crimen y en algunas ocasiones se puede conseguir la misma estética visual que en una corrida de toros. Si el desangramiento del animal es considerado arte, entonces ¿por qué el de un ser humano no? O, como critica Manuel Vicent, “si la tauromaquia es un arte entonces el canibalismo es gastronomía.”

Aún, considerando la parte visualmente estética de los colores, el ritmo y la música, “hay, sin embargo, algo fuera de lugar y moralmente condenable en convertir la muerte de un animal en espectáculo, y en aplaudir el sadismo contra los animales, como lo hace el público en las corridas”, como indica el columnista Jorge Ramos, en “El Arte de Matar”.

Sabemos claramente que el torero, mediante a sus múltiples herramientas, hiere al animal lentamente, destrozando su cuerpo paso por paso, hasta que éste cae. Es un acto terrible de violencia contra el animal, e incluso una falta contra su derecho a la vida. ¿Por qué el toro siempre muere, y el torero sobrevive? Esto es prácticamente una regla infalible hasta cuando el torero no posee las habilidades necesarias para realizar la corrida. El mal torero vive, el buen toro es sacrificado.

Sucede entonces que en la tauromaquia siempre corre sangre. A veces el toro consigue herir a su verdugo, pero aún así, siempre muere, siempre lo asesinan. No es, desde luego, una lucha de igualdad.

Algunos de los taurinos, seres a favor de la fiesta brava o corrida de toros, alegan que la tauromaquia halla su belleza al ser una lucha de iguales, el hombre y la bestia, la inteligencia contra la fuerza bruta. Sin embargo, quien se detiene a pensar esto concienzudamente, se da cuenta de que en realidad esto no es así.

La lucha entre el torero y el animal siempre es dispareja. El lidiador posee diferentes tipos de armas, como ya se ha explicado arriba, entre las que destacan espadas, puñales y arpones. Mientras que el toro sólo posee su instinto y sus cuernos.  Además, a algunos toros se les reduce los cuernos, para que lastimen menos en caso de que consigan embestir a su contrincante, e incluso se les guindan sacos de arena la noche anterior, para tensarle los músculos del cuello.

Durante la corrida, la bestia es debilitada con cada herramienta que se le incrusta, y si, aún así, ella se muestra muy fuerte y fiera, entra en acción el lancero, un sujeto montado a caballo, cuyo trabajo consiste en atacar al toro con una larga lanza afilada, en distintos tiempos. Todo esto para debilitar al toro.

Además de lo ya explicado, hay otro animal que puede salir herido injustificablemente: el caballo. Durante la corrida los lanceros utilizan caballos en muchos casos, para así facilitar la ejecución del toro, o aunque sea, herirlo y debilitarlo más.  Sin embargo, algunas veces, cuando el toro es muy hábil y fuerte, consigue embestir al caballo, hiriéndolo en todo caso. Así, sucederá que no sólo la bestia saldrá herida, sino también el animal que utilizan para romper la poca equidad que, durante la lucha, exista entre el varón y el astado, antes de que este último sea gravemente herido.

Según todo esto, la lucha no es de iguales, es una disputa entre el toro y el arsenal del torero, que además no está solo contra la criatura. Y ya es sabido cómo termina la tauromaquia.

La muerte de la bestia es celebrada por los espectadores. La crueldad del torero es felicitada por las gentes.

Entonces quién es más violento, ¿el toro, el lidiador o el público?

La tauromaquia se lleva a cabo en espacios donde pueda asistir la gente para entretenerse y apoyar esta práctica, así que la corrida no tiene sentido si no hay quien la aplauda. Incluso cuando las corridas son lo mismo una y otra vez.

La lidia será, en este sentido, una representación que se reproduce una y otra vez, con distintos protagonistas (sobretodo con distintos toros, que por buenos que sean, no sobreviven). La tauromaquia representa claramente la clásica lucha entre el hombre y la bestia. Es una representación más de esta disputa, como, por ejemplo, la que encarnaron Hércules y la Hidra, la de Teseo y el Minotauro, y la de muchas otras historias mitológicas.

La única diferencia es que en la lidia, el toro fue criado para ser la bestia, así como el hombre fue entrenado para matarla tras hacerla sufrir. El astado, no nació para ser asesinado de esa forma, fue moldeado para ello.

Una y otra vez es lo mismo. Si una persona asiste a una fiesta brava,
  podrá ver que las corridas se desarrollarán con procesos similares, que aunque se presenten situaciones distintas en alguna oportunidad, siempre el resultado será el mismo, sino semejante. Al final, el espectador siempre estará asistiendo para ver matar animales. Muchos pagan grandes cantidades de dinero para ver torturar y asesinar toros. ¿O acaso no es la tauromaquia un proceso de tortura?

Según la enciclopedia Espasa, “tortura” se define como “
procedimiento con que se inflige a alguien un grave dolor físico o psicológico. Dolor o aflicción grande”, y torturar como “dar tortura, atormentar”. Bajo estos conceptos, por lo que sufre el animal a causa del toreo, la tauromaquia (“arte de lidiar con toros”, según la misma fuente teórica) es meramente una tortura.

Así, estos textos teóricos, al parecer, aceptan la corrida de toros como una forma de “arte” que no deja de ser “tortura”.

Según lo que el historiador y crítico de la estética, Menéndez Pelayo, señaló en “Historia de las ideas estéticas en España”la tauromaquia pertenece a las artes secundarias: “Son artes secundarias todos aquellos ejercicios y obras humanas que, sin proponerse un fin de utilidad práctica inmediata y participando por esto del carácter desinteresado de las obras estéticas, tienden a hacer resaltar, por medio del libre juego de nuestras facultades físicas o morales, cualidades de fuerza, de agilidad o de gracia, análogos a la belleza, cuando no la belleza misma de la figura humana”.

La tauromaquia cumple con esta definición, siendo una terrible parodia de la belleza, en la que se han anexado, ridículamente, características de la esgrima y de la equitación. Esto no es más que una banalización de formas estéticas de arte y de deporte, en las que, en regla general, no se tortura a nadie por el mero placer de entretener a un público. Aquello que destruye, hiere y mata para divertir masas no debería considerarse arte, menos aún si lo que sufre esta tortura es un animal en desventaja.

Esto demuestra el egoísmo del hombre, e incluso un carácter sádico e injusto, al encontrar jolgorio en el padecimiento de una criatura inocente. Muchos hombres se enriquecen a costa del dinero que pagan aquellos que se divierten en estas fiestas, apoyando esta masacre.

¿Es justo, entretenido y artístico que varios hombres armados acribillen a un animal hasta que sufra una muerte perversamente encarnizada? ¿Es esto arte? Si en lugar de un toro, lidiaran con un hombre, o quizás con una mujer, ¿se le podría llamar arte? Nuestras leyes critican que una persona torture a otra, y lo penaliza, entonces ¿por qué las gentes apremian la tortura de un animal? Ambas situaciones son igual de sádicas, e incluso, si consideramos la severa desventaja que tiene el toro, la tauromaquia es incluso más criminal, y mucho menos justa.

Y aún así, las gradas de las plazas, mataderos del arte, se llenan de público, mientras sus dueños se llenan de dinero.

 Si es la razón la que ubica al hombre por encima de las bestias, parece que cada vez el ser humano es más inferior a ellas. En todo el reino animal, la única criatura que hace sufrir a otra hasta matarla, por puro sadismo y disfrute, es el hombre. ¿Quién es la bestia entonces? Difícil de saber.

La práctica de la tauromaquia, que se ha expandido a lo largo del mundo, afectando en la cultura de algunos países donde se ha arraigado. Pero si se ha empezado a producir en distintos lugares, una y otra vez, ¿Qué sucede con su condición aurática?

Walter Benjamin, en “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, publicado en BENJAMIN, Walter Discursos Interrumpidos I, señala lo siguiente: “Al multiplicar las reproducciones pone su presencia masiva en el lugar de una presencia irrepetible. Y confiere actualidad a lo reproducido al permitirle salir, desde su situación respectiva, al encuentro de cada destinatario”.

La tauromaquia se reproduce una y otra vez en el mundo, en distintos lugares, ciudades y países. Se sabe que en cada corrida el sistema es semejante, que cada toro de lidia fue criado para participar, que cada torero se ha entrenado para matar, que las armas son las mismas aunque cambie el escenario. Se sabe que el principio y el final para los toros serán los mismos. Se sabe que el toro siempre morirá.

Sin embargo algunas veces, los toreos se salen de las líneas previstas, y algunas veces el lidiador sale herido también, que los caballos y los lanceros pueden sufrir heridas, que el público puede salir descontento, pero siempre la obra final será la misma, aunque se usen distintas “tinturas”, la arena siempre se volverá roja.

Y así es en todo el mundo. Lo reproducido sale, desde su situación respectiva, al encuentro de cada destinatario. Así, la reproducción no es técnica (copias hechas por máquinas), sino más bien de carácter manual (como una pintura que vuelve a ser realizada por otro autor). En definitiva cada corrida le quitará el aura a la original, que pierde su esencia única.

De esta forma, si en algún momento una corrida de toros fue aurática, habrá sido la primera en la historia. Después de ésta, cada vez que se ha imitado y repetido, sacrificando a distintos animales en millones de copias cruentas, no habrá existido otra lidia de toros con aura.

Y no sólo existe la tauromaquia en su estado físico, allí en las plazas de toros, sino también se ha fomentado el aprecio por esta práctica (y el desprecio a la vida del animal), mediante reproducciones virtuales. Un ejemplo que ilustra esta idea es el siguiente: “Torero - Arte y Pasión en la Arena” es un videojuego desarrollado por GamePro, en el que un conocido torero enseña a los usuarios las más refinadas y “estéticas” formas de torturar y matar a los toros de lidia, expandiendo la terrible práctica incluso entre los niños más pequeños, que, en la mayoría de los casos, aún tienen muy poco sentido sobre el valor de la vida. ¿Es ésta una buena herramienta para la crianza de los hijos? ¿Enseñarles a disfrutar del sufrimiento de animales indefensos, inculcándoles interés en las corridas de toros? No se debe olvidar que la violencia deriva en más violencia.

Así, se evidencia que la tauromaquia se ha traspasado a distintos medios. Algunos de ellos menos crueles, existiendo algunas presentaciones con un sentido crítico de la tauromaquia, que impulsa al pensamiento y la reflexión.

Uno de estos casos se muestra en una obra del reconocido caricaturista venezolano Roberto Weil. Se trata de “El Buen Torero”, publicada en la revista Dominical, en octubre de 2011.



Esta imagen presenta distintos elementos representativos que a continuación se enumeran y estudian:

1.-El tablero de ajedrez.
2.-Las piezas en el suelo.
3.-La expresión del toro y del torero. Sus posturas.
4.-La ubicación del lancero.
5.-Los músicos.
6.-La diversidad del público, su participación e interés.
7.-El título de la caricatura.

Para hacer un análisis ordenado y comprensible de la obra completa, ésta es evaluada punto por punto, de la siguiente forma:

1.- El tablero de ajedrez: representa la paridad, la igualdad de condiciones. Es un juego en el que ambos participantes tienen las mismas herramientas y condiciones al inicio. Antes de comenzar a jugar, ambos poseen las mismas oportunidades.

El ajedrez, además, es un juego de razón, de pensamiento, no de sangre. En él no se muestra violencia, ni tortura, no hay sufrimiento ocasionado interesadamente para llamar la atención de un público ansioso de ver dolor. No se muestra el sadismo que aparece en una corrida de toros, ni las injusticias acometidas contra un animal presionado y arrinconado, mediante el uso de armas de guerras y herramientas para torturar y herir.

También cabe resaltar que el ajedrez es una forma de entretenimiento que nutre y aporta a quienes juegan un sentido de pensamiento y de valor, entre otras cosas, por las piezas que se tienen. Es una metáfora a la forma en que se utilizan los instrumentos de los que se dispone, de pensar meticulosamente antes de actuar. Así, aún en la búsqueda de la victoria no correrá sangre, la arena no se tintará de dolor.

A su vez, el tablero de ajedrez, dividido igualitariamente, es el verdadero campo de batalla en esta caricatura, no la plaza de toros.

Esta imagen es, finalmente, la sublimación del toro.

2.- Las piezas en el suelo: como una analogía a la sangre, las piezas perdidas yacen en la arena, a ambos lados de la contienda.

A simple vista, ambos jugadores han perdido el mismo número de fichas, manteniendo una condición de igualdad entre ellos.

En la tauromaquia jamás ocurre algo como esto, pues incluso cuando el torero sale herido, sigue siendo el astado quien sangra más. Al final, se debe recordar que es la bestia quien muere siempre, pase lo que pase durante el duelo.

Además, otro detalle que señala la igualdad entre ambas partes es el hecho de que las piezas negras que se encuentran caídas, y que pertenecen al toro (observar que el lidiador se dispone a mover una figura blanca), están del lado del torero, mientras que las del hombre, las blancas perdidas, están junto al toro. En la corrida, sin embargo, el bovino yace sobre sus propios vómitos de sangre.

3.- La expresión del toro y del torero, sus posturas: este es otro punto interesante a evaluar.

Primero se muestra al toro, concentrado. Éste se rasca la barbilla con una pezuña, sugiriendo pensamiento, mostrando que reflexiona sobre lo que está ante sus ojos. Así, se muestra como una figura que razona, no como un símbolo de fuerza bruta.

En la imagen se puede apreciar que la bestia está sonriente, no se puede determinar si el toro ganará o perderá, pero sí es resaltante el hecho de que se está divirtiendo.

La criatura está cómodamente sentada frente al tablero, observando la jugada del torero, jovialmente. Esto se puede interpretar de la siguiente manera: le gusta el movimiento que está haciendo el lidiador. Esto podría deberse a que éste último está siendo seducido por una táctica del toro, lo cual es perfectamente acorde a la modalidad de juego del ajedrez.

En la tauromaquia, es el torero quien se muestra divertido ante los movimientos del astado, pues bien sabe que tiene la ventaja sobre éste, escudado en su arsenal y en el apoyo que le dan todos los que están presentes en la corrida, como es el caso de los lanceros.

Por la expresión que tiene el rostro del torero, se ve fatuo al ejecutar su jugada, se muestra vanidoso al mover su pieza. Sus ojos cerrados, aunados a su posición relajada, pueden simbolizar que está confiando en lo que está haciendo, aún sin fijarse (por estar cegado) en la sonrisa (¿de triunfo, quizás?) que muestra el toro ante el movimiento. Esto hace que el lidiador luzca incauto.

Un detalle interesante en la figura del torero es la ubicación de sus armas. El hombre lleva sus espadas tras él, lejos del tablero de juego, la real arena de duelo. Así, se muestra indispuesto a herir al toro. Las peligrosas piezas, alegorías de la violencia y del sufrimiento, permanecen recostadas, apartadas. Las puntas señalan hacia la arena, y las caras filosas dan la espalda al ajedrez.

La simbólica capa roja o capote, corre por la espalda del torero, a escondidas del toro, donde éste no puede verla ni sentirse desafiado o incitado a atacar. La pieza colorida no forma parte de la imparcial partida.

 4.- La ubicación del lancero: en el costado derecho de la imagen, se encuentra el lancero sobre su caballo, bastante apartado del duelo.

Sin embargo se le puede ver ubicado del lado del torero, quien está sentado a la derecha  del tablero, con su arma en mano, demuestra estar pendiente del juego, atento a lo que pueda suceder.

En la tauromaquia, como ya se explicó antes, la labor del lancero es herir al toro en caso de que éste se muestre muy fuerte, resistente y fiero, para facilitarle el trabajo al torero, su aliado en el duelo.

Sin embargo se encuentra totalmente alejado del lugar del enfrentamiento, mostrándose limitado, pues, al ser un juego de razón (y de nuevo, no de sangre), su herramienta de guerra no servirá de nada. En la tauromaquia, el lancero siempre estará dispuesto a atacar al toro, haciendo uso de su caballo domado y de su lanza feroz.

5.- Los músicos: si se observa la ubicación de los músicos, ellos se encuentran apartados, del lado izquierdo. Nadie pone en duda que la música es arte, pues no cualquiera la puede crear, requiere pericia, transfiere sentimientos, es pura y limpia, y, a diferencia de la tauromaquia, no es construida para destruir otras formas de vida, para propulsar la maldad y la tortura, no provoca en el público sentimientos de amor hacia la muerte de otros seres, menos aún los animales. Los instrumentos para hacer música son melodiosos y tónicos, no sangrientos y afilados. Nunca será lo mismo una guitarra de paz que una lanza de guerra.

Esta muestra de arte, la encontramos en el costado izquierdo de la imagen, del lado del toro, análogo al lancero, que se encuentra del lado del torero.

Toda esta simbología puede ser entendida de esta forma: en la tauromaquia, el arte apoya al toro, mientras la violencia, y los violentos, apoyan al lidiador.

6.-La diversidad del público, su participación e interés: aquellos que se encuentran detrás de la escena de duelo, son los espectadores. En ellos se encuentra una clara representación (re-presentación) de la sociedad. Se muestran de izquierda a derecha, los siguientes elementos:

-El sujeto típico que vive de la tecnología, llevando sus aparatos a todas partes, incluso cuando sale a entretenerse con otras actividades.
-El ocioso e indiferente.
-El amante de la música.
-Aquel que siempre se queda dormido.
-El alcohólico, amante de las fiestas y vividor de parrandas.
-Hay también una representación del famoso cuadro “El Grito”, de Eduard Munch.
-Los que conversan siempre.
-Los que se besan, sin importar el lugar y la situación.
-Los fotógrafos, que pueden ser entendidos como “la prensa”, siempre presente en los acontecimientos. Si vemos al fotógrafo que porta una cámara de lente alargada, éste se está enfocando en el torero, en el hombre, nunca en el animal. Es así como ocurre con los fanáticos y defensores de la tauromaquia.
-El jovial.
-El distraído.
-El pintor y la que posa desnuda para la obra de arte.
-Los esposos que discuten en todo momento. En este caso se observa que el hombre se está fijando en la mujer desnuda, una muestra de cómo el ser humano se encuentra afectado también por sus instintos animales.
-La mujer que reza, la religiosa.
-Jesucristo y el Diablo. El primero se muestra rogando al presenciar el duelo entre hombre y animal, ambas creaciones de Dios, mientras que el demonio se muestra contento, eufórico, observando la disputa entre los protagonistas.

Entre todo el público, sólo hay tres figuras representativas atentas a la “lidia”: el fotógrafo, Jesús y el Diablo. Es de entender entonces que frente a la tauromaquia, sólo aquellos representados por estos personajes se fijan en las corridas de toros. Y, precisamente, son los tres perfiles, las tres posturas, que genera la tauromaquia. En el orden en que se muestran, tendremos:

-Los que se aprovechan de las fiestas bravas para su propio beneficio, representados por el fotógrafo de la gran cámara.
-Los que ruegan y luchan por detener dicha masacre: simbolizados por Jesucristo.
-Los que disfrutan ver derrames de sangre inocente, por puro entretenimiento y disfrute, sin considerar las consecuencias a las que la tauromaquia conlleva y el sufrimiento de los menos favorecidos. Y sin embargo no se limita a valorar el dolor del toro, pues cuando el torero sale herido, hay muchos que se emocionan y disfrutan de ello. Todo esto es el sadismo, el morbo, y la falta de razón y de “humanidad” en el hombre. Éste es el perfil que encarna el Diablo.

En cuanto al resto del público, se puede entender que le prestan poca atención al "duelo", porque cada quien está metido en su propio mundo, atendiendo sus propias necesidades y haciendo caso omiso de la tauromaquia. Así, la sociedad se preocupará siempre de sus intereses personales e individuales, independientemente de lo que ocurra en el rodeo. Esto se cumple aún cuando sea por ignorancia sorbe el tema de las corridas.

Así describe la imagen a la humanidad y su reacción frente a la tauromaquia.

7.- El título de la caricatura: Weil, el autor, llamó a su obra con el nombre de “El Buen Torero”.

Esta es una referencia a su vez, a todo lo que se encuentra en la imagen y al resultado que tendrá la situación allí planteada: aunque el lidiador venza, no matará al toro.

Tras una lucha de  iguales, en un duelo con las mismas condiciones, “El Buen Torero” no matará a la bestia, sin importar qué ocurra.

Pero este dibujo sólo es una obra más sobre la tauromaquia, que, no se puede negar, ha propulsado al verdadero artista a crear obras impresionantes. Otro ejemplo de esto es la pintura “Corrida de Toros”, de Francisco Goya:




Este cuadro muestra en un sentido mucho más real lo que sucede en la tauromaquia, antes de que se convierta en una masacre y  en una falta de respeto a la vida. Allí aparece el lancero, preparándose en su caballo para herir a la bestia, que debe ser muy fuerte y vivaz. Sin embargo, tras el instante que captura la imagen, sólo quedarán sangre, aplausos y un amasijo de carne bovina.

Afortunadamente, esta representación, hecha por Goya, es meramente una imagen, presentando así menos violencia que en cualquier plaza de toros en que se haga una reproducción de la tauromaquia.

A propósito de ligar la tauromaquia con obras de arte famosas, es importante señalar que Mario Vargas Llosa, un conocido novelista y ensayista, expone en su artículo “Torear y otras maldades”, que “para quien goza con una extraordinaria faena, los toros representan una forma de alimento espiritual y emotivo tan intenso y enriquecedor como un concierto de Beethoven, una comedia de Shakespeare o un poema de Vallejo”. Pero ¿dónde está la crueldad en Beethoven, Shakespeare o Vallejo? ¿Dónde corre la sangre inocente en sus trabajos? Las ideas sin fundamento que expresa Llosa no son más que la respuesta que dio a una anécdota que relata en el mismo texto, que narra una discusión que tuvo con una señora por que ella estaba en contra de la tauromaquia.

Vargas Llosa alegó a la hipocresía de la mujer, señalándole que su postura era hipócrita, pues ella comía una langosta durante la discusión. El escritor le explicó que el crustáceo había sufrido más antes de morir, que un toro de lidia durante la tauromaquia.

Si bien estos factores no son comparables con precisión, y sí existía cierta hipocresía en la postura de la dama, no hace menos cruel la existencia de las corridas. Los taurinos alegan que los que están en contra de esta práctica apoyan procesos más atroces, pero, aún si esto fuese cierto, la existencia de la crueldad en dichas costumbres no niega la que se aprecia en la tauromaquia. Es un hecho que las corridas de toros no son la única injusticia en el mundo, y menos aún la única que se debe corregir. Si el argumento es el consumo como alimento, la respuesta es que nadie se alimenta de los elefantes asesinados por el marfil de sus colmillos, nadie se alimentaba de los recién extintos rinocerontes negros, y nadie se alimentará de los lobos, que cada vez están más cerca de la total desaparición. La tauromaquia no es el único acto humano contra los animales que deberá erradicarse.

También señala Vargas Llosa que “nadie puede negar que la corrida de toros sea una fiesta cruel. Pero no lo es menos que otras infinitas actividades y acciones humanas para con los animales, y es una gran hipocresía concentrarse en aquella y olvidarse o empeñarse en no ver a estas últimas.Estas líneas afirman lo que los párrafos anteriores señalan, mientras que el escritor peruano sigue presentándose sin argumentos.

Más adelante, el autor del mencionado artículo señala que la tauromaquia “es una antigua tradición profundamente arraigada en la cultura, una seña de identidad que ha marcado de manera indeleble el arte, la literatura, las costumbres, el folclore, y no puede ser desarraigada de manera prepotente y demagógica, por razones políticas de corto horizonte, sin lesionar profundamente los alcances de la libertad, principio rector de la cultura democrática”. Para evaluar estas palabras, se debe considerar el siguiente concepto, extraído del diccionario de la Real Academia Española:
Cultura (del lat. cultūra):
1.  Cultivo.
2.  Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.
3.  Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”
En esta medida, una práctica será cultura constructiva -y real- siempre que ésta vele por fortalecer los valores del ser humano, hacerlo más inteligente, reflexivo y civilizado, desarrollarlo como persona y como parte de un pueblo. La tauromaquia, como cualquier acto que humille, destruya, mate y elimine, no podrá ser considerada entonces como cultura.

Más adelante, para cerrar su artículo, Mario Vargas Llosa escribe que “destruir una de las más audaces y vistosas manifestaciones de la creatividad humana, reorientará la violencia empozada en nuestra condición hacia formas más crudas y vulgares, y acaso nuestro prójimo. En efecto, ¿para qué encarnizarse contra los toros si es mucho más excitante hacerlo con los bípedos de carne y hueso que, además, chillan cuando sufren y no suelen tener cuernos?” Sin embargo para estas líneas tampoco presenta un argumento que lo justifique.

Aún así, un punto es rescatable del texto de Vargas Llosa: la humanidad es injusta, violenta y poco razonable. No se puede describir el daño que le ha hecho el hombre al reino animal en su totalidad, pues, si ni siquiera es capaz de valorar a su igual- pues la gente asesina gente y los hermanos torturan hermanos-, la sociedad está perdida, y con ella todo un mundo de inocentes criaturas.

Una famosa frase de Schopenhauer dice que “la conmiseración con los animales está íntimamente unida con la bondad de carácter, de tal manera que se puede afirmar de seguro, que quien es cruel con los animales no puede ser buena persona”. Es de notar, entonces, que los toreros, definitivamente, son crueles con los toros de lidia, no importa cuál reproducción de las corridas se esté estudiando.

Así, la práctica de la tauromaquia se ha expandido a lo largo del mundo, en distintas formas y con distintos personajes resaltantes, distintos autores de un mismo crimen (que no es sentenciado ni castigado). Miles y miles de toros se han sacrificado, tras años de preparación, para ser cruelmente heridos, debilitándolos poco a poco hasta darles muerte. Esta es una acción y representación que se reproduce año tras año en un sinfín de masacres injustificadas.
En la práctica de la lidia no hay aura, sólo tortura y sufrimiento pagados y remunerados. La música, la danza, y demás formas de arte que se incluyen en la tauromaquia son banalizadas y usadas con propósitos carentes de contenido, de sentimientos de belleza, de estética y de sentido real, pero que están repletos de injusticias, de morbo y de sadismo. Matar no es arte, sobretodo si lo que se asesina es la sensibilidad del hombre.



Jesús A. Serrano (BlackJASZ)

Objetos:

-BENJAMIN, Walter. “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936)”. Publicado en BENJAMIN, Walter Discursos Interrumpidos I, Taurus, Buenos Aires, 1989.

-DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Disponible en: http://buscon.rae.es/draeI/
Fecha de Consulta: 5 de Noviembre de 2011

-GARCÍA, Moisés. Tauromaquia, Arte y Cultura”. Disponible en: http://www.asotauro.com/index.php?option=com_content&view=article&id=388:tauromaquia-arte-y-cultura&catid=15:tauromaquia-y-cultura&Itemid=35

Fecha de consulta: 5 de Noviembre de 2011
Texto que expone porqué la tauromaquia es una expresión artística y cual es su valor cultural. Critica también sobre el aspecto violento de la conocida práctica.

-Gran Enciclopedia Espasa, tomos 2 y 19. Editorial El Nacional. Colombia. Año 2005. Págs. 944, 11174, 11445.

-RAMOS, Jorge. “El arte de matar”. Publicado el 22 de julio de 2011. Disponible en:

http://www.ocexcelsior.com/articles/matar-6026-toro-arte.html
Fecha de Consulta: 5 de Noviembre de 2011
El columnista Jorge Ramos expone la tauromaquia como expresión cultural y el efecto que tiene sobre los niños, poniendo de ejemplo a su propio hijo. Habla también sobre la estética y el arte visual dentro de las corridas de toros.



-SORDÉ,  Albert. “Sufrimiento Corporal De Los Toros Durante La Corrida”. Publicado en julio de 2011. Disponible en:

Fecha de Consulta: 5 de Noviembre de 2011
El Dr. Albert Sordé, importante y reconocido veterinario, describe paso a paso todo lo que ocurre con el toro durante las famosas corridas.


Artículo taurino, que alega que las corridas de toro son artísticas y culturales.



-“TORERO – Arte y Pasión en La Arena”. Videojuego de GamePro publicado en 2002. Ficha técnica disponible en:
http://www.mobygames.com/game/el-juli-presenta-torero-arte-y-pasion-en-la-arena
Fecha de Consulta: 30 de Noviembre de 2011

Torero: Arte y Pasion en la Arena is one of the few games dedicated to the art of the "corrida de toros", or Spanish-style bullfighting, a very popular show in Spain, Mexico and southern France. This simulation recreates the three "tercios" (phases) of a real bullfights and allows you to take control of three different members of the "cuadrilla" (team of bullfighters): picador, banderillero and matador.”



-VARGAS LLOSA, Mario. “Torear y Otras Maldades”. Publicado el 18 de abril de 2010, Ediciones EL PAÍS, SL. Disponible en:
El escritor Mario Vargas Llosa expone su postura ante la Tauromaquia como forma de arte e importante expresión cultural.
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