martes, 26 de abril de 2011

Doce Demonios - Capitulo 2

                                            Capítulo 2

           Once de las avionetas personales del Señor Rogers ya se encontraban camino a casa. Sin embargo la que faltaba aún no estaba lista para partir. Sus ocupantes desesperaban, pues faltaban tres hombres a bordo. Dos de ellos no tenían mucha importancia: un par de peones brutos que cumplirían con su trabajo y se marcharían contentos con unas pocas monedas en sus bolsillos. Ambos eran simplemente dos típicos“gorilas” que resultaban ser en realidad poco menos que animales irracionales.

Pero el tercer hombre -al que traían los dos primeros- a pesar de que se mantenía serio y tranquilo, parecía ser una especie de monstruo salvaje y demente, de aquellos que abundan, pero que a la vez son difíciles de hallar cuando los buscas.Sus cansadas facciones denotaban amplia experiencia y conocimiento, su fornido y atlético cuerpo lo hacían lucir como un guerrero, pero su historial lo señalaba como un asesino alto y serio, que sólo mostraba una triste mirada apagada, cerrada ante cualquier asomo de emociones. Aquel sujeto no sonreía ni con el rostro ni con el corazón.

                Así se mostraba Smith entre las rejas principales de la prisión más cruel de Guatemala, y quienes lo vieron surgir de aquellas tinieblas sintieron una corriente helada de terror corriendo por sus nervios, esparciéndose con premura en sus estremecidos cuerpos. Aunque el monstruo estaba esposado y llevaba un grueso collar con cadenas, todos a su alrededor temieron por sus vidas, aunque fuera por tan sólo unos segundos.

-Bien-susurraron las sombras del jefe carcelero-, me enorgullece haber cerrado este trato con el honorable Señor Rogers. Estoy seguro de que brindará un apropiado castigo a este hombre.
-Y el Señor Roger se enorgullece de que usted aceptara su generosa oferta por esta escoria- respondió el responsable del décimo segundo traslado-. Y agradece su discreción en cuanto a este tema.
-Asegúresela de mi parte a su superior. Renunciaría a mi vida antes que a mis palabras. Aunque de todas formas ese hombre estaba condenado a muerte.

Y con rudos movimientos y forcejeos, cuatro guardias introdujeron a Smith en la costosa avioneta, que no tardó mucho en despegar.



   En aquella mansión se reunieron todos aquellos que importaban, horas y horas después de que arribara el décimo segundo vuelo. Era tan grande que aún nadie la había recorrido completa, excepto el creador que le dio vida.

                Y fue en la sala de estar, bellamente adornada con estatuas, flores, lujosas lámparas y demás lujos, donde finalmente comenzó a tomar realismo aquel cruel juego.

                El dueño de dichas maravillas se regodeaba de su anhelada posición económica, mientras que lentamente llegaban sus doce adquisiciones, arrastrando varias cadenas y esposas conectadas entre ellos.

-¡Ay, no puedo esperar a verlos comenzar!- reventó aquella voz chillona, que pertenecía al Señor Rogers.

                Aquel oscuro juego había sido ideado por él mismo, y le hacía sentir como un genio sin comparación (sentimiento que fortalecían sus aduladores amigos, algunos casi tan ricos como él mismo y otros casi tan falsos como su buen gusto).

                Fanfarroneaba ante ellos sobre su “maravillosa idea”, explicando paso a paso cómo ésta sería vivida por sus doce marionetas allí presentes, quienes escuchaban con poca o ninguna atención, a pesar de los grilletes.

-Damas y caballeros- exclamó el Señor Rogers-, bienvenidos a mi nuevo show. Les presento a los doce condenados, feroces y peligrosos criminales provenientes de distintas partes del mundo, sentenciados todos a morir por causa de sus pecados. Ahora están aquí reunidos para luchar por sus propias vidas y por nuestro entretenimiento. La vida y las circunstancias los ha entrenado para ser quienes son, guerreros listos para la acción, nada más que demonios entre los hombres. Las reglas de este juego son muy sencillas: matar o morir.

Un bufido de quejas gruño de la garganta de los pocos condenados que le prestaban atención, mientras que el resto se limitaba a ver el techo. Mr. Rogers continuó:

-Serán soltados en distintos puntos de mi isla, la cual deberán recorrer para conseguir su objetivo: eliminar a los otros once criminales.Paso a paso serán observados por mis cámaras, dispuestas a lo largo de esta tierra entre mares. Como pueden observar, a cada uno se le ha instalado un delicado dispositivo en uno de sus tobillos, con suficiente pólvora como para destruirles sin dejar rastro alguno. Éstos estallarán inmediatamente si intentan quitárselos, si intentan escapar o si entran en una zona prohibida, habiendo una en específico para cada uno de ustedes. Dichas piezas emiten una señal recibida por nuestros GPS, que registran en tiempo real sus posiciones exactas, y un contador con un tiempo límite establecido para todos ustedes.

                Para aquel momento todos habían callado y escuchaban con sumo cuidado, preocupados por sus destinos y vidas. El Señor Rogers sonrió al notar que tenía finalmente la atención de todos los presentes y continuó explicando:

-¿Ven la tira roja en sus dispositivos? Remuévanla y a los diez segundos: bum! Dispondrán de treinta horas para eliminar a la competencia, si ninguno ha ganado en ese tiempo, bum!

Todos callaron, mientras la mirada de los condenados se encendió de ira, de desesperación o de ansiedad. Entonces los del Sr Rogers brillaron de júbilo y prosiguió con su monólogo:

-Para ayudarles a alcanzar esta meta, recibirán también un pequeño kit de supervivencia compuesto por dos litros de agua potable, un par de panes y un arma aleatoria (designada según su la suerte). Todo esto es fruto de mi generosidad.

                Una amplia sonrisa iluminó el rostro del Señor Rogers, la cual fue recibida por un estallido de aplausos por parte de sus amistades. Acto seguido, doce trabajadores ingresaron con un bolso de mano cada uno y se colocaron en fila junto a su jefe, frente a los prisioneros, al tiempo que todos callaban nuevamente para escuchar al dueño de la isla.

-Gracias, gracias. Ahora, les recuerdo que esto es un juego y como tal, ¡es menester establecer apuestas! Les presentaré entonces, de uno en uno a los doce demonios. En este momento recibirán su correspondiente kit, que no deberán revisar hasta que comience a correr el tiempo. Para asegurarnos de que cumplan con ello, mis guardaespaldas les escoltarán en todo momento, así como hicieron cuando les trajeron hasta acá. Bueno mis amigos, como les prometí, de izquierda a derecha: de Europa, tenemos al participante número uno: Frederick H. Holmes, apodado en las cárceles inglesas como El Doctor Muerte. Tiene cuarenta años. Su fama se debe a que violó y asesinó a más de cuarenta pacientes, todas mujeres jóvenes y acaudaladas. Este sujeto, según se dice, es un genio a la hora de seducir, mentir y engañar, como podrían corroborarlo sus ex-esposas.

Uno de los trabajadores, elegido por Mr. Rogers, llevó su bolso a El Dr. Muerte, un hombre de facciones suaves, pero de físico fuerte y aspecto resistente. Aunque su negro cabello era largo y no se había afeitado el vello facial en días, se veía mucho más joven de lo que era en realidad. Debido a que era apuesto, despertó fuerte simpatía en las mujeres presentes. Con una leve sonrisa, tomó el bolso que le tendían y se sentó en el frío suelo. Los observadores aplaudieron al sujeto.

-También desde Europa, con ustedes, el participante número dos: el italiano Genaro Masso, conocido en los bajos fondos comoIl Freddo”. Con tan sólo veintiún años se convirtió en un famoso capo de la mafia, narcotraficante y asesino en serie. Inteligente y meticuloso, consiguió establecer contrabando con diversos países. Se desconoce el número exacto de asesinatos que ha cometido.

                Otro trabajador, seleccionado al azar también, entregó su bolso al sujeto mencionado: un joven de apariencia serena, inmutable y seria, con un claro aire de dominio y malicia. Fuertes aplausos acompañaron a Il Freddo cuando recibió su kit.

-Excelente, cierto? Prosigamos entonces. El siguiente es uno de mis favoritos, desde Norte América, les entrego al tercer participante: Deuce Crown, nacido en Estados Unidos hace veinticinco años. Sujeto demente, amante de los riesgos y la adrenalina, homicida, culpable de un fuerte robo a mano armada. Mató al guardia de un vehículo blindado y escapó en una bicicleta con $100.000 en un bolso. Posteriormente robó $10.000.000 a una compañía de seguridad, tomando a dos guardias como rehenes, a los cuales posteriormente esposó y les inyectó una sustancia desconocida que los dejó inconscientes. Su cuerpo tiene diversos tatuajes y cicatrices, éstos últimos son cosa de su locura.¡Díganme que no es un excelente sujeto!

                La gente aplaudió con estridencia al hombre presentado, quien se levantó y esbozó una alegre y desquiciada sonrisa a la que faltaban dientes, luego se inclinó ante ellos a modo de reverencia, haciendo que aumentara el volumen de los aplausos. Otro trabajador le dio su kit, a pesar de que el aspecto extremadamente descuidado de aquel delgado pelirrojo le espantaba. Deuce volvió a inclinarse sonriente y tomó su lugar, mientras la gente continuaba aplaudiéndole.

-Maravilloso. Ahora, les presentaré a dos sujetos simultáneamente, los participantes cuatro y cinco: el deportista mexicano Víctor De La Cruz, apodadoEl Vicy la estafadora Jessica Sweetheart, la jovenSweety, también mexicana. Ambos tienen veinticinco años y son culpables de asesinatos múltiples. Se conocieron en  una salvaje cárcel norteamericana, tras lo cual establecieron una fuerte relación amorosa que aún persiste. Lástima que este juego destruya tan tierna situación, pues al menos uno de los dos deberá morir para que el otro se salve.

Vic, cual enorme y fornido que era, se levantó iracundo, dispuesto a atacar a aquel sucio hombre que los había comprado como si se tratara de simples objetos, pero en seguida varios sujetos con aspecto de gorilas se abalanzaron sobre él, reduciéndolo a golpes, mientras su novia, impotente, lloraba a su lado, sujeta por otros dos guardaespaldas.

El Señor Rogers se mofó de lo que ocurría, mientras otros dos trabajadores seleccionados aleatoriamente dejaban sus kits frente a sus correspondientes dueños. Algunos sujetos aplaudieron alegremente, mientras otros pocos imitaban a sus amigos pero sin aprobar la situación, incluida la dulce Chasey. Sin embargo, nadie más que Vic y Jessica Sweety se quejaba abiertamente.

-Ahora ante ustedes, queridos amigos, el sexto participante, desde América Central les traigo a Lucas Manuel,El Salvaje. Es oriundo de Costa Rica, tiene treinta y cinco años y es uno de los más despiadados y terribles asesinos mundiales, además de violador en serie. Su infancia y juventud fueron difíciles, y su estilo de vida le preparó para volverse una indomable bestia. ¡Aplausos por favor!

                Enérgicos y asustados aplausos asomaron, pues hasta entonces aquel era el sujeto más temerario que muchos habían visto en su vida. Aunque no era enorme y musculoso como Vic, su aspecto y más aún, su aura eran los de un cruel verdugo sin piedad ni corazón.Parecía emanar energía negativa a quienes le vieran, un fenómeno inexplicable e incomprensible. Se acercó suave y lentamente al trabajador que le entregaría su bolso, recibiéndole con un rostro seco, cubierto de frondosos y sucios vellos, que no hacían más que acentuar su peligroso aspecto. Él era uno de esos sujetos a los que nadie querría acercarse, y fue precisamente eso lo que le encantó a los espectadores. Tomó su kit y se sentó en silencio, con un rostro que parecía no variar ante nada.

-Viejo, ¿qué pasa contigo?- le susurró a Lucas el hombre que tenía a su derecha, impactado y consternado.
-Lo mismo de siempre- respondió éste con una cruel e irónica sonrisa, preocupando aún más al otro sujeto.

El Señor Rogers prosiguió con las presentaciones:

-El siguiente, el octavo participante, es conocido en su tierra como José Torero, o simplementeEl Caña Nació en Venezuela, tiene treinta y ocho años. Según tengo entendido, es un sujeto alegre y risueño, jugador y bebedor. Famoso por sus gustos por las bromas pesadas y por su excesivo amor por fuertes bebidas alcohólicas. En una noche asesinó a doce personas, incluida su esposa, e hirió a veinte más sin piedad.

             Pocos aplaudieron a El Caña, pero poco le importó, se limitó a levantarse sonriendo, tomar su bolso y sentarse de nuevo. Era un sujeto alto, de contextura normal y aspecto jovial y burlón.

-Agradezco su entusiasmo- declaró humildemente el Señor Rogers-. Y para demostrarlo, he aquí una joyita extraída del lejano Brasil, la séptima participante: Isaura Da Silva, una fuerte y sensual nena de veintiséis años. Es una mujer fría y rencorosa, culpable de muchos asesinatos exóticos, como quien los ejecutó.

              Una mujer hermosa y esbelta, de piel canela y mirada atrayente se colocó de pie para recibir no sólo su kit aleatorio, sino además un muy caluroso aplauso de parte de todos los espectadores masculinos. Ella sonrió forzosamente, apática, y se sentó donde le correspondía.

-Bien amigos míos, salimos de la exótica Sur América para pasar a la interesante Asia. El siguiente elemento, el participante número nueve, fue elegido por mi querida Annela, que lamentablemente no podrá venir porque ayer enfermó. En vista de que no recuerdo mucho de él, llamémoslo simplemente Lee. Aparenta unos veinte y tanto años y me parece recordar que era un artista marcial culpable de varios asesinatos, que tras perder una importante competencia sufrió un ataque de ira y asesinó a sangre fría (y a mano limpia señores) a quien le robó el título, a su entrenador y a sus compañeros. Sólo habla su idioma natal así que no entiende nada de lo que decimos, creo.

                Algo extrañados, los amigos del Señor Rogers aplaudieron mientras el asiático recibía su kit. Luego él comenzó a abrirlo y tres sujetos fornidos intentaron detenerlo, recibiendo como respuesta una amplia gama de golpes y patadas que los dejó fuera de sí, a pesar de que el convicto estaba encadenado y esposado. Sin embargo otros ocho hombres se habían aproximado ya a su espalda, logrando atarle bien manos y pies.

                Los que observaban se impactaron de inmediato y aplaudieron con energía al luchador, haciendo que Mr. Rogers se sintiera satisfecho por todo aquello.

-Prosigamos, compañeros, pues aún quedan criminales por presentar. Nacidos en Sur África, tenemos a los hermanos Mathew y Andrew, siendo el segundo cuatro años menor que su pariente. Fueron apresados por homicidio y robo contra una familia rica de Sídney, donde posteriormente les capturaron mientras descansaban en un lujoso hotel. Otro caso triste, semejante al de los novios, sólo que estos dos están unidos, además, por un lazo de sangre.

                Dos hombres de piel oscura, altos y de contextura fuerte se pusieron de pie, sin mostrar emociones en sus rostros, mientras les otorgaban sus kits de supervivencia. Al igual que con la pareja de amantes, no todos los presentes se mostraron de acuerdo con aquello.

-Por último, el participante número doce, un sujeto difícil de hallar, de tratar y de traer: el joven Sr. Smith. Treinta y dos años, asesino, racista, fugitivo de la FBI. Detonó una clínica de retrasados y discapacitados.

                Todos los presentes le observaron en silencio, con asombro, y con temor. Cuando se levantó, el designado para entregarle su kit vaciló un momento, pues entre la descripción del sujeto y su aspecto, nadie quería acercársele mucho, ni siquiera algunos de los asesinos que allí se encontraban. Pero Smith se limitó a tomar el bolso y colocarse en su puesto, sin mostrar expresiones de ningún tipo. El Señor Rogers lo observó con una mezcla de orgullo y de recelo, y luego siguió hablando:

-Recuerden entonces: si en treinta horas no hay un ganador, todos mueren. No deben intentar escapar, ni forzar sus dispositivos o morirán instantáneamente. Si le quitan la tira de color rojo, estallarán a los diez segundos. No se queden mucho tiempo en las zonas prohibidas, o el explosivo detonará en menos de cinco minutos. Notarán que están en zona prohibida por un silbido que emitirá el aparato. Ganen y serán liberados, señoras y señores. Y ahora sólo me queda por decir: ¡Que comience el juego!

                El Señor Rogers comenzó a reír estridentemente cuando una brillante luz roja se encendió en todos los dispositivos y los quejidos resonaron en distintos idiomas. Mientras unas doce personas temían por sus vidas, otras docenas aplaudían por la felicidad de uno sólo.




BlackJASZ





Lista de Capítulos:
-Capítulo 1

viernes, 22 de abril de 2011

Doce Demonios - Capitulo 1

Una Breve Nota del Autor

El siguiente relato está basado en una película de acción llamada "Los Condenados". Créditos a ellos que me dieron la idea principal. Mantuve más o menos la misma trama, pero varié bastantes cosas (cambié a todos los personajes y agregué dos criminales más, por ejemplo. Todos los criminales que utilice para la historia, están basados en personajes reales y famosos en sus distintas épocas).

Si no la conocen o no la han visto, ¡véanla! Pero después de leer mi historia, para que no se arruinen el texto jajajaja

Hay escenas que son muy fuertes y el lenguaje que utilicé en algunas partes también es bastante fuerte. Así que si tienes menos de 

18 años

 por favor abandona este artículo (y vete a otra de mis historia jajaja). Lo mismo si te disgusta el estilo de narración y la trama que usé en este relato.

Los siguientes capítulos tendrán un anexo con los personajes y además links hacia cada capítulo. Esto hará más cómoda la lectura.

Sin nada más que agregar, ¡espero disfruten el relato! Y si pueden, dejen sus comentarios (que siempre son bien recibidos y agradecidos).
¡¡¡¡GRACIAS!!!!

Jesús A. Serrano Z. (BlackJASZ)





Capítulo 1


Todo ocurrió por culpa y causa del multimillonario Señor Rogers, uno de los más acaudalados hombres en el mundo. En aquel entonces se creía que vivía en una lujosa mansión de Florida, pero sólo era un engaño, pues realmente se residenciaba en alguna isla desconocida, apartado de toda civilización.

Discretamente, Mr. Rogers compraba todo lo que necesitaba-y lo que no- a un compañero y viejo socio suyo, que le hacía llegar todo en un barco de su propiedad.

Sus amigos -tanto los de verdad como los que sólo aparentaban serlo- lo visitaban con poca frecuencia, pero todos guardaban el secreto de la ubicación de aquella isla, a la que llegaban en sus aviones privados.

                El Señor Rogers no vivía solo en aquella isla, pues disfrutaba de la compañía de sus numerosos sirvientes que mantenían el lujoso hogar en pie, y con su prometida: la dulce Casey. Ellos resultaban ser una pareja bastante interesante. Él cubría su enorme -y obeso- cuerpo con lujos y pulcritud, mientras que ella, pequeña y delgada, vestía sólo prendas sencillas y humildes. La piel del Señor Rogers era gruesa y morena, mientras que la de Casey era delicada y clara, adornada por sus dorados cabellos y sus profundos ojos color café, que parecían hipnotizar a quienes los veían. Una de las mejores cosas que compartían era su buen humor, aunque en casi todo eran bastante diferentes.

Aunque el Señor Rogers se empeñaba en regalarle cosas caras, difíciles de conseguir y comprar, ella las rechazaba siempre con una tímida sonrisa, insistiendo en que no las necesitaba. Su sencillez realmente era implacable, pero Mr. Rogers era terco, así que nunca desistía.

Ella, la dulce Casey, fue la única que desde un principio rechazó el plan de su amado, aunque guardaba este hecho para sí misma, pues él se había mostrado tan feliz que era imposible que no le diera su apoyo. Después de todo sólo quería que él fuera feliz (aunque, efectivamente, él ya lo era).

Así vivían aquel hombre, poderoso y vanidoso, y aquella mujer, cariñosa y humilde. Y entonces comenzó la tragedia. El juego del Señor Rogers:

Mr. Rogers ya había comprado a sus doce jugadores y esperaba pacientemente a que los recogieran y trajeran a la isla.Una docena de asesinos, violadores y demás tipos de criminales condenados a muerte. Incluso había un mafioso. Casi todos los había seleccionado él mismo, y estaba orgulloso de su selecto grupo. Los mandó a buscar con sus avionetas personales, allá, a distintas cárceles de todas partes del mundo, donde sus trabajadores pagarían por ellos y los transportarían, todo eso secretamente, porque era ilegal jugar con las vidas humanas.

Pero el juego sería transmitido por internet en vivo y en directo, cobrando a nivel mundial a los curiosos que se interesaran en el show, que rápidamente se conocería por todos lados. O al menos eso suponía Mr. Rogers, sabiendo que la gente era muy morbosa.

Probablemente muchas autoridades de distintas partes de La Tierra buscarían su ubicación para capturarle por montar aquel juego, y evitar así que éste tuviese un ganador, pero eso no importaba mucho. Ellos estaban condenados a muerte en las cárceles que les retenían, y además con la gran cantidad de dinero de la disponía el Señor Rogers seguramente conseguiría su propia libertad sin mayor problema. Además, el show lo haría aún más rico. Confiaba fielmente en la gente y en su falta de “humanismo”.

Sin embargo no todo iba a ser tan fácil, ni bueno. Desde un principio hubo problemas, y el primero se presentó cuando uno de sus guerreros fue asesinado por la gente de su pueblo, mientras lo trasladaban para transportarlo. Mr. Rogers se dirigió al anexo especial que acababan de construir en su mansión, el cual haría las veces de estudio y de centro de transmisión mundial. Allí estaban reunidos los mejores hombres y mujeres que pudo encontrar para realizar aquel trabajo, en el que grabarían, editarían y pondrían al aire el show, en vivo y en directo.

El Sr. Rogers, que estaba molesto por la funesta pérdida, se dirigió hacia Nhela, supervisora del programa (y gran amiga suya de toda la vida, con quien realizó más de veinte trabajos exitosos), y le preguntó sobre los hechos.

-No lo sé, Señor Rogers. Shim, el árabe, fue asesinado mientras lo trasladaban. Es todo lo que sabemos.
-¿Cómo es posible que lo mataran? Consigan pronto a uno nuevo. Necesitamos un reemplazo con urgencia.
-Señor- comenzó a decir Godam, uno de los expertos en computación-, encontramos un buen candidato, un norteamericano llamado Russel Af…
-¡NO QUIERO UN GRINGO- gritó el Señor Rogers, preso de la ira, la impaciencia y la desesperación-! ¡Ya tengo dos mexicanos! Encuentren un jodido árabe, lo necesitaremos para que sus compatriotas paguen para apoyarlo- explicó, un poco más calmado-.
                
Minutos después el mismo Godam fue el que dijo al Señor Rogers:

-Hemos encontrado un árabe que podría acoplarse al perfil que buscamos, señor. Está en una prisión de América Central, nuestro equipo está cerca, podríamos enviar una comisión para que verifiquen cuan hábil es en la lucha.
-¡Excelente! Que vaya también un camarógrafo y nos transmitan el video, quiero ver qué tan bueno es.





En una prisión de Guatemala, el grupo del Señor Rogers era escoltado por guardias, que entraron en una celda para sacar a un sujeto alto y fornido, que cooperaba sin chistar. Luego avanzaron hasta una segunda celda, donde se encontraba otro sujeto recluido. En dicho lugar entraba muy escasa luz, pues era subterránea, y en allí se alzaba un sujeto desde las sombras, como nacido del suelo. Sólo se distinguía su enorme corpulencia, y eso fue suficiente para que el equipo de Mr. Rogers se asustara.

-Levántate, cabrón- le gritó uno de los vigilantes- . Los guardias quieren ver tu asquerosa cara.

La monstruosa sombra se giró, mientras orinaba en el suelo de la celda. Aún no podían ver su rostro, pero los recién llegados ya imaginaban la rudeza de sus facciones. La figura avanzó sin soltar su miembro, blandiéndolo en modo amenazador.

-Muévete, imbécil- le apresuró el mismo guardia.

Luego, apuntando a los genitales del árabe con un arma de fuego voluminosa, agregó con rudeza:
-O te vuelo las bolas.

                El sujeto guardó su miembro y, gruñendo, avanzó fuera de su jaula. Probablemente no entendía lo que le decían, pero con un cañón apuntándole a las gónadas, la gente entiende incluso idiomas primitivos extintos.

                Fue entonces cuando los visitantes decidieron que aquel trabajo parecía más bien un cruel castigo. El sujeto, claramente árabe, parecía además un vil demonio. Dieron un paso hacia atrás, pero no era necesario para nada, porque después de la amenaza, el sujeto fue muy dócil y avanzó en silencio por los pasillos de la cárcel, siguiendo al primer convicto que habían sacado.

                Así llegaron hasta la tercera celda, subterránea y macabra como la segunda. Abrieron la metálica  puerta de golpe y observaron al tercer preso, cuan grande y musculoso era –aunque no tanto como el árabe-, jugando en una pequeña ventana con un ratón vivo, al que acariciaba.
-¡Sal, inútil!

                   El convicto hizo caso omiso a todo aquello, pues en ningún momento soltó a su pequeño compañero de celda, ni se volteó hacia los vigilantes que le buscaban. Se limitó a acariciar al ratón y a darles la espalda.

-¡Los guardias te quieren ver!

                   El prisionero, con una voz grave y rasposa, como si estuviera levemente ronco, les respondió fríamente:

-Diles que se pueden joder.

                   El guardia que le buscaba hizo sonar su arma de fuego, al cargar un proyectil, amenazándolo. El prisionero se volteó y salió, sin decir nada más.

                   Llevaron a los tres sujetos hasta una celda vacía, donde encadenaron al terrible árabe con un collar, y los encerraron.

-¿De qué se trata todo esto?- preguntó el primer sujeto al que sacaron.

                   Uno de los guardias, el de mayor rango, se giró para observar al grupo visitante. El que sostenía la cámara hizo un gesto de asentimiento. Eso significaba que el Señor Rogers estaba observando todo aquello, desde su isla. El guardia volvió a observar a los convictos y dirigiéndose al que había formulado la pregunta, respondió suavemente:

-Pelea.

                   El sujeto corrió hacia el árabe, con intención de liquidarlo, pero éste último levantó su pesado brazo en un rápido golpe, que instantáneamente derribó al atacante, sin mayor esfuerzo. En su isla, Mr. Rogers aplaudía con entusiasmo.

 El guardia se dirigió entonces hacia el tercer convicto (el segundo en estatura, pero con un aspecto casi tan feroz como el del árabe allí encerrado con él, pero más joven):

-¡PELEA!

 El sujeto le observó a los ojos, y sin inmutarse respondió:

-No.

                   El guardia mostró sus dientes, molesto, y arrojó al árabe una pequeña llave. Éste la tomó y la usó para soltar sus cadenas y el collar. Estiró su cuello hacia los lados, haciendo que sus huesos crujieran sonoramente y observó al único sujeto que estaba de pie, compartiendo su celda. Luego rugió y corrió hacia él, tal cual había hecho el hombre que estaba tumbado en el suelo.

                   Y aunque el tercer convicto era de menor estatura y tenía muchamenos masa muscular que el árabe, conectó un rápido y certero gancho en la mandíbula de su atacante, dejándolo fuera de combate al instante.

                   El Señor Rogers, atónito, preguntó a Godam:

-¿Quién es él?
-Es un sujeto apellidado Smith, señor.

                   Mr. Rogers sonrió y, sin quitar los ojos de la pantalla, ordenó:

-Cómprenlo, límpienlo y tráiganlo. Lo quiero en el show.
-Pensé que querías un árabe- añadió Nhela, burlándose juguetonamente de su amigo y jefe.
-¿Para qué quiero un árabe? ¡Él es perfecto para esto!

                   Todos sonrieron, mientras el equipo en Guatemala se preparaba para transportar al joven Smith.
                  



                   El Señor Rogers salió del estudio y se dirigió a las áreas aledañas, donde estaba otro de sus viejos amigos y compañeros: “Junior”, quien dirigía a un montón de trabajadores para que acomodaran los equipos que el show necesitaba para transmitirse.

-¿Junior, qué tal va eso?
-Sólo para que lo sepas… ah, estamos jodidos. ¡Este show no va!- respondió aquel hombre, bajo y rechoncho, con su acostumbrado histerismo, el probable causante de que se estuviera quedando calvo prematuramente. Sin embargo, él tenía muy buen humor cuando no estaba histérico.
-¿A qué te refieres con que el show no va?- preguntó el Señor Rogers, ligeramente preocupado.
-Verás, No tengo suficientes cámaras, hay muchos puntos ciegos en esta isla, algunos de los micrófonos están dando problemas, no tengo tiempo para nada y estamos cortos de hardware. Estamos jodidos, PORQUE ESTAMOS EN MEDIO DE LA NADA. ¡Este show no va!
-Estamos en guerra, Junior. Debemos improvisar, sobreponernos, ¡adaptarnos!
-Esto no es la guerra, ¡es la televisión! Es mucho más complicado. ¿A dónde vas con eso -preguntó a unos de los trabajadores de su equipo, que llevaba un aparato de aspecto extraño-? Dame acá – y se lo quitó de las manos.

                   En ese momento sonó una ligera explosión en una pequeña torre a su lado, en la que estaban dos sujetos acomodando una antena gigante. Junior se volteó hacia los ellos y les gritó:
-¿QUÉ FUE LO QUE LES DIJE? NO TOCAR, NO TOCAR-exclamó haciendo amplios y exagerados movimientos con las manos. Luego suspiró, miró al Señor Rogers y, con su voz histérica, se explicó irónicamente refiriéndose a sus ayudantes-. Esto es genial. Tengo a estas grandes estrellas. Es excelente, porque entre todos hablan tres palabras en inglés. No tengo tiempo y la mitad de los sujetos que montan esto no entienden una mierda. ¿¡Pretendes que organicemos uno de los shows más grandes de la historia usando lenguaje por señas!? ¿Quién crees que soy?

                   Mr. Rogers sonrió tranquilo, tomó a su amigo por los hombros y le dijo mirándole a los ojos:

-Tranquilo, Junior. El show saldrá bien, ¿sabes por qué?
-¿Por qué?
-Porque eres el mejor, Junior- Mr. Rogers le dio una palmada en la espalda a su amigo y regresó a su mansión, mientras la leve sonrisa que había aparecido en el rostro de Junior desaparecía con una nueva explosión en la torre.

-¡Por el amor de Dios!- escuchó El Señor Rogers mientras se marchaba, riendo.
                  



                   Cuando llegó el convicto Smith, el dueño de la mansión ordenó que lo llevaran al anexo-estudio, donde se reunieron ellos dos, Casey y algunos trabajadores y guardias voluminosos. Una vez allí, el jefe tomó asiento y dijo a Smith que hiciera lo mismo, luego se presentó a sí mismo:

-Soy Rogers, productor de programas televisivos.
-Te felicito – respondió Smith, burlándose, aunque su rostro era serio.
-Habrás oído de mí…
-Bueno -lo interrumpió Smith-, no he estado viendo mucha televisión últimamente.
-Escúchame –dijo Mr. Rogers, amablemente, ignorando la actitud de su interlocutor-. Tú y doce criminales peligrosos seránsoltados en mi isla, donde lucharán a muerte entre ustedes. Si tras treinta horas eres el único sobreviviente, te dejaré en libertad. ¿Qué te parece, ah?
-¿Qué tiene eso que ver con la televisión?
-No, no es televisión. Es internet. Haré reventar este show en toda la red – agregó sonriendo-. Tu prontuario es algo corto: Smith, norteamericano. Volaste un edificio en Guatemala, matando a tres hombres. ¿Qué hacías en Guatemala?
-Me bronceaba –respondió Smith, muy seriamente.
-¿Por qué volaste el edificio?
-Me tapaba el sol- dijo sin abandonar su seriedad.

Ante dicha respuesta, El Señor Rogers sonrió, aunque sus acompañantes se mantuvieron inmóviles y Casey sintió algo de miedo. El multimillonario continuó con su interrogatorio:

-¿De qué vives, Smith?
-Soy agente inmobiliario.
-Muy bien, ya veo. ¿De qué parte de EEUU eres?
-Alaska.
-¿Alaska- repitió Mr. Rogers, sorprendido-? ¿Dónde?
-A unos ciento treinta kilómetros de Anchorage, un pequeño pueblo pesquero. Se llama “Jódetependejo”.

Smith mantenía su rostro serio, mientras que Mr. Rogers lo observaba muy molesto. Luego éste último se dirige a Casey:

-Cariño, hazme un favor: Escribe una biografía de este sujeto. Digamos que es de Australia. Piromaníaco, racista, fugitivo del FBI.Voló una iglesia bautista. Terminó en Centroamérica, donde hizo volar una clínica de retardados y discapacitados, matando mujeres y niños, bla, bla, bla… Hazlo y dáselo a Nhela.

Dicho esto, se levantó y ordenó que llevaran a Smith con los otros criminales, entonces él le dijo:

-No sé quién eres y no me importa, pero no pretendo participar en tu juego.
-No tienes que ganar- acotó Mr. Rogers-, pero todos juegan.

                Y se marchó.




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