viernes, 10 de junio de 2011

Cuento No. 13 - El Origen de La Vida en La Tierra

"En medio de un claro de bosque, todos despertaron al mismo tiempo. Se vieron desnudos los unos a los otros, y se supieron hombres y mujeres. Los primeros. Los treinta. Creados para no morir para siempre.


El instinto los llevó a juntarse por parejas, una mujer para cada hombre y un hombre para cada mujer. Y así reconocieron su hogar con el nombre deTierra de Los Vivos. Pero sólo existían silenciosas plantas en torno a aquellos pocos humanos. Al percatarse de esto, y sentir curiosidad, una de las parejas decidió buscar vida en otros lugares. Se preguntaban si existían más como ellos. Le propusieron a sus compañeros partir en busca de otros hombres y, de ser posible, mejores opciones para todos. Mas nadie los apoyó. Les insultaron y se burlaron de ellos, pues pensaban que no necesitaban nada más de lo que ya tenían.

Pero esto no hizo más que enfadar a la pareja. Estaban decididos a demostrar que tenían razón y que debían partir. Una cálida noche, mientras todos dormían, ellos despertaron y abandonaron aquel lugar.  

Varios días vagaron, sin encontrar más que hierbas y árboles que cada vez se hacían menos frecuentes. Eventualmente la chica se cansó de andar tanto y quiso volver con los otros. Mas el hombre, en su fiel e impecable terquedad, se negó a regresar, aún sabiendo que tenía todo lo que necesitaba. Envió a la mujer de regreso, sola y asustada, y él siguió su camino sin escuchar las súplicas de aquella que lo amaba.

Pasaron los días y la espesura del camino se había perdido. El hombre veía cada vez menos árboles y incluso menos hierba, hasta que finalmente llegó a un terreno cubierto de arena, que a la distancia se convertía en piedras cada vez más grandes. Desde donde se encontraba no podía ver más allá de las grandes montañas grises, pero supo que algo se escondía detrás de ellas. Él quiso adueñarse de aquello.

El solitario individuo siguió avanzando a través del cálido desierto, decidido, perdido. Y la ambición le consumió. No sólo quería llegar más allá que ninguno, necesitaba hacerlo. Los demás hombres le reconocerían como alguien superior, y su esposa se arrepentiría de haber regresado, de haberlo abandonado. Ellos le reconocerían y entonces tendría poder sobre los demás. Eso pensaba él.

-¿Por qué haces todo eso, muchacho?- le preguntó una suave voz desde todas las piedras que le rodeaban. Era El Creador, arquitecto y diseñador de toda forma de vida.
-Quiero demostrar que tengo razón- replicó con firmeza el hombre, sin detenerse.
-No necesitas llegar hasta el fin del mundo para ser feliz. ¿No lo eras ya con todo lo que les he brindado?
-No es suficiente. Deseo ser amo y señor.
-Mira hacia atrás.

El hombre se dio la vuelta y descubrió que habían aparecido miles de especies vivientes caminantes, no eran hombres como él, pero eran seres vivos que respiraban y andaban.

-Te ofrezco a los animales. Ustedes, los hombres, serán señores de todos ellos.
-¿Y seré yo el amo de los otros de mi especie?
-No, de ellos no.
-Entonces no es suficiente. Se han burlado de mí, les demostraré que soy mejor.
-¿Si te ofrezco ser señor de las bestias No-humanas cambiaría tu opinión?

Y frente al hombre aparecieron grandes criaturas de distintas dimensiones: gigantes con miradas perdidas; humanos peludos y con grandes colmillos y garras; personas equipadas con cuernos y pezuñas; pequeños seres dentudos con rostros desconfiables; pálidos hombres y mujeres de filosos y sangrientos dientes...

-No es suficiente. Llegaré más lejos.
-Tu ambición no te llevará a un buen lugar, hijo mío.
-No he pedido tu consejo.
-Debes volver con tus compañeros.
-Dije que no he pedido tu consejo.

Y el silencio cayó sobre el desierto. Los No-humanos siguieron a su señor a través de la arena y las piedras.

Semanas más tarde, el hombre escaló la montaña más grande que encontró y observó al otro lado. Al ver tanta oscuridad y sentir tanto frío quiso volver al bosque, pero el bajo y maléfico instinto de sus bestias les llevo a empujarlo al abismo, y luego saltaron tras él.

Y se volvió uno con las criaturas de la noche.

Los otros humanos estuvieron desesperados por la desaparición de sus compañeros, y cuando la mujer regresó, fueron todos juntos en busca de su pareja. Descubrieron los animales, hermosos y salvajes, y decidieron domarlos. Muchos de ellos fueron sumisos. Después de eso, ningún hombre quiso buscar más al que se había descarriado. Ninguno, excepto la mujer que había quedado sola.

La chica fue a buscarle, y llegó hasta el pico de la montaña más alta. Al otro lado, sintió la oscuridad y el frío. Y también la tristeza. Alzó sus brazos hacia el cielo y se arrodilló. Una fuerte tormenta cayó sobre sus hombros, al tiempo que se oscurecían los cielos, dejando un pequeño destello entre las negras nubes: el sol, casi sin brillo. La mujer, sintiéndose miserable, observó el debil resplandor y luego gritó a La Tierra de Los Vivos:

-La gran fuerza que se llevó al hombre que amo le ha condenado a sufrir. Ahora yo doy mi vida a cambio de que se haga justicia con todos nosotros. Por la libertad, hoy entrego mi espíritu.

Desde el fondo de aquel abismo se oyó retumbar un fuerte soplido, y una enorme bestia surgió, más voluminosa aún que la gran montaña: la parte trasera de su cuerpo era la de una cabra, la delantera era la de un toro. Su cola formaba una serpiente y sus ojos brillaban como los de un gato. Tenía enormes garras en cada pata y terribles colmillos en su hocico. Sobre su espalda relucía una crin enorme que partía desde su cuello hasta donde nacían las primeras escamas de la víbora. Aquel ser ardía en llamas tan calientes que evaporaban la torrencial lluvia a metros y metros de distancia. Tomó a la chica con su gigantesco hocico y se la comió con suma facilidad. Luego aulló con tal estridencia, que los humanos tuvieron que cubrirse los oídos, a pesar de estar separados de la montaña a varios días de caminata.

De un brinco, la enorme bestia llegó hasta el terreno donde residían los espantados hombres y mujeres, y les dijo:

-Yo soy El Gran Demonio De La Oscuridad. Tomare la vida de la mitad de ustedes. Como agradecimiento por permitir mi nacimiento, serán mis primeros demonios.

Y al exhalar su oscuro aliento desaparecieron totalmente catorce hombres, dejando a los demás intactos. Luego suspiró, y de su hocico manaron catorce nubes negras de diferentes tamaños, que quedaron flotando alrededor de El Demonio. Luego, de su cuerpo se desprendieron una cuantas bolas de fuego, que eran los originales No-humanos. Éstos huyeron del lugar, para esconderse muy lejos, en los rincones oscuros que encontraran. Pero el inmenso ser no pensaba permitir aquello. Sin embargo, al alzar una de sus patas para detenerlos, la Gran Bestia comenzó a toser desesperadamente, hasta que vomitó una última nube, pero ésta era blanca y hermosa. Verla reconfortaba a los humanos, rompía la oscuridad. El Demonio intentó destruirla de un zarpazo, pero la brillante aparición se elevó rápidamente, dándole nacimiento a la luna. Los hombres supieron entonces que era el espíritu de su compañera, que había escapado. Y cuando ésta se hubo ido, reapareció el sol en el cielo, más allá de la tormenta, y su luz lastimó a La Bestia, obligándola a retroceder hasta su abismo, llevándose sus oscuras nubes. Y allá comenzó a quejarse con sonoros gruñidos.

Antes de disiparse la tormenta, un gran rayo golpeó a la gran montaña, desencadenando un terremoto que hizo que la tierra se partiera en aquel gris punto. El abismo se alejó rápidamente y el movimiento del suelo se detuvo en cuanto La Tierra de Los Muertos hubo desaparecido de la vista y los quejidos de El Demonio ya no se oyeron más.

Los humanos se reprodujeron, dando a luz a más hombres y mujeres que continuaron la especie, y junto a los animales y las plantas poblaron la cada vez mayor Tierra de Los Vivos. 

Pero allí no acababa todo. Como símbolo del mal ya existente, los No-humanos asecharon a los hombres, y noche tras noche se robaban a los niños, para contaminarlos contagiándoles su oscuridad.

El Creador decidió establecer orden y le otorgó a los primeros catorce humanos, a los que sí sobrevivieron, dones increíbles y únicos, y los diferenció de los demás colocándoles perlas en sus frentes. Los llamó Encarnaciones. Ellos defenderían su especie, dictando cómo serían sus descendientes y manejando los hilos de sus vidas. Los separó del resto y les creó su propio hogar.


Éste es el orden del universo en que vives, la razón del porqué somos quienes somos."





Texto extraído del Capítulo 7(B) de "La Promesa: La Leyenda de Zuberi"

BlackJASZ

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