lunes, 31 de octubre de 2011

Cuento No. 14 - Dulce o Truco


Era Halloween. La fecha en la cual aparecían los disfraces más inocentes, representando a las criaturas más temibles y escalofriantes. La noche de las brujas, la noche del horror.

Era la fiesta de las bestias más peligrosas.

Justo acababa de oscurecer en aquella ciudad lúgubre. El viento soplaba firmemente, enfriando todo a su paso. Las calles eran tenuemente iluminadas por la luna llena y la suave luz de los postes eléctricos acariciaba las sombras.

Todo estaba adornado con la temática correspondiente. Las casas despedían un aura aterrorizante, las telarañas inundaban los alambrados y cableados, por todos lados colgaban luces, velas, calabazas, figuras de espanto, ítems horrendos. Los esqueletos guindaban allá, donde pudieras ver. Las brujas se escondían en los hogares, preparándose para la noche y para su fiesta. Tampoco faltaban sus amados gatos negros, deambulando por aquí y por allá; nunca se habían visto tantos, pero allí estaban, porque esa noche todos los gatos eran negros. La grama se había ennegrecido, las paredes estaban mohosas, el ambiente estaba húmedo, y las vías lodosas. Era una noche tétrica.

Era una noche perfecta.

Frente a una de las enormes casas, unos pocos niños, enfundados en sus adecuados disfraces, se reunieron en júbilo. Estaban listos para salir a cazar. Acorde a la tradición, cada uno iba armado con una canasta en forma de calabaza-espanto.

Se sonrieron unos a otros, ocultos bajo sus disfraces. "Este año seré yo quien reúna más dulces", pensaron todos a la vez. No sabían quién tendría más bocadillos, ni quién ganaría, mas sí que sólo uno lo haría

Sean era un hombre lobo, Gabrielle era una vampiresa, Daniel un fantasma, Al era un pequeño demonio y Anne era una muerta-viviente. Sean, Gabrielle, Daniel, Al y Anne. Criaturas espantosas y salvajes de naturaleza violenta. Todos iban disfrazados y cada uno vestía con la imagen de lo que más temía, el monstruo más abominable que, inocentemente, podían emular. Llevaban los fieros disfraces adaptados a los mitos y a las leyendas. Y asustaban, pero no dejaban de ser más que unos pequeños.

Recorrieron las calles, danzando y cantando, llenando sus canastas con los dulces más apetitosos y monstruosos que les pudieron regalar: caramelos con forma de ojos, chupetas con aspecto de dedos, barras de chocolate que asemejaban un trozo de mano o pie, refrescos rojos que pintaban la lengua y los dientes cual sangre... Era suficiente como para que estuvieran contentos (sobre todo Sean, quien había reunido más confituras). 

Los vehículos-bestia pasaban zumbando a su lado, tocando corneta, felicitándolos por sus disfraces tan vívidos y escalofriantes. Y ellos seguían sonriendo dentro de sus atuendos.

Había sido una noche fructífera, se habían divertido y habían recolectado muchas golosinas. Pero no habían terminado, y ellos lo sabían. Antes de volver a sus hogares, debían visitar El Recinto del Miedo, la verdadera mansión del horror.

La casa de la colina, extraña creación, se alzaba sobre las sombras al tiempo que una suave neblina se posaba alrededor de su techo, apenas rozándole, quizá sólo para acentuar su aterrador aspecto. Tenía dos pisos, construidos en ladrillo y en madera, cementados hacía ya mucho tiempo. Presentaba grandes ventanales, de marcos antiguos y vidrios quebradizos, que parecían los lúgubres ojos de la mansión. Y abajo, en el medio, se mostraba la boca: una enorme puerta de madera, carcomida por los años. El abandono del lugar le hacía estar más acorde a la fecha; no necesitaba ningún adorno; sólo por estar allí de pie, generación tras generación, El Recinto del Miedo, se erguía como símbolo de un pasado ya olvidado, de una civilización que entró en decadencia, arrastrada por sus propios actos, como todo.

Y la llamaban así porque en la última habitación, en el segundo piso, les habían dicho que habitaba eternamente el monstruo más horrendo de todos, la criatura más terrible en este mundo, el ser más vil. Quizá por eso nunca se habían decidido a derribarla. Miedo.

Sus padres se habrían molestado de saber que ellos pensaban entrar, pero sus padres no estaban allí. Y ellos sentían la obligación de conocerla, más allá de su fachada.

El patio frontal se asemejaba a un viejo cementerio, pero en vez de lápidas tenía rocas deformes y burlescos gnomos de cerámica, infieles custodios. Los pequeños "monstruos" brincaron la endeble cerca que rodeaba el lugar y poco a poco comenzaron a subir por la pendiente de la montaña, una extensa subida hacia la real mansión del horror.

Un crujido sonó cerca de ellos, y las pequeñas bestias se apretujaron, aterradas. Anne miró a su alrededor y, señalando tras una roca de pequeña talla, dijo:

-¡Tranquilos! ¡Es sólo un gatito!

Un débil maullido viajó en la fresca brisa al tiempo que los niños observaban al negro gato esconderse tras la roca chica.

Siguieron avanzando, y el ulular de los búhos les heló la sangre. En especial porque no les veían y, además, jamás se habían visto -ni se verían- búhos en aquella ciudad. Murciélagos imaginarios rompieron el aire con el batir de sus irreales alas, mientras sus inexistentes chillidos discutían con las aves nocturnas. Pero los que vestían de monstruo seguían avanzando.

El viento susurraba, el miedo gritaba.

Y llegaron a la entrada. La puerta estaba cerrada, pero una corazonada les dictó que con sólo girar la manilla, podrían entrar. Sus frentes sudaban, pero no sólo por el esfuerzo. 

-Que Sean entre primero- aclamó Al.
-No- habló el hombre lobo-, no quiero entrar solo.
-Yo te acompañaré- sentenció Gabrielle, la vampiresa.
-Sí, entren ustedes, nosotros esperaremos aquí- aportó Daniel.
-¡Sí! - aceptaron todos los demás, temblando ante el ambiente oscuro de El Recinto del Miedo.
-No- susurró Sean-, ustedes entrarán tras nosotros.

Algunos tragaron saliva, otros buscaron inútilmente con la mirada a las aves o a los murciélagos. Gabrielle acotó:

-No es más que una casa. ¿Qué podría haber dentro que fuera tan horrible?

Y tomando del brazo a su amigo-lobo, le ordenó:

-Vamos, Sean.

Y giró la manilla. Del interior sopló un viento húmedo con aroma a antiguo. Los dos chicos entraron tomados de la mano. Tras ellos entró el grupo de amigos, imitando a sus compañeros y caminando lentamente. Dejaron la puerta abierta por si tenían que salir corriendo. Paso tras paso, observaron la casa.

La sala que servía de recepción era bastante amplia. Tenía algunos viejos sofás cubiertos por un manto cada uno y por mucho polvo. Las oscuras cortinas, a medio deshacer, cerraban las ventanas y el paso de luz. El suelo estaba tan sucio que con cada paso percibían cómo se levantaba la mugre bajo sus pies. Del techo colgaba una lámpara de araña, torcida y maltratada, y las alfombras del lugar casi habían desaparecido.

Las escaleras estaban más adelante, junto a la cocina, que sólo vieron de reojo. Aún así, las ollas abolladas y los platos rotos en el piso aportaron más terror al corazón de las pequeñas "bestias". O quizá fueron las hornillas reventadas o el horno destruido. O el pálido y desgarrado papel tapiz que forraba las viejas paredes.

A medida que avanzaban por las escaleras sonaban sus pasos y el eco de éstos, como si fuera una película de terror. Las criaturas estaban espantadas, pero seguían avanzando. Algún insecto inmortal atravesó el último escalón frente a la mirada de Sean y Gabrielle. Tal vez era una advertencia para que no cruzaran. Pero ellos siguieron.

Sus respiraciones acompasadas empeoraban el ambiente, pero no podían evitarlas. Anne rogó que se acostumbraran. No funcionó. Además, el miedo les hacía temblar. Pero los pies seguían hacia adelante.

El pasillo al final de las escaleras era bastante ancho, así que se ordenaron uno al lado del otro y se tomaron todos de la mano. Avanzaron al mismo tiempo, caminando todavía más lento. Sus corazones retumbaban en sus pechos y sus extremidades sudaban de terror. La oscuridad de la mansión los envolvía y consumía conforme se acercaban más y más al último cuarto.

Las habitaciones a sus lados estaban cerradas en su mayoría, aunque algunas puertas se mantenían abiertas, tras ellas se veían camas mohosas, sillas caídas, sábanas rotas, estantes sin vida, armarios  muy viejos, libros en el suelo, ventiladores tiesos, bombillos muertos. Otros cuartos simplemente mostraban sombras y nada más.

Los "monstruos" siguieron su camino a lo largo del pasillo, el cual parecía ser cada vez más largo. Sintieron que nunca llegarían a aquella puerta final.

Pero finalmente allí estuvieron. La última habitación.

La puerta estaba cerrada. Intentaron abrirla empujándola, pero, a pesar de que ya era vieja, aún era resistente. Sean tragó saliva, y supo en su corazón que la manilla cedería si la halaban con energía. Se acercó lentamente, tomó el pomo de la puerta y lo haló hacia sí mismo. Y ésta abrió. Los goznes se quejaron levemente, pero estaba abriendo.

La última habitación era idéntica a las demás. Las telarañas invadían todo haciéndole competencia al polvo y a la humedad. La cama matrimonial se hallaba en el suelo con el colchón rasgado, la mesita de noche permanecía en el piso, las lámparas se habían estrellado contra el suelo y una extraña caja negra con una pantalla de vidrio rota sonreía entre sus restos.

No había nada más. Sus corazones se aliviaron. Hasta que Al habló:

-Hay una puerta más- susurró aterrado-, allá, al otro lado de esta habitación.

Las miradas voltearon lentamente, confirmando lo que acababan de oír. Había una puerta más.

-Entraremos todos- sentenció Gabrielle.

Las criaturas se acercaron a la última entrada, preocupadas nuevamente. Sean tomó el pomo y lo giró, los demás se tomaban de las manos. Extrañamente, la puerta abrió halándola, mientras sus goznes gritaban con un quejido terrible. Una oscuridad total apareció al otro lado. No se veía nada.

-¡Vámonos!- susurró Anne.
-No- sentenció Gabrielle-. Entraremos.

Se tomaron todos de la mano y entraron como pudieron. No veían nada, sus ojos parecían no poder acostumbrarse a la oscuridad.

De repente una fuerte brisa corrió desde la entrada de la casa y cerró todas las puertas. Habían quedado encerrados. Gritaron con estridencia, apretujándose, pero nada se solucionó con eso. Rápidamente buscaron a tientas la puerta, pero no la encontraron. Sean encontró primero el interruptor de la luz y supo que ésta encendería. Fugaz como un rayo, el pequeño hombre lobo activo el sistema de iluminación. Comprendió de inmediato que fue un error.

Alrededor de los chicos se encontraban miles y miles de monstruos horrendos. Todos parecían iguales, eran bestias gritando fuertemente. Miles y miles de aquellas criaturas tan terribles, maliciosas, peligrosas y aterradoras, aquellas a las que tanto temían todos, estaban allí, mil veces repetidas. Los chicos gritaron con potencia, y los monstruos contestaban con la misma energía.

Intentaron huir, pero estaban rodeados por todos lados. El horror y la impresión dieron paso a la sensación de impotencia y la claustrofobia. Las canastas-calabaza cayeron al suelo y rodaron, cubriendo el suelo de dedos, ojos, manos y pies mutilados. Los niños corrían, pero al pisar las piezas su temor crecía y crecía.

Finalmente, Daniel descubrió el pomo de la puerta y la abrió, huyendo entre gritos mientras sus amigos corrían tras él, traumatizados para siempre. Y los terribles monstruos desparecieron con ellos. La habitación quedó vacía. Sólo quedaba el bombillo en el techo y los cuatro espejos que cubrían las paredes.



Sean, Gabrielle, Daniel, Al y Anne. Eran un hombre lobo, una vampiresa, un fantasma, un demonio y una muerta-viviente, disfrazados de la criatura que más temían: El Hombre.





BlackJASZ

domingo, 30 de octubre de 2011

Para Reflexionar Unos Minutos: Construyendo la Ciudad de Ensueño

Las ciudades que formamos, habitamos y conformamos no son tan sólo un espacio físico con el que convivimos, la ciudad, en su totalidad, es algo mucho más complejo.

La ciudad es como una metáfora que busca representar (re-presentar) la realidad, es un espacio donde ocurre la socialidad, es una experiencia en sí misma. Este hecho se debe a que cada ciudadano, aunque habite el mismo lugar que otro, vive en una "ciudad" diferente.

Es como si lo real causara un eco en cada persona y tomara una forma condicionada por diversos factores, así, estas repercusiones imaginarias son originadas por la identidad de la ciudad como realidad social. Esto no es más que una referencia a la íntima relación que se tiene con el lugar en que se vive.

Existe de esta forma un "feedback" en el que somos modificados por la ciudad en la medida en que nosotros la cambiamos a ella. Y es que contruimos y destruimos, constantemente, casas, edificios, calles, levantamos nuevos centros sociales, culturales, ejecutivos; todo ello en la búsqueda de la modernidad, actualizando todo (para bien o para mal, quién sabe), incluso nuestro imaginario y nuestra cosmovisión.

La configuración de las ciudades, y el juego de ventajas-desventajas que ésta trae, crea una imagen mental en los habitantes y los no-habitantes. Atrae a los sectores de bajos recursos, las ciudades del interior, barrios, suburbios y todo aquello que está marginado, son todos víctimas de la centralización del urbanismo. esto acarrea a menudo escasez de vivienda, desequilibrio económico, condiciones de pobreza, sobrepoblación urbana, e infinitos problemas económicos y sociales.

Aún así, campesinos y marginados se ven llamados por las grandes ciudades y sus ofertas. Sin embargo parece olvidarse que algunas piezas externas, como la fuerza del campo, son necesarias hasta para las ciudades más avanzadas.

El hombre seguirá modificando la ciudad (y en consecuencia a sí mismo), hasta convertirla en un lugar "perfecto" que finalmente cubrirá las necesidades de todo aquel que llegue para formar parte de ella. Esta utopía, que denominamos "nuestra ciudad del futuro" se muestra casi imposible, a pesar de ser un deseo común, colectivo. ¿Alcanzaremos algún día dicha meta? El tiempo y el esfuerzo lo dirán, aunque no deje de pintarse todo esto como un sueño utópico.





BlackJASZ

sábado, 29 de octubre de 2011

Chiste 5

Dos tipos son agarrados fumando drogas ilegales. El día de sus juicios, el juez les dice:

-Ustedes parecen buenas personas, por eso los voy a dar una oportunidad más. En vez de ir a la cárcel, tendrán que mostrar a personas que consumen drogas lo terrible que es eso y convencerlas de que dejen de consumir. Los veré de nuevo la semana que viene".

La semana siguiente los dos son llevados de nuevo frente al juez, quien le pregunta al primero:


- ¿Cómo te fue en la tarea? - Bien su señoría, convencí a 17 personas para que dejen para siempre las drogas.
- ¿17 personas? ¡¡Que maravilla!! ¿Qué hiciste para convencerlas? - preguntó el juez.
- Dibujé dos círculos como estos:




 O     o

-...y les dije:  "el círculo mayor es su cerebro antes de y el menor será su cerebro después de consumir drogas"
- ¡Muy bien! - dijo el juez - ¿Y a ti cómo te fue? - le preguntó al segundo sujeto.
- Yo convencí a 234 personas, su señoría - le respondió.
-¡¡¡234!!! ¡¡¡Increíble!!! ¿Cómo lo conseguiste? - preguntó el juez.
- Utilicé un método parecido al de mi colega, dibujé dos círculos: 




o     O

-....y les dije apuntando al círculo menor: este es su trasero antes de ir a la prisión...







domingo, 23 de octubre de 2011

Pueblo de Cultos - Capítulo 21

-Despierta, Jhony.

McSerius fue recuperando su consciencia poco a poco, sintiéndose como al despertar de un sueño muy pesado. No recordaba bien lo que había sucedido. Abrió los ojos y observó la luz del día, que se coleaba débilmente entre las copas de los árboles.

Jhon tomó una bocanada de aire fresco y se sentó, observando a su alrededor. Al incorporarse, reconoció la figura de Eduardo, sentado sobre un gran tronco caído, fumando algo. Entonces recordó... Pero no vió la casa de Eule por ningún lado.

-Se fue- le dijo su amigo al verle buscar en su entorno.
-¿Cómo que se fue?
-Así de simple, se fue. Capaz nunca estuvo aquí realmente.

Gutiérrez le observaba con seriedad, mientras inhalaba. Jhon calló por unos segundos, pero aún tenía mucho que preguntar.

-¿También tú te desmayaste?
-No. Ya he pasado por sesiones como esa antes. Uno termina por acostumbrarse- y sonrió.
-¿A dónde se fue Eule?

Eduardo se levantó, exhalando la última bocanada de aire. Tiró su cigarro al suelo y lo pisoteó, luego contestó:

-¿Quién sabe? Nunca se queda en un mismo sitio por mucho tiempo. Igual que yo. Vámonos.
-¡Pero si ni siquiera está su casa, o el árbol que llevaba encima!
-Se fue con todo. Bueno- dijo buscando entre sus bolsillos-, te dejó esto.

Gutierrez tendió su mano hacia McSerius, enseñándole algo de color brillante. Jhon se acercó y lo tomó: era una piedra verde atada a un hilo.

-¿Un collar?
-Eso parece- respondió Eduardo secamente.
-¿Para qué rayos me dejó un collar?
-Sabrá ella, yo cumplo con dártelo. Cúanto preguntas.

En ese momento McSerius sintió que todo su pecho ardía, como si mil agujas se clavaran simultáneamente en su piel. Se encogió sobre sí mismo y miró a Eduardo, quien se había levantado y se estaba sacando la camisa. Jhon lo imitó y pronto vieron que cada uno tenía un dibujo en su pecho.

Eduardo parecía llevar tatuado en dorado un viejo árbol inclinado, que se mostraba seco y casi sin hojas. Junto al mismo había un enorme perro sentado, como si lo custodiara.

McSerius observó el suyo propio. En rojo escarlata tenía tatuada una enorme lápida, con una tumba abierta frente a ella. Allí no se mostraba el cánido guardián, pero en su lugar había un búho en pleno vuelo, con una serpiente en su pico.

-Tenemos una reunión a la que asistir- declaró Eduardo mientras frotaba su pecho.

McSerius le imitó nuevamente y el ardor comenzó a ceder.

-¿Cómo que una reunión?
-Se me olvida que tú no sabes nada de esto- se quejó rascándose la barbilla-. Usualmente la gente que se mete en estos embrollos ha leído mucho sobre estas cosas, o como yo, tiene algún familiar en las mismas condiciones. Esto que nos acaba de pasar es una convocatoria a reunión. Esta noche, cuando salga la luna, debemos estar en el lugar que nos indica nuestros tatuajes. Tú en tu lugar, y yo en el mío.
-¿Tenemos que separarnos?
-Al menos para las reuniones sí. Somos de Cultos distintos, no deberíamos estar juntos en ningún momento, o al menos no deberían vernos. Recuerda que estamos en guerra, Jhon.
-¿Guerra? - preguntó, recordando que Eduardo padre se lo había mencionado.
-Sí, entre los cultos. Se inició por culpa de Draamen de La Noche, luego Zauber El Poderoso acabó con ella, y luego de su muerte se reanudó la guerra.
-Está bien. Sigamos con lo nuestro. ¿Cómo sé dónde rayos es esto de la reunión?- preguntó el joven rubio, señalando su pecho.
-Deberías saberlo, así como deberías saber muchas cosas que no sabes.
-No quiero ir, eso nos quitará tiempo y Jhony... Jhony quizás no lo tenga.

Eduardo reflexionó unos segundos sobre lo que había escuchado y luego le dijo:

-Allí deben estar todos aquellos que han sido convocados. Conocerás mucha gente. Quizá alguno te pueda ayudar, o sepa algo sobre tu muchacho. Hay muchos grandes adivinos en cada culto. Y aún si nadie te es útil, deberías ir de todas formas, sino enviarán a alguien a cazarte.

Jhon se alegró al escuchar la posibilidad de ayuda y sonrió, pero respecto a la cacería le surgió una duda:

-¿Cómo a ti?
-A mi me busca mucha gente, pero al menos nadie lo hace por no asistir a una reunión. Ponte el collar y vámonos, el tiempo apremia.
-Sí, pero cuentáme en el camino sobre Moloch.Y sobre los demás personajes emblemáticos de cada culto.

Eduardo demostró con su gesto que lo que le pedía era difícil y molesto. Sin embargo, aceptó:

-Está bien. Pero vamos.




En medio de la oscuridad un sujeto tomó un cuchillo de su bolsillo y susurró algo gutural. Acto seguido, la hoja de éste se incendió, iluminando tenuemente la estancia. El hombre tomó con la mano derecha la punta ardiente del cuchillo, sin quemarse, y lo arrojó con fuerza. La pieza trazó brillantes círculos amarillentos en el aire, hasta que se clavó contra una diana de tiros, anexada a una pared, que instantáneamente se incineró, formando un hermoso y cálido destello circular. Las cenizas cayeron al suelo al tiempo que el cuchillo se apagaba y la estancia se sumía en la oscuridad de nuevo.

Moloch se había aburrido de su juego.

El sujeto tomó su báculo. El cuchillo vibró en el muro y a las cenizas se las llevó el viento. Los Ojos Rojos llamarían a reunión, así que él no se quedaría atrás.Cerró sus dorados ojos e hizo arder el pecho de sus seguidores, había llegado la hora de que se enteraran. "Seguramente todas las Salamandras tendrán reunión esta noche", pensó. Moloch salió del lugar, seguido por su enorme y fiel lobo.




BlackJASZ

sábado, 22 de octubre de 2011

Pueblo de Cultos - Capítulo 20

-Existen varios cultos- explicó Eule-, pero podemos restringirnos a los cuatro principales, los cuatro Grandes Cultos:
Salamandras: cuyos miembros se caracterizan por ser veloces en sus labores, y muy escurridizos.
Serpientes: silenciosos y muy precisos. Peligrosos y traicioneros todos.
Toros: fuertes y firmes. No es divertido enfrentarse a ellos.
Monos: ágiles e ingeniosos. También se les conoce por ser bastante unidos.
Estos se dividen en grupos, cada uno con su líder.
-Ok, esto es bastante complejo- comentó Jhon.
-Más de lo que crees- concedió Ed.

La anciana esperó unos segundos y luego continuó:

-No te preocupes, poco de ello es de tu interés. Nos concierne el primer grupo, que a su vez se divide en:


Salamandras Negras de Ojos Rojos, o simplemente "Ojos Rojos": Tú, Jhon, eres uno de ellos. Suelen ser los más violentos y explosivos, pero también son famosos por cumplir con sus objetivos(sin importarle mucho las consecuencias).
Salamandras Negras de Ojos Plateados u "Ojos Plateados": estos son bastante fuertes y resistentes, suelen ser sujetos físicamente intimidantes. El caracter de los mismos es bastante variable. Destaca Draamen de La Noche, todo un sujeto.
Salamandras Negras de Ojos Dorados u "Ojos Dorados": Estos son los que tienen madera de líderes. Rara vez son fieles, pero siempre cumplen con lo que prometen. Muy tercos. Eddie es uno de ellos, ¿cierto cariño? Entre los más destacados de este grupo están Zauber "El Poderoso", Osiris "El Dorado" (nieto de Draamen) y Moloch, su actual líder.
Tu hijo ha sido tomado por el culto de La Salamandra Negra de Ojos Dorados, actualmente liderado por Moloch.

Eule calló y entonces Jhon observó a Ed, buscando alguna explicación más completa. El sujeto se limitó a hacerle señas para que fuera paciente.

La mujer se dirigió lentamente hacia una de las raíces que sobresalía del "techo", rompió un pequeño trozo y acto seguido lo mordisqueó lentamente por un extremo. Pocos segundos después, un ligero humo brillante salía despedido del otro lado de la pieza. Eule exhaló un tufillo verdoso y se ubicó detrás de una de las mesas. De alguna parte de su vestido extrajo un pequeño puñado de piedras, marcadas con extraños trazos, las tiró sobre la mesa y les exhaló el particular humo. Los símbolos, antes negros, se tornaron rojos. Eule hizo una mueca confusa y luego siguió hablando:

-No puedo hablar más sobre él.
-¿Y Jhony?- preguntó el padre asustado.
-Parece que está bien, por ahora.
-¿Qué significa que por ahora? ¿Qué le harán?
-No lo veo con claridad. Dice que es una especie de ritual, probablemente uno que yo no conozco.
-¿No lo conoces?- preguntó Eduardo, arqueando las cejas y cruzando los brazos-. ¿Qué podría ser entonces? Es extraño que no sepas qué es.
-Correrá mucha sangre, eso sí. Pero no se de quién, o de qué.

Jhon tragó saliva y apretó los puños, mientras se mordía fuertemente los labios.

-Eddie, te buscan varios hombres peligrosos. Tú los conoces. Pero no sólo ellos te buscan. Ten cuidado. Jhon, no te debes separar de él aún. Hay muchos riesgos en tu camino, la ayuda de alguien experimentado te será de utilidad. Deben protegerse el uno al otro y confiar ciegamente en su amistad.

Los jóvenes se miraron a los ojos, luego continuaron observando a la anciana. Su voz se volvió áspera y oscura.

-Cuatro animales del bosque atentarán contra ustedes. Jhon, serás enemigo de muchos, en poco tiempo. Debes estudiar tu pasado, es la clave.
-¿Puedes explicarme eso mejor?- cuestionó, alterado.

La anciana comenzó a toser, mientras grandes bocanadas de humo oscuro salían de su boca y el trozo de raíz que masticaba caía sobre la mesa de piedra. Luego respondió con voz gutural:

-No puede decirse. Cuidado con el lobo.

La raíz se incendió y las piedras comenzaron a vibrar.

-Él está cerca. Él está muy cerca de ti, Jhon.

Las piedras comenzaron a brincar, como un hombre descalzo sobre carbón hirviente. La raíz comenzó a desprender denso humo negro y mientras una luz azulada iluminó la estancia. Se incendiaba la pieza.

-Jhon, tú y Moloch... No puedo... Lowe... Serpiente... Jhon... Jhony... de Plata... Mutter, Vatter, Tochter... Barredores... Ahh

El humo negro ocupó todo el lugar y todos comenzaron a toser, se escuchaba la voz de Eule cada vez más lejana y fría, balbuceando sin sentido:

-Reiter... Cuidado con el lobo... Jhon y Moloch... Jhony...

Todo se volvió noche, y de repente dos ojos dorados brillaron entre las sombras, cada milisegundo más intensamente, hasta cegar a Jhon, que gritó, mientras oía en su cabeza a Eule susurrarle: "Él viene por tí".

Un aullido de lobo sonó en la morada, en el bosque, en el pueblo. O sólo en la mente de Jhon.

"Cuidado con el lobo". Y el resplandor dorado se volvió el abismo.

McSerius había visto los ojos de Eule, los de Moloch, y los de su futuro.

Y el abismo lo consumió, entre doradas nubes de dolor y confusión.





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