sábado, 2 de enero de 2010

Pueblo de Cultos - Capítulo 15

Despertó en medio de la oscuridad, y pensó "ya debe ser más de media noche". Entonces se levantó de la cama y cuidadosamente desconectó los aparatos que monitoreaban su cuerpo, se despojó de las agujas que le alimentaban y respiró profundamente. Aunque se sentía sano, las piernas no le respondían perfectamente, aún estaban un poco entumecidas porque no las había usado desde que recibió el disparo. Sin embargo sus piernas estaban muy bien entrenadas.

-Vámonos de esta mierda- susurró para sí mismo y cerró la puerta de su habitación, tras de sí.

Caminó suavemente, "como me enseñaron", pensó. Avanzó entre tenues sombras por los largos pasillos del hospital. Eduardo Gutierréz estaba decidido a huir de aquel fastidioso lugar.

-¿A dónde cree que va?- le preguntó una enfermera que pareció aparecer frente a él de la nada.
-¿Al baño?- mintió con lo primero que se le ocurrió.
-No necesita usted ir a un baño fuera de su lugar de descanso. Allí puede cubrir tranquilamente sus necesidades, como ha hecho todo este tiempo. Permítame que le acompañe de regreso...
-¡Ah, es que extrañaba caminar aunque fuese sólo para ir al baño! Está bien, regresemos.

Pero en cuanto la chica tomó su brazo, el joven le asestó un fuerte golpe en la boca del estómago, un fuerte rodillazo. La chica no pudo gritar antes de recibir una segunda agresión, pero esta vez le pegaron con la mano en el cuello. Y cayó inconsciente.

-Lo siento, muñeca- dijo Eduardo, mientras se acariciaba la herida del pecho-. Aunque a mi también me dolió- "sólo con las piernas de ahora en adelante", pensó.

Continuó avanzando a lo largo de los fríos pasillos, oyendo a veces a otros pacientes quejándose y gimiendo mientras agonizaban. Se apresuró a salir, silencioso y preciso como serpiente, ágil e ingenioso como mono, veloz y escurridizo como salamandra.

Tras dejar inconsciente a varios médicos, asistentes y vigilantes, por fin llegó a la entrada de edificio, donde un guardia enorme protegía la puerta principal para que nadie entrara o saliera sin permiso.

-Excelente-susurró para sus adentros-, sólo un idiota más y soy libre.

Lentamente se acercó a su espalda e intentó ahorcarlo como pudo. Sin embargo, él era más alto y fornido, así que no le costó mucho trabajo acomodarse para lanzarlo sobre sus hombros. Mas Eduardo cayó bien, como le habían enseñado. 


-Bien... Fue mala idea tratar de ahorcarte -susurró el joven apretándose el pecho.


Al ver el traje de paciente que este llevaba  puesto, el guardia intentó usar su comunicador para pedir ayuda, pero antes de alcanzarlo, Gutiérrez ya había corrido hacia él, asestándole después una fuerte patada en el pecho, sentándolo.

-No, gracias- le dijo-. No he salido para que me encierren de nuevo.

El fornido hombre comenzó a ponerse en pie, pero el joven no se lo permitió. Giró sobre sus tobillos para brindarle más fuerza a su movimiento, atinándole una poderosa patada giratoria en la cara. El celador cayó aturdido, sin ánimos de moverse, entonces Eduardo pudo concretar su escape. Sonrió y pensó: "de regreso a casa. Más le vale al viejo haber cocinado algo bueno".

Observó la brillante luna llena, sonrió con más entusiasmo y corrió hacia el bosque del pueblo, con las piernas aún entumecidas y su pecho ligeramente cubierto de sangre.



-¡Jhon, espera!- le gritó la anciana desde la entrada de la cueva, pero el hombre siguió adentrándose en el bosque, como si no la hubiese oído- ¡Jhon!

Entonces el joven se detuvo y volteó hacia las mujeres, que se le acercaban más, y les gritó desde la distancia:

-¡Todos en este maldito pueblo están locos! ¡Encontraré a mi hijo y me largaré de aquí para siempre!
-¿Y cómo piensas encontrarlo?- le replicó la señora mayor- Buscaremos en todo el pueblo y nadie sabrá nada de él. Eduardo en cambio puede ayudarte, ¡confía en ese anciano! Sabe mucho más de lo que crees.
-¡Vive en una cueva! No podría siquiera creer que está cuerdo.

Las mujeres por fin le alcanzaron, Dennis acercó su rostro al de él, y le susurró con la rabia de quien intenta convencer a un terco:

-Cuerdo o no, es el único que puede ayudarte en esta mierda.

Y se alejó hacia su hogar. Clarisse vio a McSerius a los ojos, como si le reprochara por lo sucedido, y siguió a la anciana, dejando solo al hombre, parado en medio de las sombras nocturnas y el ulular de los búhos.

-¡Mañana vendremos a visitarlos!- gritó Dusserhoff, cuando ya no la podía ver.

Jhon observó la luna llena por unos minutos, reflexionando.

-Esto es una locura...- susurró a la noche, y regresó a la cueva.



-Volviste pronto, Jhon McSerius- le dijo el anciano- Ten, en tu ausencia te preparé café.
-Gracias- contestó el joven, un poco impresionado-¿Y el suyo?
-No me gusta, nunca me preparo- y rió-. Bueno, comenzaría a explicarte todo lo que necesitas saber- comentó mientras encendía las antorchas de su sala y se sentaba frente al muchacho, junto a la hermosa tigresa- pero estoy esperando a que llegue alguien primero.
-¿Alguien?- repitió el joven.
-Sí, a uno de mis hijos. Hace un tiempo se fue de la casa, ¿sabes?- acarició distraídamente la varita de su cabello y continuó hablando- Sé que él volverá hoy.

"Algo me dice que este viejo realmente está loco", pensó Jhon.

-¿Y más o menos a qué hora dijo él que volvería?
-No me dijo que vendría.
-¿Entonces cómo sabe que vendrá?
-Porque lo sé- le afirmó el anciano sonriendo-. Espera y verás.
-Claro, como usted diga- le replicó Jhon, incrédulo-. Por cierto, usted dijo que tenía varios hijos, hábleme de ellos mientras esperamos al que "vendrá".

El anciano rió con estridencia y le explicó:

-El más joven se llama Eduardo, como yo. Debe tener más o menos tu edad. Dejó su hogar hace unos años ya. Es un muchacho muy rebelde y molesto, nunca quiso enderezarse ni aprender mis buenas costumbres.
-¿Buenas costumbres?- preguntó McSerius y rió irónicamente.
-Sí- dijo el anciano haciendo caso omiso de lo sucedido-. Cuando se fue ya estábamos hartos el uno del otro, y él decidió irse antes de que yo lo echara. Ese idiota... Ahora quiere regresar como si nada. Sabe lo que le conviene.
-¿Y usted le dará una cálida bienvenida?- preguntó el joven entre risas.
-Por más molesto que esté con él, es mi hijo. Además, te conviene que venga.
-¿Y a mí por qué?
-¡Oh, ya viene! - exclamó el anciano.

Lucy se levantó y salió de la cueva, dejando atrás una sala silenciosa. Los presentes intercambiaron miradas. Jhon se sintió incómodo ante la macabra sonrisa del anciano, que en ese momento sostenía una expresión como la que tendría un ladrón que consigue escapar de su cárcel.

Un par de minutos más tarde, regresó la tigresa, y con ella venía un joven vestido con una bata de paciente clínico, sucio con hojas, ramas, tierra y manchas oscuras. Éste se detuvo en la entrada de la sala y sonrió:

-Hola, padre. ¿Me extrañaste?
-Ni por un minuto.
-¡Sigues siendo igual de cariñoso! Por cierto estoy bien papá, gracias- y rió alegremente.
-Y tú igual de molesto.

El recién llegado soltó una fuerte carcajada, y luego observó al visitante.

-Te quería presentar a este joven- explicó el padre a su hijo-. Su nombre es Jhon McSerius. Es un empresario de la gran ciudad.
-¡Ajá!- atajó el paciente- Mucho gusto, McSerius, soy Eduardo Gutiérrez Jr. No te costará aprender mi nombre, supongo.
-Igualmente-contestó éste con mirada evaluadora-, llámame Jhon.
-¿Y a qué se debe tu visita, amigo Jhon?
-Perdió a su hijo- contestó el anciano-. Y al parecer es culpa de tus amiguitos...

McSerius se levantó, impresionado y molesto, tomó al joven Eduardo por el cuello de la bata y le preguntó furioso:

-"¿TUS AMIGUITOS?"

El recién llegado dejó de sonreír y sin moverse le dijo:

-Suéltame, no te aconsejo que busques problemas conmigo.

McSerius lo apretó más, pero Eduardo le pateó con fuerza un tobillo, cuando Jhon se inclinó levemente, le golpeó con un certero rodillazo en un costado y luego con una patada en el pecho, lo derribó con aplomo. Entonces le prometió:

-¡Si me vuelves a tocar te mato, imbécil!










BlackJASZ
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