domingo, 7 de febrero de 2010

Cuento No. 12 - El Bosque Que Ardió


"Un último reposo,
un último pétalo que cae,
la última mirada a lo prohibido,
la última espada afilada.

Que mi escudo me proteja de la guerra que me aqueja, que el sol ilumine mis futuras sendas, porque el enemigo es fuerte y los nervios me traicionan... Y si el astro se apaga, ¿vendrá mi estrella a iluminar mis tinieblas? ¿Ah, camarada? ¿Dónde estará la luna cuando muera la tarde ensangrentada?"

Tras leer esas últimas palabras, cerró su libro. Se levantó, y cambió sus prendas. Fue a su cocina y bebió un gran vaso de agua. Luego apagó la lámpara de su mesa de noche y se acostó. Cerró sus ojos. Y soñó.

Cayó lentamente sobre la tierra, habiendo tropezado con aquella endemoniada raíz. Al levantarse injurió contra el ofensivo árbol que tendió la cruel trampa. Entonces, alzó la vista. Ya estaba anocheciendo en aquel campo enorme en el que se hallaba: unas tierras calcinadas y adornadas por unos cuantos troncos, alcanzados en otros tiempos por furiosas llamas. Era un perfecto paraíso de muerte.

Se estremeció por el tétrico ambiente en el que estaba, tan lúgubre, tan triste, tan lleno de nada. Y fue justo después de esto que se dio cuenta de que tenía compañía: su madre estaba allí, parada un poco más adelante. Llevaba su largo y hermoso vestido blanco, que no había usado en mucho tiempo, pero en ese momento estaba rasgado en algunas partes y había perdido su brillo. Pero ella seguía viéndose hermosa y sutil. La única diferencia es que no estaba sonriendo como solía hacer, su rostro reflejaba tristeza inmortal. ¡Cuánto dolor!

En sus manos ella sostenía un espejo casi de su tamaño. "¿Por qué cargas con eso en medio de este desastre?", intentó preguntar a su madre, pero las palabras no surgieron. Entonces caminó hacia la mujer que permanecía inmóvil, mientras la emoción de verla de nuevo carcomía sus entrañas.

-...Ma... ¡Mamá!

Frente a frente una vez más. La madre comenzó a llorar, y susurró:

-¡Ya es la hora!
-¿Hora de qué madre?
-¡Ya es la hora!- repitió ésta.
-¿Mamá?

Bajó la vista y observó el espejo, pero no encontró su reflejo, sólo vio aquello que estaba a sus espaldas. Y en ese momento su madre bramó un chillido muy agudo, y a medida que su boca se abría más y más, el volumen del pitido aumentaba progresivamente, hasta que la mandíbula de la madre asemejó un enorme hocico y el ruido se volvió tan insoportable, que quien escuchaba se tuvo que cubrir los oídos.

Sintió que sus tímpanos estallarían, que arderían en llamas como aquel antiguo bosque lo había hecho alguna vez. Miró a su madre, cuya barbilla se aproximaba cada vez más a sus pechos, como endemoniadas fauces, mientras el chillido aumentaba en agudeza y volumen hasta un grado infernal...



Y entonces despertó de su sueño. El sudor le cubría desde la frente hasta la planta de los pies. Jadeaba.

-...Debería dejar esas novelas...- se quejó.

Encendió la lámpara y consultó el reloj de la mesa. Marcaba las dos y cincuenta y nueve de la madrugada.

-Aún es temprano- agradeció.

Se levantó y fue a tomar otro vaso de agua en la cocina. Pero en el camino de regreso se detuvo a observar el muro de uno de sus pasillos. Estaba cubierto de fotografías, y en la parte alta resaltaba un cuadro enorme en el que habían inmortalizado su rostro junto al de su madre. Sonrió a la pieza y siguió avanzando.

Entró en su solitaria habitación y se enterró entre las sábanas de su cama. Luego extendió su brazo hacia el encendedor de la lámpara y la apagó. El reloj de su mesita reflejaba la hora con números brillantes. Aún marcaba las dos y cincuenta y nueve. Esto le extrañó.

-¿Qué le pasa a esto? ¡Le cambié las pilas hace dos días!

Tomó el aparato y lo golpeó levemente. Seguía marcando la misma hora. Entonces lo colocó en su lugar nuevamente y le dio una palmada más fuerte. Nada sucedió.

-¡Estúpido reloj!

Entonces se acomodó para continuar durmiendo. Cerró sus ojos. Y comenzó a caer, caer, caer...



Allí estaba. Otra vez con su madre, aunque ésta permanecía distante. Aún vestía con su traje blanco y desgastado, y llevaba en sus manos el gran espejo. Lloraba con estridencia, de pie en medio del calcinado bosque. Gemía y sollozaba con mucha fuerza y sin decir palabra alguna.

-¿Mamá? ¿Qué sucede?

Corrió hacia su progenitora, pero tropezó con algo y cayó. Pensó que sería otra raíz, así que no le hizo caso. Se levantó y siguió corriendo, pero volvió a tropezar y caer. Sintió que algo sujetó su pie, entonces vio hacia sus zapatos, lo que le sostenía era una mano delgada y quemada saliendo del suelo. Intentó zafarse pero no pudo.

-¡Ya es la hora!- gritó la mujer, que aún lloraba a lo lejos.

Alzó la mirada y en el gran espejo vio su reflejo, sin vida. En ese momento comenzó a sonar un fuerte chillido, proveniente de los labios de su madre, y oscureció poco a poco. Algo sujetó su otra pierna y uno de sus brazos. El pitido aumentó en agudeza y volumen, y alguien susurró en su oído derecho "ya es la hora". Cuando ya no podía ver nada, otra mano sujetó su rostro. Entonces comenzó a sudar. Y gritó a todo pulmón, mientras una fría gota recorría su espalda y su rodilla derecha comenzaba a dolerle sin explicación alguna.



Y el dolor se hizo tan fuerte que le hizo abrir los ojos. Su cuerpo estaba casi completamente en la alfombra de su cuarto. Había caído de su cama mientras dormía. Se irguió y toco su rostro. Estaba frío y húmedo.

El reloj seguía marcando las dos y cincuenta y nueve. Esto le disgustó. Pero ya se encargaría de eso en la mañana. Necesitaba descansar, así que volvió a envolverse en su manta, y su cabeza reposó sobre su almohada una vez más. Y cerró sus párpados...



Cayó nuevamente. Y apenas pisó el bosque que una vez ardió, y que esta vez estaba completamente abandonado, sintió que algo tomaba su pie izquierdo. Cuando bajó la vista se encontró con una huesuda mano ennegrecida. La mano lucía un hermoso anillo que se le hizo familiar. Nuevamente intentó soltarse, pero no pudo. Una voz le susurró a su oído la frase "ya es la hora". Comenzó a desesperarse. Otra mano, idéntica a la anterior, tomó su otra pierna. Y entonces sintió que enloquecería.

-¡Ya es la hora!- oyó a alguien decirle desde los cielos.

Luego apareció el agudo pitido, pero no supo de dónde provenía. Entró en crisis. ¿Qué demonios estaba sucediendo?

-¡Ya es la hora!

Una sombra, que provenía de sus espaldas, cubrió la tierra que le rodeaba. Sintió un escalofrío recorrer su espalda y su nuca, y luego volteó. Una figura se le acercaba lentamente, mientras expelía un olor terrible, como de muerte y putrefacción.

El pitido aumentó en volumen y agudeza rápidamente. La figura se acercó más. No podía distinguir al sujeto, pero se le hacía conocido.

-¡Ya es la hora!- volvió a escuchar en sus tímpanos, ¡dicho por su propia voz!

Entonces sintió como si su tobillo izquierdo se quebrara.



Y el dolor le devolvió a la vida. Miró hacia el borde inferior de la cama. No había nada. Se asomó de nuevo en la mesita y encendió la lámpara. Estaba jadeando nuevamente. Se levantó y fue a orinar, bebió un vaso de agua y regresó a su habitación. En el camino encontró a Kitty, su gata, despierta. Le acarició su blanco lomo y continuó hacia su habitación.

Pensó en que empezaba a extrañar vivir con compañía humana. Se escondió entre sábanas, nuevamente. Y, sólo por curiosidad, le echó una mirada al reloj de la mesita: aún marcaba la misma hora.

-¡Aparato inútil!- se quejó-.

Y cerró los ojos.

Pero apenas se sintió caer, algo tomó su pie en la oscuridad de su cuarto. Se exaltó abruptamente. Al asomarse, notó que sus extremidades estaban libres.

-...Estas pesadillas...

Y volvió a recostarse.

-¡Ya es la hora!
-¿Quién está allí?- preguntó. Pero no vio a nadie en su cuarto- ¿Quién está allí?

Los nervios invadieron su cuerpo, mientras sentía su pecho brincar.

-¡Salga quien sea que esté aquí, o llamaré a la policía!

Más nadie apareció. 

Salió de la cama y registró su habitación, pero no encontró a nadie más que a su gato. 

-Creo que este reloj me está arruinando el sueño. Ya es suficiente de tonterías. Le sacaré las baterías.

Y eso hizo. Entonces reconoció en su mano la joya que había visto en sus sueños.

-No recuerdo haberme puesto el anillo de mi madre. En fin…

Luego arrojó al aparato defectuoso a una esquina del cuarto y volvió a su cama. Una vez más juntó sus párpados, que estaban más pesados que nunca. Pero antes de que pudiera dormirse, un chillido muy agudo hizo que se sobresaltara.

-¿¡Qué carajo!?

Se levantó y registró su habitación, pero el sonido no provenía de allí. Pasó a su baño y tampoco encontró lo que causaba el infernal ruido. En su sala no halló lo que buscaba, ni en la cocina. El ruido era cada vez más fuerte, así que decidió llamar a la policía.

Corrió hasta el teléfono y marcó el número.

-Policía, buenas noches- contestó una voz masculina y seria-. ¿En qué podemos ayudarle?
-Sí. Buenas... Hay un pitido muy fuerte en mi casa y no sé de dónde sale. Me imagino que usted puede oírlo a través de la bocina, porque realmente está atormentándome.
-¿Aló?-respondió la misma voz masculina- ¿Hay alguien allí? Contesté.
-¡SI! ¡SI! ¡Policía! ¿Puede escucharme?
-Disculpe, pero si usted no me dice qué está sucediendo, no podremos ir a socorrerle. ¿Está usted al teléfono?
-¡SI-le gritó-, SI ESTOY! ¿Puede oír el ruido al menos?
-¿Aló? Si es una broma telefónica le advierto que tendrá graves consecuencias, ésta es una línea de emergencia. ¡Conteste alguien!
-¡Demonios!

Y trancó el teléfono. ¿Por qué no le oían? ¿Se habrá dañado el teléfono? Aunque se alivió un poco, pues ese sonido infernal, que seguía invadiendo toda la vivienda, aunque por fin había cesado su abrupto aumento de volumen.

-Bien... Debo estar soñando o algo así... Capaz sólo imagino todo esto o estoy alucinando. Esto no tiene sentido.

Se recostó en su cama, para intentar dormir con o sin ruido. Después de todo, “quizá sólo sea el cansancio, o tal vez ni siquiera sea en mi apartamento", pensó.

Poco después, logró dormirse, pero sintió que fue sólo por un par de minutos. El ruido le empezó de nuevo, y sonaba con mayor estridencia, así que le despertó. Se levantó y sintió que su garganta estaba seca. Estaba sudando mucho. Corrió a la cocina en busca de otro vaso de agua, mientras el pánico comenzaba a pisarle los talones.

En el camino se detuvo en el muro de las fotografías. Había algo mal allí: ya no salía en ninguna de ellas. En todas, había desaparecido su rostro, incluso en el cuadro que compartía con su madre. Además los personajes que le acompañaban se mostraban tristes. La gran imagen también mostraba a su progenitora llorando desconsoladamente. Entonces tomó el cuadro y lo acercó a sus ojos, para verlo mejor, y le pareció oírla sollozar. Entró en crisis y dejó caer la pintura y el marco se rompió en varias piezas. El dibujo de su madre lloró y chilló con tanta fuerza que opacó al infernal pitido.

Retrocedió unos pasos, tapándose la boca para no gritar. "¿Qué está sucediendo?". Alzó la vista del suelo, y vio a todos sus conocidos llorando en sus fotografías, mientras le veían a los ojos. Cada segundo lloraban con más y más aplomo, se sintió presa del horror. Su corazón latía con tanta fuerza que podía oír su sangre golpear en sus oídos, aún con los gritos y gemidos. Intentó correr, pero sus brazos y piernas no le respondían para moverse.

Entonces sintió un intenso dolor punzante en su pierna derecha, que le exaltó tanto que le hizo brincar y golpeó su espalda contra la pared que tenía detrás. Era su gato, que le había enterrado las garras en la piel y había salido corriendo.

Salió detrás del animal, sin saber si era para castigarlo o sólo para alejarse de aquellas imágenes tan tétricas y demenciales. Mas el felino desapareció de su vista, nadando entre la oscuridad de la noche. Los gritos le perseguían y enloquecían.

-¡Basta! ¡Basta! ¡BASTA!
-¡YA ES LA HORA!- le espetó su madre en el oído, sollozando.
-¡BASTA!- se quejó hasta quedar sin aliento.

Corrió con todas sus fuerzas hacia la puerta de su apartamento y salió. Atravesó los pasillos, gritando para no escuchar el pitido y los llantos de su gente. Todo estaba oscuro, pero aun así sabía que los vecinos se asomaban para observarle con rostros sorprendidos y dubitativos, e incluso acusadores.

Se apresuró por las escaleras, de la misma forma en que el miedo galopaba por sus venas y los gritos de dolor golpeaban en su cabeza. Percibió un extraño olor, pero no le importó su origen y significado. Así salió del edificio, como alma que lleva el diablo, presa del macabro horror, los chillidos y el pitido cada vez más agudo.
En la acera del frente vio a su madre, sosteniendo la falda de su blanco vestido. Hacia ella corrió. Se detuvo al ver que su cara estaba podrida, carne en descomposición adornaba su cráneo, su cabello era casi escaso y sus ojos eran tan sólo hendiduras ensangrentadas. Su piel era verdosa. Entonces ella gritó tan alto que calló a todos los demás sonidos:

-¡YA ES LA HORA!

Y de repente sintió un calor incomparable, mientras su cuerpo salía expulsado contra la visión de su madre. Voló por los aires mientras oía un estampido increíble. Al caer boca arriba en la acera, justo donde había estado su madre, alzó su rostro y observó cómo su edificio se ahogaba entre llamas. No escuchó nada más que la sirena de la policía acercándose desde lejos. Y por fin pudo dormir, acurrucado por el bello espíritu de su madre.




-Es un milagro que siga usted con vida y que aún pueda oír algo- le dijo una voz femenina que desconocía. Esto fue lo primero que le dijeron al despertar. Además tenía los ojos vendados, así que no podía ver nada-. Es increíble, pero salió sólo segundos antes de la explosión. Hubo una fuga de gas en el sótano del edificio, todos los que se hallaban en el inmueble murieron calcinados o asfixiados.

Trató de levantarse, pero no tenía energía para ello.

-¿Dónde estoy?- preguntó.
-En un hospital. No se preocupe, estará bien en unos días.
-¿Es normal que aún esté oyendo un chillido?
-Perfectamente, la explosión fue muy fuerte, podría haberle dejado sin audición alguna.
-Lo oía antes de la explosión.
-Quizá por la fuga o algo por el estilo, quién sabe.
-Bien. Oiga, me duele mucho el cuerpo. ¿No me pueden dar morfina o cualquier otra cosa que me lo quite?
-Lo siento, pero no podemos suministrársela de nuevo hasta las seis de la mañana. Órdenes del doctor.
-¿Y qué hora es?
-Ya le digo. Es que mi reloj debe estar dañado, creo que lleva rato marcando las dos y cincuenta y nueve. Es una lástima, le cambié las pilas hace dos días…






BlackJASZ
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