sábado, 4 de diciembre de 2010

LA PROMESA: LA LEYENDA DE ZUBERI - 18

Capitulo 18: Epilogo

Aquel sujeto, que una vez había llegado al Sendero del Arjana con un corazón puro, se limita a sonreír ante la destrucción, ahora con su pecho corrompido.

Todos sus hijos llevan a la humanidad hasta el borde: El Caos, La Miseria, La Violencia, El Odio, El Terror y El Orgullo. Aún así, él no se sentía culpable.

Pero la más importante y resaltante de ellos es la mayor, la que más problemas ocasiona, pues impulsa a los hombres y mujeres a dañarse a ellos mismos y a sus semejantes.

Ella puede ser lo que uno odia a veces, que en otras ocasiones ama y muchas veces extraña. Puede ser también la que besa mientras la odian, la aman o la extrañan. Esa mujer representa en la eternidad aquello que nos hace falta de noche, o que más bien nos sobra.  Ella, que se acuesta con la humanidad las veces que quiera; que a veces abandona cuando no se quiere, o cuando más se necesita; que mira directamente a los ojos cuando uno se asoma a los de un amor no correspondido; que es como el viento que roza los corazones para que respiren su aliento y se sientan que ella está allí, la aborrezcan o la adoren.

Ella es La Soledad, de naturaleza Alta Humana, como su padre.

Ella es la que será siempre el mejor confidente, ella, que puede ser tan oscura siendo tan invisible. Es a la que muchos temen, porque no la comprenden, porque puede causar mucho dolor, pero cuando uno se da cuenta de que puede ser una gran compañera en muchos momentos, ella entiende(y muchas veces mejor que nadie). Después de ello es cuando uno se da cuenta de que ella es tan sólo uno mismo. Nuestro propio reflejo y nuestra verdad: lo que más se puede querer y lo que más puede odiar.

Sí, ella es la más peligrosa de las hijas de La Fuerza. Él lo sabía, pero le permitía jugar libremente entre Las Tierras a su antojo. Mientras tanto, la humanidad decaía y el mundo moría.

Pero el guerrero sólo se preocupaba por vestir su amada y magnífica armadura, que inicialmente era totalmente dorada, pues estaba hecha de oro, mas luego él mismo bañó gran parte del traje con la oscuridad en que se había transformado Bbwaddene, su abuelo. Así, el oro que se notaba sólo se mostraba para adornarla. Sin embargo, lo más asombroso que él tenía era aquella espada que portaba en su espalda:

La funda estaba hecha con la misma materia que la armadura, pero fue confeccionada por su dueño, utilizando los fuertes cabellos del ángel, Malaika. La hoja fue forjada por Asita, para que fuera tan implacable como Kerneels y el mismísimo Sol, pero los metales empleados provenían de ofrendas de sangre otorgadas por todas Las Encarnaciones. La empuñadura fue hecha también por Zuberi, a partir de material de la Tierra de Los Vivos.

Así, la espada era humana(por Las Encarnaciones), espiritual(Asita) y demoníaca(Zuberi), como su dueño. Altos Humanos. Un par único y poderoso, más que cualquier otro que hubiese existido alguna vez.

El sujeto salió de El Mirador con la frente en alto, luciendo la perla que la adornaba. Ésta pieza era tricolor, dividida en partes iguales, se mostraba: blanca, negra y plateada. Alegre y superiormente, Zuberi observó a su bestia de montura: un enorme y elegante dragón gris. La Fuerza le había robado a Gwala su calidad de Encarnación, y así poder decidir qué enemigos le tendrían miedo. Y el noble Espíritu atacado fue forzado a perder su forma humana para siempre. Así le habían esclavizado. Sobre su lomo se subieron el hombre y sus hijos, y todos juntos abandonaron el Sendero del Arjana.



Adwar, acompañada por las demás Encarnaciones, vio desde su hogar la partida diaria de los malhechores. Luego fueron hacia la habitación con las miles de puertas y La Guerra habló a sus compañeros, más seria que nunca:

-Ya es suficiente. ¿Para qué queremos Demonios si lo tenemos a él y a sus hijos? No más, amigos. Ya basta. Desde que acabó con su padre se ha vuelto un loco desquiciado y todo el mundo está pagando las consecuencias. Debemos detenerlo. Sé que ninguno de ustedes ha pensado en nada, pero yo sí. No hay que temerle, debemos enfrentarnos a él, todos juntos.
-No podríamos ni siquiera tocarlo, gracias a su espada- acotó Imoo.
-De eso me encargaré yo- respondió Malaika sonriendo y acariciando sus labios con un suave dedo-. Se me ocurre algo que podría funcionar.
-En cuanto la tengas volverás aquí- ordenó Adwar, luego señaló hacia una de las entradas y continuó hablando-, entrarás en ese portal, que te llevará siglos atrás, a una isla escondida en La Tierra de Los Vivos. Sin cerrar la puerta, busca la roca más firme e incrusta en ella la espada, usa toda tu fuerza de ser posible. Luego regresa aquí y cierra el portal de nuevo.
-Entendido.

Malaika desapareció y todos supieron que cumpliría con su parte.

-¿Qué hay de nosotros?- preguntó llorando Amara-. ¿Qué haremos?

Adwar se colocó en medio de la habitación, desenfundó su arma y clavo el filo en el suelo. Luego cerró los ojos y apretó el mango de su espada, que comenzó a brillar. A su alrededor se abrió suavemente una puerta por cada persona, de las que provenía un destello casi cegador. La Guerra sonrió y reveló un secreto:

-Como ustedes saben, al final del Sendero del Arjana, si logran atravesar el laberinto, llegarán a La Tierra de Los Muertos. En vista de que no tenemos mucho tiempo, ahora les muestro estos atajos, que llevarán a cada uno hasta su Estrella de Origen.
-¿LLAMAREMOS A NUESTRAS LEGIONES- gritó de inmediato Mirembe, asustado por la idea que proponía su superior-? Pero...
-Sí- respondió ella-, lo sé. Pero es necesario. Cada uno de nosotros debe ir a su Estrella y despertar a su ejército. No lo habíamos hecho desde los tiempos en que encerramos al Gran Demonio, pero ahora también estamos en emergencia. El Alto Humano y su pandilla son más peligrosos que miles de Demonios juntos. Hay que detenerlos.
-Pero-interrumpió Femi-, ¿qué hay de tu hija, Adwar?
-Ella también debe ser detenida- repuso La Guerra, soltando una lágrima-, después de todo, es la peor de todos sus hijos. Recuerden: éste no será el fin de La Tierra, si lo podemos evitar.




BlackJASZ
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