domingo, 22 de abril de 2012

Cuento No.15 - El Fantasma del Mono

Basado en una historia real.


Daniel Sánchez, de 24 años, era un joven de muy mal carácter. Muchos conocidos suyos afirman que, probablemente, tenía el genio de su padre, quien fue conocido en su pueblo como un alcohólico dificil de tratar (y de tolerar).

Generación tras generación, la familia de Daniel heredaba la finca Caballo Blanco, siempre de padre a primogénito. Así, cuando Pedro Sánchez murió, Daniel la recibió como legado. 

Junto a Daniel, vivían Felipe (de 22 años), Mariela y Gabriela (morochas de 19 años), Casilda (de 16) y su madre, Elisa, que rozaba los cincuenta de edad.

El mayor de los jóvenes impuso pronto un fuerte régimen de trabajo para todos en la casa y aumentó mucho la producción de la finca, famosa en el pueblo por sus frescas frutas. Y aunque al principio la familia se mantuvo unida, poco a poco, cansados de Daniel, cada uno fue buscando su camino, hasta que sólo su madre se quedó con él, pues le amaba demasiado como para marcharse.

Daniel se volvió más amargado con la partida de sus hermanos, pero aún así se esforzó mucho por mantener la buena fama de la hacienda. Su trabajo poco a poco comenzó a consumirle, pues intentaba cubrir lo que había asignado a sus familiares.

Los años fueron pasando y el joven seguía viviendo sólo con Elisa. Su vida social se había limitado al trato con sus clientes en el mercado, porque la única que lo soportaba era su madre, quien desafortunadamente enfermó de las piernas, dificultándole caminar y trabajar.

Cuentan los vecinos que el humor de Daniel empeoró aún más el día que descubrió que muchos de sus frutos estaban siendo misteriosamente devorados antes de recogerles. Entonces el carácter implacable del joven Sánchez se hizo más fuerte, y cuando Elisa quedó postrada en cama, sin poder ayudarle, él dejó de tratarla. 



Una mañana, su madre le rogó para que trabajara menos, pues vivía obstinado y había perdido el trato con ella. Él, al principio, sólo se quejó de que los frutos desaparecían, pero pronto se encontró reprochándole el abandono de su familia, la muerte que sufrió su padre, la partida de sus hermanos y la enfermedad de sus piernas. La tachó de negligente e indolente. Ella lloró, deprimida.

La enfermedad de Elisa empeoró, y Daniel, molesto, poco a poco limitó los alimentos que le daba a su madre.

-Hasta que dejes de ser una carga y las alimañas respeten mi comida- le dijo. 

Ella pasó hambre, pero nunca se quejó. Pidió a Dios que perdonara a su hijo, con quien ya casi no lograba hablar.


Un día que su humor era tan malo como siempre, insistentemente revisó toda la zona y pronto encontró la causa que erradicaba sus frutas: un puñados de monos se había instalado en la vasta finca. Enajenado, buscó la vieja escopeta de su padre y comenzó a dispararles. Los mató a todos. Satisfecho, siguió trabajando.

Su madre se preocupó mucho al escuchar los disparos y, con mucho esfuerzo, se levantó y salió de su habitación, gritando el nombre de su hijo. Él fue a verla.

-¡Daniel! ¡Daniel! Hijo, ¿estás bien? ¿qué fueron esos tiros?
-Claro que estoy bien. Eran monos, pero ya no se comerán mi comida.
-¿Les mataste? ¡Pudiste haberlos espantado! Se habrían marchad...
-¡TONTERÍAS-gritó Daniel-! Así ya no molestarán más. Y tú tampoco deberías molestarme más, vuelve a tu cama a hacer nada.
-Ay hijo...
-Interrumpes mi trabajo.

Y se marchó. Ella caminó con dificultad, pero se cansó en el camino y se sentó en la mesa de la cocina. Entonces notó que allí, junto a ella, había una enorme sandía. Sus colores llamativos le recordaron que el hambre le atenazaba, como siempre. Se levantó como pudo, tomó un cuchillo cercano y cortó una pequeña rebanada, temblando por el esfuerzo.

Mientras terminaba el pedazo que había picado, Daniel entró en la casa. Al descubrirla comiendo, se molestó, pues iba a llevar la fruta para venderla por su tamaño y belleza. Iracundo, buscó un machete y se sentó con Elisa. Mediante amenazas, le obligó a comerse la sandía completa. 

-Para que aprendas a respetar el trabajo ajeno. ¿Quería comer sandía? pues cómala.

Ella se explicó, rogando perdón, pues pasaba hambre, pero él no la escuchó y siguió forzándola a manducar.

Bañada en lágrimas, la madre comió tanta fruta como pudo, a pesar de sentir que su pobre cuerpo colapsaría por ello. Y así fue: se desmayó. Rápidamente -al notar su error-, Daniel la levantó y la llevó al hospital, donde apenas entrando le dijo:

-"Mijo, eres muy cruel y mal vas a morir,
con la comida delante y sin poderla ingerir."

Daniel abrió los ojos de par en par y observó a su madre desfallecer y exhalar su último aliento. Una fría lágrima recorrió su rostro.



La mañana después del entierro, Daniel notó un gran cambio en su vida, y no fue sólo por la ausencia de su madre. Un pequeño mono blanco había dormido acostado sobre su garganta. Al levantarse, intentó quitárselo e incluso golpearlo, pero el animal rodeaba su espalda y su cuello, escabulléndose. Salió corriendo de la finca, hacia el mercado, gritando:

-¡Quítenme este animal de encima! ¡Auxilio! ¡Quítenmelo!

Pero la gente a su alrededor se le quedaba viendo, extrañada, sin hacer nada por él. 

Un policía que iba de paso le escuchó y se acercó a preguntarle qué le sucedía. Daniel se retorcía sobre sí mismo, tratando de agarrar a la infernal criatura, pero ésta no se dejaba alcanzar.

-¡Quíteme esta bestia! ¡Por favor- rogó-, quítemela! 
-No sé de qué está hablando, señor. No le veo nada.
-¡EL MONO BLANCO! ¡El mono en mi cuello y en mi espalda! ¿No puede verlo?

El oficial no vio ningún animal en su cuerpo, ni tampoco la gente que se aglomeraba a su alrededor. Al ver que nadie notaba el mono, Daniel volvió corriendo a la finca.

Las horas pasaron y decidió rendirse. El curioso animal se había instalado en su cuello y de allí no se iría. Hambriento, y con cara de muerto, se sentó en la mesa a comer. Pero cada vez que se intentaba llevarse la comida a la boca, el mono le introducía la cola, dándole nauseas y causándole arcadas. Esto sucedió una y otra vez. A pesar de que luchó hasta el cansancio para quitarse el animal, fue inútil. 

No pudo comer ni beber por muchos días. Tampoco salió de la casa, frustrado y debilitado por no poder alimentarse, se había postrado en su cama, dispuesto a morir.

En el mercado, notaron su ausencia, y recordando el incidente, algunos fueron a buscarle en su casa. Al descubrirlo deshecho, le llevaron al hospital. Él siguió quejándose de que un mono blanco le metía la cola en la boca cada vez que intentaba alimentarse, pero nadie nunca vio ningún animal en su cuello, ni siquiera la gente que escuchaba sobre él y se acercaba a verle.

Expertos fueron a evaluar su estado mental, pero aparte del asunto del simio, siempre se mostraba lúcido y cuerdo. Nadie entendió jamás qué le sucedía. Intentaron recuperar su salud física, pero el daño estaba muy avanzado. 

Poco después de haberlo ingresado, Daniel Sánchez murió en el hospital en que murió su madre, cuyas palabras fueron lo último que recordó antes de decir su última palabra: "madre". Una fría lágrima recorrió su rostro.




BlackJASZ
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