Jhon y Eduardo llevaban cierto tiempo avanzando lentamente a través del bosque. McSerius preguntó a su compañero:
-¿Cómo dijiste que se llamaba tu amiga?
-Eule, excelente adivina. Quizá te asuste un poco, pero te agradará. Es una gran mujer, o al menos solía serlo.
Gutierrez terminó la frase con dificultad, luego se detuvo unos momentos para respirar profundamente. En las horas que llevaban caminando, no era la primera vez que se mostraba exhausto. Jhon notó ese detalle y se atrevió a preguntarle:
-¿Qué te sucede?
Eduardo le observó por unos segundos, decidiendo si responder o no. Finalmente se llevó las manos a la camisa y se la desabrochó. Su pecho mostraba una pequeña herida, prácticamente camuflada entre miles de tatuajes, pero que se distinguía por su inflamación.
-Esta es una herida de bala. Me dispararon hace poco, mientras regresaba al pueblo.
-Demonios. Se ve muy delicada aún...
-Es que para cuando escapé del hospital no habían terminado de tratarla. Aunque está mucho mejor de lo que parece. El problema es que no me han permitido reposar.
-¿Te escapaste de un hospital? ¿Porqué?
Eduardo cubrió su torso, abrochando nuevamente su camisa. Luego le dio la espalda a McSerius y sin variar su frío tono de voz, respondió:
-Me persigue mucha gente, Jhon. No puedo quedarme mucho tiempo en un mismo sitio. Es una buena razón para haber aceptado ayudarte con esto- dijo de mala gana-. Quién sabe cuantas vueltas demos.
-¿Porqué te persiguen?- preguntó preocupado el joven rubio, pues tendría que huir de los enemigos de su amigo.
Gutierrez rió sonoramente. Después le dedicó una sombría sonrisa a Jhon y concluyó la conversación:
-No quisieras saber cuánta gente me busca, y menos aún por qué.
Luego dio media vuelta y siguió avanzando entre los matorrales.
-Vamos, ya no nos falta mucho.
Jhon mostró un rostro turbado, preocupado por su porvenir. Luego se fue tras su amigo.
Varias horas más tarde, cuando se acercaba el crepúsculo, se encontraban frente al hogar de Eule. Jhon se sorprendió, pues desde que sus compañeros le llevaban de visita, llegaban a moradas cada vez más lúgubres y misteriosas. La de Eule consistía en un túnel subterráneo cuya entrada se encontraba bajo un árbol enorme y oscuro. La puerta, cuya forma era más semejante a un triángulo que a un rectángulo, estaba tallada en madera del mismo árbol y no tenía pomo. Eduardo observó el rostro asombrado de Jhon y sonrió, le dijo:
-Se hace lo que se debe, porque se puede.
Avanzó hasta la puerta y Jhon lo siguió, apresurado. Gutiérrez no golpeó la madera, sino que la acarició suave y lentamente durante unos segundos, entonces dio un paso atrás y ésta se abrió hacia dentro. Al ver el oscuro interior del lugar, McSerius tragó saliva, y Eduardo nuevamente sonrió.
-¿Seguro de que se encuentra aquí?- preguntó Jhon, al observar las telarañas que reveló el movimiento de la puerta.
-¿Qué? ¿Tienes miedo? - le cuestionó burlonamente su compañero y guía. Jhon respondió viéndolo seriamente-. Vamos.
Uno tras el otro se adentraron en la casa-cueva, cuya entrada se cerró de golpe, volviéndola tan negra como la noche más fría. No podían ver absolutamente nada, la oscuridad era total. Jhon revolvió apresuradamente en su bolso, buscando su vieja pero confiable linterna, pero antes de encontrarla, una voz quebradiza y aguda le heló los huesos:
-Quieto, jovencito. No te atrevas a encender eso que buscas.
-¡Eule- exclamó Gutiérrez-! Tanto tiempo... había olvidado tu viperina voz.
-Eddie, querido, no has cambiado en nada. Sigues siendo mi ternurita.
-¡Oh, vamos! No empieces anciana.
-También eres bastante cortés, ¿no? - interrumpió Jhon, susurrando.
La voz quebradiza rió socarronamente, lo cual preocupó ligeramente a McSerius.
-Tu amigo te conoce bien- y rió un poco más, antes de empezar a toser de forma enfermiza.
-Vamos Eule, ¿al fin te afecta la edad? Ya era hora. Hace como cincuenta años que es hora- dijo Eduardo y rió fuertemente.
-Si tu amable actitud sobrevive un minuto más, te mostraré lo que he aprendido en esos cincuenta años. Y te advierto que no te gustará- añadió la voz quebradiza, en tono jovial y juguetón, aunque preocupante. Luego tosió un poco más.
Eduardo rió también, y luego dijo:
-Está bien, anciana, tú ganas. Pero déjame encender una cerilla aunque sea, será suficiente para nosotros.
-Enciende una vela si así lo deseas. ¡Atrapa!
Jhon escuchó el suave palmeo de Eduardo al sujetar un objeto que cruzaba el aire, luego vio una pequeña llama a su lado y acto seguido la luz de un velón rojo. Tras eso, pudo distinguir el rostro de Gutiérrez, y finalmente el interior del hogar de Eule. Largas y gruesas raíces salían del techo-que no era más que tierra- algunas de las cuales llegaban hasta el suelo, que estaba a aproximadamente dos metros del techo. Jhon se sorprendió de no haberse golpeado con nada al entrar. A su alrededor no habían muebles, sino tres rocas de distintos tamaños: una de ellas servía de silla, las otras dos de mesa. La mesa más grande estaba al otro extremo de la morada (que en total no medía más de quince metros cuadrados), y tras ella estaba sentada la anciana, en un enorme trozo de raiz sobresaliente. Eule tenía el aspecto de una mujer de más de cien años, alta, pero encorvada, con una constitución física que era apenas poco más que huesos y piel. Sin embargo su cabellera, blanca y frondosa, llegaba hasta el suelo y era muy abundante. Llevaba también una trenza, sostenida con una varita, como el cabello de Eduardo padre. Su rostro, arrugado y pálido, no mostraba ninguna expresión. Su boca era fina y su nariz perfilada. Sus ojos estaban cerrados. Sin abrirlos, se apoyó en un deforme y desgastado bastón, bajó de la raiz y caminó muy lentamente hacia los jóvenes, tambaleándose.
Cuando Jhon la observó de cerca se dio cuenta de que su largo vestido gris estaba cubierto de telarañas, al igual que sus extremidades. La anciana se detuvo frente a Eduardo y sonrió. Luego dijo:
-Saludarás a tu padre de mi parte cuando le vuelvas a ver, Eddie.
-Claro que sí, yaya.
Luego avanzó hacia el hombre rubio, deteniéndose esta vez a poco centímetros de su rostro. Jhon percibió su aroma a hierbas secas, moho y tierra. Sintió como si Eule le estuviera observando cuidadosamente, sólo que ella no había abierto sus ojos aún.
-Disculpa que no abra mis ojos, es que estoy ciega. ¿Así que Jhon Anes McSerius, eh?
Jhon retrocedió un paso, ante el fuerte aroma a muerte que despedía la anciana. Ella sonrió con más afecto y luego movió lentamente la mano que tenía libre frente a los ojos del joven, como si saludara a alguien en la distancia. Tras esto, añadió:
-Joven, pero no demasiado. Cabellos amarillos, ojos claros. Lindo rostro. Buena contextura. Muy enérgico. Ligeramente agitado. Muy preocupado ¿es por mi aspecto? No, parece que no. A ver... Casado con Alice M. McSerius, también de cabello y ojos claros. Muy hermosa, ¿cierto? Es una mujer joven también. Y... Oh, ya veo: Jhon F. McSerius, tu hijo. El pequeño Jhony. Alegre y juguetón. Es una lástima.. Sí, es una lástima.
Jhon, que permanecía quieto, debido al asombro, dio un paso adelante al escuchar el nombre de su hijo, y abandonando su calma, preguntó en voz alta, fuerte y clara:
-¿Qué sabe de él? ¿Dónde está? ¿Se encuentra bien?
-Tranquilo muchacho- dijo la anciana, sin sonreír-. Tomen asiento, hay que hablar sobre el nene.
BlackJASZ
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