viernes, 30 de diciembre de 2011

ANÉCDOTAS DE UN PUEBLO Y SU GENTE: Draamen de La Noche y Las 64 Estrellas Negras

Su nombre no era Draamen, pero así le conocían todos. Fue recordado generación tras generación como el líder más poderoso que tuvo el culto de la Salamandra Negra de Ojos Plateados.

Durante el día, nadie sabía dónde se encontraba, pero todos sabían que cuando la noche caía, Draamen andaba entre las sombras, que sólo entonces aparecía, por esto le llamaron Draamen de La Noche, quien marcaría la historia para siempre. 

En aquel entonces su nombre se había difundido entre los hombres y mujeres lo suficiente como para tener fanáticos y enemigos. Lo cual era a la vez bendición y condena. Pero él se merecía ambas cosas.

Su caracter era fuerte, pero tranquilo, siempre se mostraba seguro y decidido. Por eso, quienes le seguían, le apoyaban ciegamente. Su aspecto afirmaba su caracter: era un hombre bastante alto y fornido, de tez morena. Tenía el cabello oscuro y siempre lo llevaba suelto, a la altura de los hombros. Su porte y mirada intimidaban, aunque a la vez su sonrisa serena le daba un aspecto relajado. Vestía un traje de gruesa tela negra, imponente, ajustado a su talla y resistente. Su espalda estaba cubierta además por una larga capa negra. Así vestiría más adelante Zauber, quien además sería su mejor amigo, muchos años después. Y es que los grandes hombres de la historia están conectados por un mismo hilo.

Draamen lideraba a su culto con puño firme, guiándolo con su fuerza hasta estar encima de quienes le desafiaban. Por esta razón, pronto hubo una horda de creyentes en su contra, dispuestos a eliminarlo a toda costa.

Así, se originaron los sucesos de aquella noche única. Draamen avanzaba con paso firme, pero suave, a través de las malezas del bosque. Llevaba las manos entrelazadas frente a su abdomen, ambas dentro de las mangas de una enorme toga que le cubría, por encima de su negro traje. Tranquilo, paseaba bajo la luz de la luna.

Su boca hacía rápidos movimientos, murmurando algo para sí. Sus ojos, aunque estaban cubiertos por la capucha, permanecían cerrados. Los viejos hábitos de un brujo que nunca había sido vencido.

Aunque no podía ver así, él estaba consciente de todo lo que le rodeaba, y de quienes le acechaban. Sabía a qué venían, y aun así permanecía tranquilo y confiado.

-¡Draamen de La Noche! – le gritaron con voz firme desde algún lugar del bosque, que cada vez era menos denso.

Pero él, siguió avanzando.

-¡Draamen de La Noche -le volvieron a gritar-! ¡Contesta a mi llamado!

Pero él siguió caminando. Una gran planicie se hallaba cerca y allí es a donde quería llegar.

-No puedes huir de nosotros, Draamen, somos la justicia, somos tu justicia.

Sin dejar de murmurar, y sin abrir sus ojos, aquel de la toga llegó a la planicie, donde siguió avanzando sin inmutarse.

Los demás sujetos le observaban seguir su camino. Sintieron que él los ignoraba completamente, lo cual les hizo molestar más. Le siguieron a través del bosque, hasta salir a la planicie, donde comenzaron a rodearle.

Draamen dejó de andar, permitiendo que formaran un gran círculo de hombres y mujeres a su alrededor. Cuando todos estuvieron en su lugar, el gran brujo se quitó la capucha, mostrando su rostro. Dejó de murmurar y abrió los ojos.

A su alrededor habían muchos sujetos vestidos con una larga toga negra, como la suya, y cuatro más con togas blancas, frente al resto.

Uno de ellos, aquel que le gritaba desde algún lugar del bosque, volvió a hablar:

-Yo soy Alma del Fuego. Draamen de La Noche, líder de la Salamandra Negra de Ojos Plateados, somos la justicia, somos tu justicia. Hemos venido aquí para darle orden a nuestro mundo y tomar tu vida como pago.

Eran las viejas palabras que decían los poderosos líderes cuando algún miembro del culto atentaba contra sus leyes, irrespetaba su deber, faltaba a su palabra o ensuciaba la moral. Eran las palabras que condenaban a un desafío.

Draamen respondió al hombre con una sonrisa, segura y tranquila. El sujeto continuó con lo que debía decir:

-Si crees en la moral y en la justicia, te entregarás de buena fe y esperarás el destino que te has ganado con tus acciones, o con tu falta de ellas. Si consideras que erramos nosotros, portadores del martillo de la ley, eres libre de defenderte, pero debes recordar que la justicia siempre ha de florecer y de aplacar.

El líder, aún rodeado, mostró sus dientes en un gesto burlón, que no perdía aun la confianza. Las palabras de aquel hombre no le preocupaban.

-Draamen de La Noche, tomaremos tu vida, en el nombre de la justicia.
-Si es lo que quieren, les invito a intentarlo. Yo soy Draamen de La Noche y ustedes… Ustedes no son nada.

Todos a su alrededor gritaron, molestos, pero quienes más se ofendieron fueron aquellos cuatro que usaban togas blancas, pues ese era el uniforme de los líderes de culto. Draamen no lo utilizaba, porque era Draamen de La Noche.

Las armas relucieron bajo el tenue brillo de la luna, al tiempo que extrañas criaturas salían del bosque para acercarse al enorme círculo y apoyar y proteger a sus amos. Cuatro grandes bestias de formas inexplicables arrastraron una enorme columna de cemento y lodo, tras de sí, para acercarlo al lugar de la captura.

Todo aquello parecía un pequeño ejército rodeando a un sólo hombre.

El círculo comenzó a estrecharse, a medida que los creyentes avanzaban paso a paso, con sus espadas, cuchillos, dagas, palos, lanzas, mazos y martillos en alto, y las criaturas endemoniadas se acercaban. Draamen no se movió, ni siquiera para apagar su sonrisa.

Un lobo comenzó a aullar, y para cuando dejó de hacerlo, Draamen de La Noche estaba amarrado a la gran columna que las bestias habían traído hasta allí. No había puesto resistencia a sus captores.

Lo elevaron al erigir la columna, dejando al hombre a más de quince metros del suelo. Clavaron aquella torre en el suelo y se alejaron unos pasos para poder verle el rostro, antes de iniciar su ritual.

-Deberías llamar a tu compañero, me parece que lo necesitas – gritó socarronamente aquel que parecía organizar el juicio.
-¡Hüter! ¡Hüter! – gritaba a su vez la gente vestida de negro.

Draamen rió con fuerza, haciendo que los demás callaran al instante, luego les dijo:

-No hace falta que llame a nadie. Ustedes no pueden contra mí, aunque yo esté solo.

Murmullos de protesta y abucheos estallaron en la planicie, acompañando a la risa del gran brujo, que continuaba burlándose, amarrado en las alturas.

-Puedes reír todo lo que quieras, pues me parece que no has notado un detalle. ¿No lo ves, Draamen de La Noche? Todo mi culto está aquí, cada Salamandra Negra de Ojos Blancos se encuentra en este lugar. Y conmigo están también otros tres líderes, uno de cada Gran Culto. Sí, Draamen, somos 64. Somos todo lo que requiere el gran Ritual de Condena. Para limpiarte, no sólo morirás, tu sufrimiento en vida no comprenderá fronteras y tu espíritu, tras la muerte, será penado para siempre. Somos la justicia- volvió a repetir-, somos tu justicia.

Los sesenta individuos vestidos de negro rieron por unos segundos, luego, volvieron a sacar sus armas. Avanzaron hacia la gran columna y clavaron sus instrumentos en ella o en la tierra a su alrededor, de uno en uno, mientras susurraban diversas frases, para iniciar el ritual.

Los cuatro sujetos de toga blanca se alejaron de la columna, formando una gran cruz, cuyo centro estaba ocupado por Draamen. Luego, cada uno desenfundó su propia arma y la clavó en el suelo. Se volvieron a levantar, cerraron sus ojos e inclinaron su cabeza hacia el frente, mientras empezaban a murmurar ellos también. Los demás hombres y mujeres los imitaron mientras formaban distintas figuras con sus manos.

Entonces, la base de la columna se encendió y el humo ascendió rápidamente. Draamen, aun sonriendo, alzó la vista al cielo y observó la luna. Entonces rio, porque aquellos personajes querían castigarle por su soberbia. Querían hacerle pagar por sus actos, por haber erigido a su culto por encima de todos los demás y haberse convertido en el líder más poderoso que había existido. La envidia había desatado el Ritual. Pero Draamen de La Noche sólo era culpable de un crimen: de haber asesinado a quienes intentaban asesinarlo a él.

Las llamas ardieron fuertemente y subieron por la larga columna hasta alcanzar el otro extremo, donde Draamen estaba amarrado. Entonces toda la estructura colapsó y se vino abajo. Las Salamandras Negras de Ojos Blancos se alejaron rápidamente, al tiempo que las grandes bestias y las extrañas criaturas se aglomeraban alrededor de los restos, que ardían con una gran llama azul, que comenzó a volverse blanca.

Los líderes siguieron formulando sus conjuros y la tierra donde se encontraba la fogata comenzó a hundirse, formando una depresión en el terreno, una tumba para el rebelde, quien debía seguir ardiendo hasta convertirse en polvo.

Pero del fuego se levantó una figura. Era un hombre. Draamen seguía vivo. Las llamas, aún brillantes, perdieron su tono blanco y comenzaron a volverse plateadas, mientras Draamen de La Noche se ponía de pie. Su silueta, rodeada de fuego, se mostró espectral, casi irreal, y los que esaban presentes dieron un paso hacia atrás, asustados.

Aquello era imposible, nadie podía sobrevivir al fuego, menos aun al fuego del Ritual de Condena. No podían creer lo que estaba sucediendo.

Las llamas, que acariciaban la piel de Draamen, comenzaron a encogerse, y él escaló para salir de la depresión. Al llegar arriba, las grandes bestias y las extrañas criaturas -una por cada miembro del culto- se abalanzaron sobre él. Pero todas cayeron muertas y desaparecieron ardiendo, a medida que tocaban las llamas del Ritual, que bañaban al gran brujo.

Draamen alzó la vista hacia los creyentes vestidos de negro, que se mantuvieron inmóviles mientras el sujeto les veía. Luego comenzó a caminar hacia ellos, que, atemorizados, blandieron algunas armas que aún cargaban encima, tratando de herirle, pero él era intocable. Esquivó cada ataque sin ningún problema, luego, mientras susurraba unas palabras, simplemente los tocaba, y ellos caían muertos.

Cuando sólo quedaron los cuatro líderes vestidos de blanco, las llamas de Draamen se extinguieron. Ellos le observaron, mientras seguían recitando sus líneas, pero él se limitó a sonreir un poco más. Su cuerpo estaba intacto, incluso su ropa permanecía en perfecto estado, excepto por la toga negra que llevaba encima, que había desaparecido.

Los cuatro individuos levantaron una mano hacia Draamen de La Noche y siguieron murmurando cosas, pero él simplemente les confesó:

-No pueden dañarme. Perdieron a sus Hüters, sus vidas terminarán hoy. Además, yo soy el portador del Sangrial.

Entonces sacó de uno de sus bolsillos un cáliz: La Copa Sagrada. Aquel objeto, que no se había visto en siglos, brilló más fuerte que cualquier astro. Los sujetos que le perseguían abrieron sus ojos de par en par, justo antes de quedar ciegos por la blanca luz. Luego cayeron de rodillas.

-¿Ahora comprenden -continuó diciendo-? Yo soy Draamen de La Noche, y ustedes no son nada ante el Sangrial.

Y las cuatro togas de los líderes se volvieron negras, mientras ellos lloraban ante la sorpresa. 

Para cuando la luna se escondió, las 64 estrellas negras habían muerto, y sólo Draamen de La Noche había sobrevivido, después de borrar para siempre el culto de Las Salamandras Negras de Ojos Blancos, iniciando así, la guerra entre cultos.




BlackJASZ

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