domingo, 18 de octubre de 2009

Cuento No. 10 - El Luchador


Era muy fuerte y habilidoso. Un boxeador muy diestro en su arte, pocas veces se había oído que le derrotaran. Vivía éste en un pueblo, alejado de toda sombra de la modernidad, marginados él y su gente al borde de la civilización. Campeón era, sí, pero desconocido por todos también.

Padre e hijo se dedicaban a lo mismo: eran campesinos. Día tras día desempeñaban su labor con resignación, en un mundo donde sólo había pasto y pobreza. Pero a los veinte años, el boxeador se hartó de su vida.

-Padre- anunciaba el joven-, estoy cansado de esto. Aquí nada me aguarda más que la vejez en cautiverio. He decidido irme, soy ducho luchador y buscaré mi suerte en las grandes ciudades del este.
-Muchacho mío- replicaba el progenitor-, nada bueno le espera al imprudente que se aventura en tierras desconocidas.
-Pero yo no soy imprudente, padre. Me has criado bien y se defenderme solo. Pero en este campo no encontraré fama, fortuna y tesoros jamás. Y eso es lo que ansío más que nada. Además, aquí los problemas abundan y las soluciones escasean.
-La gente no soluciona sus problemas, los sustituye por otros. No debes viajar a la ciudad, no encontrarás nada bueno allá, desprevenido como eres. No encontrarás tesoro alguno.
-Claro que sí, padre. ¡He oído decir que en las ciudades se lleva una gran vida! Un hombre con habilidades como las mías, se las puede vadear por allá.
-Eres mayor ya, hijo. Haz lo que consideres mejor para ti. Pero en mi opinión sólo hallarás desventuras, desencantos y fracasos. Nada bueno sacarás de esta experiencia.
-Mi destino no es aquí.
-Nadie conoce su destino, hijo mío. Vaya a buscarlo donde le parezca mejor.

Así, el joven boxeador preparó una enorme bolsa con alimentos, prendas y el exiguo dinero del que disponía. La tendió sobre su hombro derecho, besó la mejilla de su padre y le dijo:

-Adiós, gracias por todo.
-Adiós, suerte con tu futuro.
-La tendré, padre. Y tú deberías venir conmigo.
-No, aquí nos separamos. No tengo necesidad de abandonar mi lugar.
-Prometo volver. Y conmigo traeré éxito. Entonces te convenceré y te llevaré conmigo para compartir los frutos de mi entrenamiento.
-Por tu felicidad, espero que así sea. Buen viaje hijo.
-Buen encierro, padre.

Y partió, llevando consigo sólo sus sueños. Se proveería con el contenido de su bolsa, que no lo sostendría en pie más de tres o cuatro días. Pero confiaba en llegar pronto a la metrópolis que buscaba.

Horas más tarde se encontró con el primer percance: un río con una corriente tan fuerte que lo hacía imposible de cruzar a nado, incluso para el boxeador. Más había un par de hombres que llevaban a la gente en bote hasta el otro lado.

-¡Hey- le gritó uno de los hombres al boxeador, desde la otra orilla-, muchacho! ¿Quieres cruzar?
-Sí, señor.
-Son cuarenta pesetas.
-¿¡Cuarenta!?- Se quejó el joven- ¡Vaya robo!
-Pague o no cruce.

El joven se molestó, así que por un momento pensó en abandonar esa vía. Sin embargo, algo se le ocurrió:

-¡Les doy esta capa si me llevan hasta esa ribera!

Los dos sujetos vieron a lo lejos la capa, y les pareció suficiente pago, así que aceptaron la propuesta. Pero en cuanto estuvieron al alcance del luchador, éste les propinó una golpiza a ambos y tomó el bote.

-Esto les pasa por ladrones y codiciosos- les explicó.

Mas a mitad de camino debía pasar entre peñones enormes, y por su falta de habilidad estrelló el bote y éste se hizo añicos. Consiguió sostenerse de una roca y evitar que lo arrastrara la corriente, pero su bolsa si se alejó con las claras aguas.

Allí se subió, y se sentó a esperar por un milagro, por su suerte. A los dos días el hambre y el sueño le desmayaron y formó parte de la corriente.



-¿Dónde estoy?- se preguntó el joven.

Hallábase a la orilla del río, sabrá Dios cúantos kilómetros más allá de su destino. Se irguió cuan alto era y su estómago le emanó una queja. Sus ojos buscaron alimento, y encontraron frutas en los árboles más cercanos. Se hartó de comer mangos y manzanas y luego bebió del río que lo había llevado hasta allí. Entonces comenzó a andar bosque adentro, sin conocer su ubicación o siquiera qué dirección debía tomar.



Dos días más pasaron, y el joven se cansó de comer frutas. Pero no sabía dónde estaba y le costaba encontrar alimento apropiado.

Entonces, lamentándose de su suerte, por fin logró salir del bosque y se halló en la ciudad que buscaba.

-¡Y yo quejándome!

Se adentró en la ciudad, asombrado por las luces, los caminos, he incluso por la misma gente. Veía su propia mirada reflejada en la de los citadinos. Era todo extraño, tal cual se lo habían descrito. Carrozas por todas partes, vendedores gritando a todo pulmón, niños llorando con estridencia, altos tubos con luminosidades en la parte más alta, el olor de la civilización, el sabor de la ciudad.

-Padre-se dijo a sí mismo-, deberías ver esto.

Se percató de que tenía sed, así que se acercó a un aguador que estaba cerca.

-Amigo, soy un viajero. Vengo de muy lejos y tengo mucha sed...
-Cinco pesetas- le espetó el sujeto.
-No tengo dinero, amigo mío.
-Lo siento, sin dinero no hay agua.
-No tengo nada que ofrecerle a cambio. ¡Hágalo por caridad! Mi buen Dios se lo pagará.
-Este es mi negocio y de él vivo- explicó el vendedor-, no puedo regalar mi mercancía.

El boxeador se enojó por el comentario y alzó sus puños contra el vendedor, pero apenas lo tocó cuando varios hombres se abalanzaron sobre él. El aguador era un señor gordo muy querido y respetado en el lugar, decían algunos que por su maravilloso humor y contagiosa carisma.

Terminó el joven visitante sediento, golpeado y sin dinero, allí, en tierras que no conocía.



Esa misma noche se unió a una banda de ladrones que pasaba por la ciudad, obligado por la necesidad.

-Señor- decíale el luchador al jefe del grupo-, vengo desde muy lejos y he quedado sin dinero a causa de un incidente. No puedo sobrevivir así, por eso deseo unirme a su caravana. Si usted me acepta le demostraré lo colaborador que puedo ser. Les será de utilidad llevar un boxeador con ustedes, se lo aseguro.
-Esta bien muchacho, anda con nosotros. Pero conocerás nuestras reglas.
-Me adaptaré a ellas- prometió.

Y esa madrugada decidieron pasarla en un claro del bosque, donde festejaron con una parrilla magnífica y majestuosa. El ánimo del boxeador mejoró mucho con aquella compañía. Estaba decidido a compartir con ellos hasta que por fin pudiera volver a la ciudad. Allí conseguiría un entrenador oficial para por fin darse a conocer.

Así, el joven que había perdido todo, excepto sus sueños, recuperaba su habitual humor y las esperanzas que lo habían arrastrado hasta allí. Comió y bebió hasta caer dormido.

Uno de los viajeros se acercó al jefe de los malhechores, acompañado por otros cuatro que le apoyaban, y explicó algo que mucho le inquietaba:

-Señor, ¿y si este sujeto es un riesgo?
-¿Porqué piensas eso? ¿Acaso no llegaste tú aquí de la misma forma que él?
-Sí, señor- admitió el primero-. Pero este sujeto es extraño. Se nota que no es de nuestra ciudad. Todo le asombra. Tiene mucho que aprender antes de que podamos confiar en él.
-Aprenderá bien. Además es fuerte y habilidoso.Un elemento excelente para la protección del grupo.
-O un severo peligro si se pone en nuestra contra.
-¿Y porqué habría de hacerlo, si lo hemos aceptado como parte de nosotros?
-Verá, escuché una vez una historia sobre un rico y avaricioso rey que protegía su tesoro con caballeros de confianza. Ellos cuidaban la puerta principal de todo ser viviente que se acercara, mientras que el dueño podía llegar a éste desde un pasadizo secreto en su cuarto. Ningún ladrón se acercaba a la puerta porque temía al poderoso ejército que lo custodiaba. Pero un día el señor notó que fue completamente robado. Cuando llegó a la escondida cámara y preguntó a sus hombres de confianza por su riqueza éstos le explicaron que su mejor amigo había usado el pasadizo secreto y había sacado el tesoro durante la noche.

>Así mismo, si este hombre es vivo, no podemos confiar en él. Sobretodo si es capaz de derrotarnos en lucha. Además no creo que sea tan útil como él halaga. Sugiero que le dejemos amarrado a una roca en el camino.


Y eso hicieron.

Despertó adolorido y amarrado de tal manera que no podía casi moverse. Quejóse de nuevo de su suerte, injuriando contra ella. Varias horas pasó así, incluso cuando el hambre y demás necesidades amenazaban con abatirle.



-Vamos, señor. He oído que de este lado del bosque hay mejores aves.
-A la hora de practicar, da igual que ave caiga.
-No diga eso, muchacho.
-Sólo bromeo.

Dos figuras, una muy joven y otra mucho mayor, paseaban en el bosque, armados con escopetas, cuando escucharon a lo lejos unos gritos.

-¡Demonios! ¡Voy a matarlos a todos en cuánto me suelte! ¡Pagarán por esto, desgraciados!

Movido por la curiosidad, y desobedeciendo a hombre mayor, el chico corrió en busca de quien gritaba de tal manera. Pronto halló al desdichado boxeador, tirado en el suelo, aún amarrado y completamente exhausto.

-¡Suéltame! ¡O te retorceré el pescuezo!
-¿Cómo harás eso, amarrado como estás?- se mofó el joven, y notó que ambos tenían edades aproximadas.
-¡Qué suerte tengo! Encontrarme con un payaso en estas condiciones.
-¡Vaya carácter, amigo! Quizá deberías quedarte aquí, en medio de la nada.

Y al igual que los ladrones, el muchacho se marchó, dejando al luchador totalmente abandonado.

-¡Grandioso! Debí escuchar a mi padre cuando me dijo que hallaría sólo desventuras, desencantos y fracasos, que nada bueno sacaría de esta experiencia. Se entristecerá mucho cuando cumpla mi promesa y regrese: muerto y acarreado por unos desconocidos.

Y así se rindió el hombre a su destino.



Estaba el campesino descansando al final de su jornada, que se había vuelto infinitas veces más pesada desde la partida de su hijo, hacía dos años aproximadamente.

Aún recordaba a su descendiente con el mismo cariño y afecto que cuando éste se marchó. En ese momento, mientras pensaba en él (y en si habría logrado el éxito que anhelaba y había olvidado a su viejo y fracasado padre), sonó la puerta de su casa. Un poco asombrado por el hecho, ya que casi nunca venían a verlo, fue a recibir su visita.

-¡Un segundo, ya voy!

Mayor fue la sorpresa cuando al abrir se encontró de frente con su hijo, vestido con un traje magnífico y adornado con numerosas joyas. Tras él se veía una carroza muy elegante, que al parecer le había traído y allí le esperaría.

-¡Padre mío, he vuelto!
-¡Al fin!

Y se abrazaron con mucho cariño.

-Hijo, cuéntame: ¿cómo alcanzaste tu meta?


Y así, aún en la puerta de la casa, el joven resumió su aventura desde que se separaron hasta el encuentro con el pequeño cazador.

-...Resulta que era nada más y nada menos que el Príncipe. Allí me dejó y fue en busca de ayuda. Pasé varios días a sus cuidados, en el mismísimo hogar de El Rey. Al sanar, le ofrecí mis servicios. Pronto conseguí el apoyo que necesitaba y ahora soy conocido en muchos lugares, padre.
-¡Cómo me alegro, hijo mío!
-Sí. Y te equivocaste al decir que no hallaría tesoro alguno, porque conseguí el mejor de todos: un gran amigo. ¡Hey, Príncipe, bienvenido a mi humilde morada!




BlackJASZ

4 comentarios:

  1. Men no esta mal! xD Jajaja es mas a mi me gusto esta depinga!

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  2. jajaja!! Coño gracias man! :D me alegra que le gustara a alguien jajaja

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  3. Es un género distinto. Me recuerda a la serie de parábolas de Poe. Está muy bien, Jisus. Felicidades :)

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  4. jajaja sii! pa variar un poquito :P Coño y m tienes halagadisimo tu!!! Primero Stephen y ahora tamb Poe??? que honor (L) JAJAJAJAJA Gracias Verthandi :-P

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