miércoles, 2 de septiembre de 2009

Cuento No. 7 - El Sepulturero (El Hotel de los Muertos II)


3:00 AM
Un solitario sujeto arrastraba los pies, dejando marcas en la tierra. En su mano derecha llevaba una vieja y corroída pala. Sobre su hombro izquierdo reposaba un bulto de considerable tamaño. Una persona normal se agotaría rápidamente cargando con tanto peso, pero este sujeto era especial. Tenía una fuerza extraordinaria, inhumana.

El único gato de la ciudad bajó del árbol en el que reposaba y fue tragado por la espesa neblina.

La mayoría de las lápidas se mantenían erguidas ante la tenebrosidad de la hora, otras hacía tiempo que habían decidido descansar sobre la grama.

Evan observó con curiosidad al anormal sujeto. Luego se saltó las rejas que cerraban el lúgubre cementerio y corrió hacia la colina más alta del lugar, desde donde el extraño ser empezaba a descender con el bulto. Sentía que en él encontraría las respuestas que buscaba.

El hombre moreno llegó hasta el tope y miró hacia abajo: el sujeto había bajado por la ladera y estaba navegando en un enorme pantano con un minúsculo bote. El bulto reposaba a sus espaldas, mientras él remaba con la pala. Lo perdió de vista en la neblina, que por alguna razón olía a uvas.

El joven se deslizó por la fangosa ladera hasta llegar abajo, luego se sumergió en el lodo. Las aguas estaban totalmente sucias y contaminadas. No había rastro de vida de ningún animal, ni siquiera del más pequeño insecto.

Nadaba casi sin fuerza. Estaba empapado hasta los huesos y las ropas le limitaban el movimiento. Pero por fin llegó hasta su destino. El sujeto extraño estaba cavando a diez metros de la orilla. Evan salió del pantano y tosió el agua y el lodo que había tragado. Se irguió y gritó:

-¡Hey! ¿Quién es usted? ¿Podría ayudarme?

El sujeto lo ignoró. Evan avanzó varios metros. La extraña figura estaba enterrando a un hombre canoso, pero dejaba sobresalir su cabeza por encima del nivel del suelo. Junto a él había dos agujeros más, semejantes al que fue rellenado con el anciano.

-Señor, ¿Podría ayudarme?

No halló respuesta. Entonces se fijó en lo que era el bulto: un saco abierto que llevaba dentro a una mujer de cabellos amarillos. Ella no se movía, parecía dormida.

-¡Lillian! ¿Quién es usted?

El sujeto se enderezó. Era descomunalmente alto y deforme: sus brazos eran muy fornidos (aunque uno era bastante más grande que el otro), el pecho desnudo mostraba graves quemaduras, una joroba adornaba su espalda y su cabeza estaba un poco descuadrada. Tenía una sola ceja, una sola oreja y uno de sus ojos no tenía ni iris ni pupila. Parte de su rostro estaba fuertemente chamuscado.

-Me llaman Digger- tenía una voz extrañamente grave y socarrona.
-¿Digger?- repitió el joven- ¿Excavador? Lo que eres es un enfermo. ¡Suelte a mi mujer!
-No puedo hacer eso. Estoy haciendo mi trabajo.
-¡Ella no está muerta!
-Todo el que llegue aquí está muerto. O lo estará pronto.
-¡Cállese!

Evan corrió hacia su mujer. Le tomó la muñeca, pero nada latía.

-¡La ha matado! ¡Lo asesinaré!
-No lo intente- le recomendó una voz que no provenía de Digger, quien sostenía una sonrisa deforme y burlona.
-¿Quién habló?- preguntó el hombre moreno.
-Fui yo- respondió la anciana cabeza que sobresalía del suelo-. No le recomiendo luchar contra este demonio. No podrá matarlo.
-¿Qué diablos? ¡Todos en esta mierda están locos!
-Soy un alma maldita- explicó el extraño ser-. Usted no puede lastimarme. Pero yo sí puedo lastimarlo a usted.

El sepulturero levantó su pala y le asestó un fuerte golpe en la cabeza a Evan. Éste cayó y rodó por la leve pendiente, hasta detenerse en la orilla del pantano. Se oía un gato maullar a lo lejos.

El caído intentó levantarse, pero se sintió demasiado débil como para lograrlo. El ser deforme extrajo de los bolsillos laterales de su chaqueta una botella bastante singular y bebió su contenido. Luego eructó y avanzó hacia el joven.

-Desgraciado- susurró Evan, mientras finalmente se ponía de pie-, voy a matarte.

Tomó una piedra y golpeó con todas sus fuerzas la cabeza de Digger, quien no se movió para evitarlo ni sufrió herida alguna por el impacto. Evan jadeó, sorprendido. El deforme acercó su rostro al del hombre moreno y le dijo con su voz grave y socarrona:

-Te dije que no puedes lastimarme.

Y soltó una carcajada. Su aliento olía a jugo de uva. Evan le pegó al extraño ser hasta que la piedra se pulverizó y hasta que la piel de sus manos comenzó a sangrar, entonces Digger volvió a golpearlo con la pala y éste cayó en el agua, casi inconsciente.

El ser deforme regresó a su trabajo y comenzó a enterrar a Lillian. Evan salió del pantano con mucho esfuerzo y permaneció tirado en la orilla, tosiendo lodo. Luego preguntó:

-¿Quién es usted?

Sin dejar su labor, Digger respondió:

-Soy un alma maldita. No puedes matarme, llevo años muerto. Hace mucho tiempo que me dedico a sepultar gente y capturar almas de este pueblo aún más maldito que yo. Nadie puede salir de aquí.
-Demonios- dijo el joven moreno mientras tosía-. Realmente estás desquiciado.
-Tal vez. Verás- comenzó a explicarse, mientras se sentaba sobre una enorme roca. Lillian estaba a medio enterrar-, no he cambiado mucho desde mi defunción. Éste era mi hogar. Vivía tranquilamente sin hacer daño a nadie. Pero la gente comenzó a odiarme el día de la feria anual. Jamás había ido...
-No te pedí la historia de tu vida- se quejó Evan.
-¡Cállate y escucha!- Volvió a sacar la singular botella, que extrañamente estaba llena de nuevo, y volvió a beber su vino.
-Sí, sigue contando- pidió el anciano con una sonrisa, parecía no estar consciente de la situación en la que se encontraban-. Siempre me han gustado las historias.

El maullido aumentaba poco a poco, como si el animal se acercara desde la distancia. La neblina era cada vez más densa, y el olor a uva se fortalecía segundo a segundo. El pantano era demasiado silencioso, no tenía ranas, ni moscas, ni sapos, ni saltamontes, ni ningún otro animal. Sólo estaban ellos cuatro. Y el gato.

-Prosigo- dictaminó el extraño ser-. Visitaba la feria por vez primera. Aquellos que nunca me habían visto no me quitaban los ojos de encima. Los que sí me conocían ignoraban mi presencia, como siempre. Entonces pasé por el kiosco de frutas y rogué por unas uvas, solía comerlas con mi madre cuando estaba viva. Mis padres murieron cuando tenía once años. Después de eso heredé el trabajo de mi padre.

>En fin. Suplique por mis frutas, pero me las negaron muy ofensivamente...


El sepulturero así lo recordó:

-Anda a mendigar a otro lado, ¡deforme! Los racimos son a mil.
-Pero no tengo nada de dinero- respondió el ser, un poco molesto-, señor.
-Bill, no seas tan desgraciado con nuestros clientes- le decía otro vendedor del kiosco-. ¡No importa lo feos que sean!
-Está bien, Roger- asentía el primero-. Daremos limosna a los fenómenos del circo.
-Este año no vino el circo- explicó Bill con tono cantarín.
-¿Ah, no?- preguntó Roger irónicamente- ¡Entonces éste ser debe estar desempleado!

Ambos se burlaron del extraño con risas estridentes. Ninguno le ofreció al desdichado lo que pedía con ansias. Entonces, muy molesto y ofendido, les gritó:

-¡Cállense! ¡Desgraciados!
-El desgraciado aquí eres tú- atinó Bill-, deforme.
-Sí- aseguró Roger-, ¡anormal!

El sepulturero enfureció y derribó el kiosco, usando toda la descomunal fuerza que había ganado con tantos años llevando a cabo su difícil trabajo. Varios hombres intentaron agarrarlo, pero él los derribaba como si fuesen de cartón. Los pocos policías que habían fueron derribados con facilidad. Destruyó todo a su paso, causando un terrible incendio, semejante a un pequeño infierno. Luego huyó hacia su hogar.

Horas más tarde llegó un gran grupo de ciudadanos enfadados, incluidos los vendedores del kiosco de frutas, y prendieron en llamas al sepulturero. Entre sus sollozos se podían oír gritos:

-¡Quémate animal!
-¡Esto es por quemar parte de nuestra preciosa ciudad!
-¡Ahora eres tú quien arde, como ardieron mis pobres hijos!
-Aquí están tus miserables uvas- gritó Bill. Entre él y Roger le arrojaron numerosos racimos, mientras él lloraba pidiendo clemencia-. Ya no volverás a la ciudad por estupideces.
-¡Te maldigo ser deforme! ¡Te maldigo en el nombre de todos los que murieron!
-¡Que tu espíritu esté condenado a vagar y que jamás puedas descansar!
-¡Te maldigo para que pases una eternidad enterrando cuerpos y almas tan desgraciados como tú!

Esa noche murió el sepulturero de la ciudad. Su defunción fue registrada a las 3.00 AM. Luego de ese evento lo conocieron como Digger, el alma en pena que noche tras noche se llevó a los ciudadanos y los enterró en el pantano de su hogar, El Hotel de los Muertos.


4.00 AM
-Aparte de eso- explicaba Digger-, sólo recuerdo que esa madrugada el pequeño Miau, mi gato, maullaba desde donde estás tú, me observaba morir aquí mismo. Luego hice lo que me fue encomendado y enterré almas desgraciadas: todos los habitantes y cada uno de los forasteros que llegaron a visitar la ciudad. Nunca he dejado partir a ninguno y no pienso hacerlo jamás.
-¿Y cómo hiciste para que todos los turistas vinieran hasta el cementerio por su cuenta?- preguntó Evan, reuniendo fuerzas para levantarse. Estaba mareado.
-Miau toca con sus patas las ventanas del hotel. Cuando los hospedados miran sus ojos quedan hipnotizados y lo siguen hasta aquí. Por cierto, es el único animal que hay en toda la ciudad.
-Pero si todos los habitantes están muertos, ¿quiénes nos recibieron a Lillian y a mí?
-Mira hacia atrás- recomendó Digger.

El hombre moreno volteó hacia la más lejana orilla del pantano, desde donde había venido. El gato azabache estaba sentado maullando. Sus ojos rojos brillaban más que de costumbre. Los ciudadanos que Evan había visto antes se acercaban hacia él, nadando. Éste finalmente se levantó y les observó llegar. Sus pieles eran verdosas. El primero en salir fue el botones decapitado. Un policía lo seguía de cerca y le explicó al joven:

-Le dije que aquí todos estamos muertos.
-¿Zombies?- preguntó el visitante. Ya no se sentía tan incrédulo, más bien estaba asustado.
-Bingo- respondió Digger y nuevamente golpeó con la pala a Evan, que se desmayó al instante.
-¡Oh! Ahora será uno de nosotros- dijo el anciano canoso, mientras salía de su agujero-, como su bella esposa.
-Sí- dictaminó el sepulturero-, será uno de nosotros.

Entonces la neblina cubrió totalmente la escena.




Black JASZ

8 comentarios:

  1. Muy bien, Jisus! Me agradan los finales abiertos. ;)

    Por cierto, una pequeña acotación: yo no usaría la expresión "el moreno". Creo que lo correcto es especificar "el hombre moreno".

    Sea como sea, felicitaciones. Me gustó mucho :)

    ResponderEliminar
  2. Oh, por cierto! Qué ocurre con la otra historia entrelazada? Si mal no recuerdo había otro hombre 'normal' junto con la pareja, no?

    ResponderEliminar
  3. ok ok! Ya arreglo esooo! y n cuanto al otro tipo era el viejo canoso XD q mal Maghi, m decepcionas...(L) XD

    ResponderEliminar
  4. Ohhhh! Vaya, en serio me agarraste con esa. Jajaja. ;)

    ResponderEliminar
  5. cño 1 cuento por hora pes XD! asi jamas los leere negron tienes q darme tiempo!

    ResponderEliminar
  6. AJAJAJAJAJA Q exagerado man JAJAJAJAJA weno weno lo pauso un poco tncs XD

    ResponderEliminar
  7. NO LO PAUSES XD estoy demasiado feliiiz :D xq l cuento anterior me hbia dejado cn las ganas y tu me satisficistee! xD X FIN! XD hahaha (eso suena obseno :O) xDDDD hahahaha muy bueno jesusiitoo :) ♥ enserioo :)

    Como siempre t digo.. no dejes de compartir tu talento conmigoo :) se t kiere ♥

    ResponderEliminar
  8. jajajaja si mas o mns! XDXDXD Pro wenooo me alegro d q guste! Seguire scribiendo y etiquetandote! a ud tamb se le kieree :):)

    ResponderEliminar

Todos los derechos reservados / All rights reserved

Mapa de Visitantes: SI, USTED ESTA AQUI!!!