lunes, 31 de octubre de 2011

Cuento No. 14 - Dulce o Truco


Era Halloween. La fecha en la cual aparecían los disfraces más inocentes, representando a las criaturas más temibles y escalofriantes. La noche de las brujas, la noche del horror.

Era la fiesta de las bestias más peligrosas.

Justo acababa de oscurecer en aquella ciudad lúgubre. El viento soplaba firmemente, enfriando todo a su paso. Las calles eran tenuemente iluminadas por la luna llena y la suave luz de los postes eléctricos acariciaba las sombras.

Todo estaba adornado con la temática correspondiente. Las casas despedían un aura aterrorizante, las telarañas inundaban los alambrados y cableados, por todos lados colgaban luces, velas, calabazas, figuras de espanto, ítems horrendos. Los esqueletos guindaban allá, donde pudieras ver. Las brujas se escondían en los hogares, preparándose para la noche y para su fiesta. Tampoco faltaban sus amados gatos negros, deambulando por aquí y por allá; nunca se habían visto tantos, pero allí estaban, porque esa noche todos los gatos eran negros. La grama se había ennegrecido, las paredes estaban mohosas, el ambiente estaba húmedo, y las vías lodosas. Era una noche tétrica.

Era una noche perfecta.

Frente a una de las enormes casas, unos pocos niños, enfundados en sus adecuados disfraces, se reunieron en júbilo. Estaban listos para salir a cazar. Acorde a la tradición, cada uno iba armado con una canasta en forma de calabaza-espanto.

Se sonrieron unos a otros, ocultos bajo sus disfraces. "Este año seré yo quien reúna más dulces", pensaron todos a la vez. No sabían quién tendría más bocadillos, ni quién ganaría, mas sí que sólo uno lo haría

Sean era un hombre lobo, Gabrielle era una vampiresa, Daniel un fantasma, Al era un pequeño demonio y Anne era una muerta-viviente. Sean, Gabrielle, Daniel, Al y Anne. Criaturas espantosas y salvajes de naturaleza violenta. Todos iban disfrazados y cada uno vestía con la imagen de lo que más temía, el monstruo más abominable que, inocentemente, podían emular. Llevaban los fieros disfraces adaptados a los mitos y a las leyendas. Y asustaban, pero no dejaban de ser más que unos pequeños.

Recorrieron las calles, danzando y cantando, llenando sus canastas con los dulces más apetitosos y monstruosos que les pudieron regalar: caramelos con forma de ojos, chupetas con aspecto de dedos, barras de chocolate que asemejaban un trozo de mano o pie, refrescos rojos que pintaban la lengua y los dientes cual sangre... Era suficiente como para que estuvieran contentos (sobre todo Sean, quien había reunido más confituras). 

Los vehículos-bestia pasaban zumbando a su lado, tocando corneta, felicitándolos por sus disfraces tan vívidos y escalofriantes. Y ellos seguían sonriendo dentro de sus atuendos.

Había sido una noche fructífera, se habían divertido y habían recolectado muchas golosinas. Pero no habían terminado, y ellos lo sabían. Antes de volver a sus hogares, debían visitar El Recinto del Miedo, la verdadera mansión del horror.

La casa de la colina, extraña creación, se alzaba sobre las sombras al tiempo que una suave neblina se posaba alrededor de su techo, apenas rozándole, quizá sólo para acentuar su aterrador aspecto. Tenía dos pisos, construidos en ladrillo y en madera, cementados hacía ya mucho tiempo. Presentaba grandes ventanales, de marcos antiguos y vidrios quebradizos, que parecían los lúgubres ojos de la mansión. Y abajo, en el medio, se mostraba la boca: una enorme puerta de madera, carcomida por los años. El abandono del lugar le hacía estar más acorde a la fecha; no necesitaba ningún adorno; sólo por estar allí de pie, generación tras generación, El Recinto del Miedo, se erguía como símbolo de un pasado ya olvidado, de una civilización que entró en decadencia, arrastrada por sus propios actos, como todo.

Y la llamaban así porque en la última habitación, en el segundo piso, les habían dicho que habitaba eternamente el monstruo más horrendo de todos, la criatura más terrible en este mundo, el ser más vil. Quizá por eso nunca se habían decidido a derribarla. Miedo.

Sus padres se habrían molestado de saber que ellos pensaban entrar, pero sus padres no estaban allí. Y ellos sentían la obligación de conocerla, más allá de su fachada.

El patio frontal se asemejaba a un viejo cementerio, pero en vez de lápidas tenía rocas deformes y burlescos gnomos de cerámica, infieles custodios. Los pequeños "monstruos" brincaron la endeble cerca que rodeaba el lugar y poco a poco comenzaron a subir por la pendiente de la montaña, una extensa subida hacia la real mansión del horror.

Un crujido sonó cerca de ellos, y las pequeñas bestias se apretujaron, aterradas. Anne miró a su alrededor y, señalando tras una roca de pequeña talla, dijo:

-¡Tranquilos! ¡Es sólo un gatito!

Un débil maullido viajó en la fresca brisa al tiempo que los niños observaban al negro gato esconderse tras la roca chica.

Siguieron avanzando, y el ulular de los búhos les heló la sangre. En especial porque no les veían y, además, jamás se habían visto -ni se verían- búhos en aquella ciudad. Murciélagos imaginarios rompieron el aire con el batir de sus irreales alas, mientras sus inexistentes chillidos discutían con las aves nocturnas. Pero los que vestían de monstruo seguían avanzando.

El viento susurraba, el miedo gritaba.

Y llegaron a la entrada. La puerta estaba cerrada, pero una corazonada les dictó que con sólo girar la manilla, podrían entrar. Sus frentes sudaban, pero no sólo por el esfuerzo. 

-Que Sean entre primero- aclamó Al.
-No- habló el hombre lobo-, no quiero entrar solo.
-Yo te acompañaré- sentenció Gabrielle, la vampiresa.
-Sí, entren ustedes, nosotros esperaremos aquí- aportó Daniel.
-¡Sí! - aceptaron todos los demás, temblando ante el ambiente oscuro de El Recinto del Miedo.
-No- susurró Sean-, ustedes entrarán tras nosotros.

Algunos tragaron saliva, otros buscaron inútilmente con la mirada a las aves o a los murciélagos. Gabrielle acotó:

-No es más que una casa. ¿Qué podría haber dentro que fuera tan horrible?

Y tomando del brazo a su amigo-lobo, le ordenó:

-Vamos, Sean.

Y giró la manilla. Del interior sopló un viento húmedo con aroma a antiguo. Los dos chicos entraron tomados de la mano. Tras ellos entró el grupo de amigos, imitando a sus compañeros y caminando lentamente. Dejaron la puerta abierta por si tenían que salir corriendo. Paso tras paso, observaron la casa.

La sala que servía de recepción era bastante amplia. Tenía algunos viejos sofás cubiertos por un manto cada uno y por mucho polvo. Las oscuras cortinas, a medio deshacer, cerraban las ventanas y el paso de luz. El suelo estaba tan sucio que con cada paso percibían cómo se levantaba la mugre bajo sus pies. Del techo colgaba una lámpara de araña, torcida y maltratada, y las alfombras del lugar casi habían desaparecido.

Las escaleras estaban más adelante, junto a la cocina, que sólo vieron de reojo. Aún así, las ollas abolladas y los platos rotos en el piso aportaron más terror al corazón de las pequeñas "bestias". O quizá fueron las hornillas reventadas o el horno destruido. O el pálido y desgarrado papel tapiz que forraba las viejas paredes.

A medida que avanzaban por las escaleras sonaban sus pasos y el eco de éstos, como si fuera una película de terror. Las criaturas estaban espantadas, pero seguían avanzando. Algún insecto inmortal atravesó el último escalón frente a la mirada de Sean y Gabrielle. Tal vez era una advertencia para que no cruzaran. Pero ellos siguieron.

Sus respiraciones acompasadas empeoraban el ambiente, pero no podían evitarlas. Anne rogó que se acostumbraran. No funcionó. Además, el miedo les hacía temblar. Pero los pies seguían hacia adelante.

El pasillo al final de las escaleras era bastante ancho, así que se ordenaron uno al lado del otro y se tomaron todos de la mano. Avanzaron al mismo tiempo, caminando todavía más lento. Sus corazones retumbaban en sus pechos y sus extremidades sudaban de terror. La oscuridad de la mansión los envolvía y consumía conforme se acercaban más y más al último cuarto.

Las habitaciones a sus lados estaban cerradas en su mayoría, aunque algunas puertas se mantenían abiertas, tras ellas se veían camas mohosas, sillas caídas, sábanas rotas, estantes sin vida, armarios  muy viejos, libros en el suelo, ventiladores tiesos, bombillos muertos. Otros cuartos simplemente mostraban sombras y nada más.

Los "monstruos" siguieron su camino a lo largo del pasillo, el cual parecía ser cada vez más largo. Sintieron que nunca llegarían a aquella puerta final.

Pero finalmente allí estuvieron. La última habitación.

La puerta estaba cerrada. Intentaron abrirla empujándola, pero, a pesar de que ya era vieja, aún era resistente. Sean tragó saliva, y supo en su corazón que la manilla cedería si la halaban con energía. Se acercó lentamente, tomó el pomo de la puerta y lo haló hacia sí mismo. Y ésta abrió. Los goznes se quejaron levemente, pero estaba abriendo.

La última habitación era idéntica a las demás. Las telarañas invadían todo haciéndole competencia al polvo y a la humedad. La cama matrimonial se hallaba en el suelo con el colchón rasgado, la mesita de noche permanecía en el piso, las lámparas se habían estrellado contra el suelo y una extraña caja negra con una pantalla de vidrio rota sonreía entre sus restos.

No había nada más. Sus corazones se aliviaron. Hasta que Al habló:

-Hay una puerta más- susurró aterrado-, allá, al otro lado de esta habitación.

Las miradas voltearon lentamente, confirmando lo que acababan de oír. Había una puerta más.

-Entraremos todos- sentenció Gabrielle.

Las criaturas se acercaron a la última entrada, preocupadas nuevamente. Sean tomó el pomo y lo giró, los demás se tomaban de las manos. Extrañamente, la puerta abrió halándola, mientras sus goznes gritaban con un quejido terrible. Una oscuridad total apareció al otro lado. No se veía nada.

-¡Vámonos!- susurró Anne.
-No- sentenció Gabrielle-. Entraremos.

Se tomaron todos de la mano y entraron como pudieron. No veían nada, sus ojos parecían no poder acostumbrarse a la oscuridad.

De repente una fuerte brisa corrió desde la entrada de la casa y cerró todas las puertas. Habían quedado encerrados. Gritaron con estridencia, apretujándose, pero nada se solucionó con eso. Rápidamente buscaron a tientas la puerta, pero no la encontraron. Sean encontró primero el interruptor de la luz y supo que ésta encendería. Fugaz como un rayo, el pequeño hombre lobo activo el sistema de iluminación. Comprendió de inmediato que fue un error.

Alrededor de los chicos se encontraban miles y miles de monstruos horrendos. Todos parecían iguales, eran bestias gritando fuertemente. Miles y miles de aquellas criaturas tan terribles, maliciosas, peligrosas y aterradoras, aquellas a las que tanto temían todos, estaban allí, mil veces repetidas. Los chicos gritaron con potencia, y los monstruos contestaban con la misma energía.

Intentaron huir, pero estaban rodeados por todos lados. El horror y la impresión dieron paso a la sensación de impotencia y la claustrofobia. Las canastas-calabaza cayeron al suelo y rodaron, cubriendo el suelo de dedos, ojos, manos y pies mutilados. Los niños corrían, pero al pisar las piezas su temor crecía y crecía.

Finalmente, Daniel descubrió el pomo de la puerta y la abrió, huyendo entre gritos mientras sus amigos corrían tras él, traumatizados para siempre. Y los terribles monstruos desparecieron con ellos. La habitación quedó vacía. Sólo quedaba el bombillo en el techo y los cuatro espejos que cubrían las paredes.



Sean, Gabrielle, Daniel, Al y Anne. Eran un hombre lobo, una vampiresa, un fantasma, un demonio y una muerta-viviente, disfrazados de la criatura que más temían: El Hombre.





BlackJASZ

5 comentarios:

  1. Excelente! Vocabulario exquisito. Te quedas pegado a la historia. Y acertadamente atiné al final a mis suposiciones, sin embargo, eso no quita que es un relato muy bien hecho! Felicitaciones Serra! Jess.

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  2. =O! Geniaaaaaaaal xD
    En el párrafo donde describes la casa, escribiste " Reciento" en vez de "Recinto" oxo
    Jaja pero todo lo demás está muy bien, me gustó el final, hace reflexionar!
    Feliz halloween terroríficamente atrasado para ti! XD jajajaja

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  3. Estuvo muy bueno!! Es una trama muy entretenida y un buen final jajaja!! Felicitaciones!!

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  4. Que buenisimoooooooooooo!!!!!!!!!!!!!! Me encanto el cuento, Jesús. Realmente estupendo =D

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