sábado, 30 de octubre de 2010

LA PROMESA: LA LEYENDA DE ZUBERI - 10

Capítulo 10: De Cómo Zuberi Luchó Contra Adwar

Tras salir de la habitación de Malaika, encontró otro gran tramo de escalones, suspiró y comenzó a bajarlos. Al igual que antes: mientras más descendía, más calor hacía.

Al poco tiempo decidió sentarse a descansar, y allí se quedo durante casi medio día. Al despertar, comió los últimos alimentos que tenía y siguió su camino.

La siguiente visita estaba bastante cerca, así que tras dos horas de andanza, pudo divisar el último dintel: "Séptima Visita: La Guerra y La Cobardía".

-Según lo que me dijo Ramla, ésta debe ser la última. Salgamos de esto tan pronto como podamos- dijo Zuberi para sí mismo al terminar el tramo de escaleras. Respiro hondo y empujó la puerta.

La habitación era increíblemente amplia. Sus paredes, el piso y el techo, estaban totalmente cubiertos de puertas de idénticos tamaños, formas y colores. Cerca del fondo del lugar, cual reina, una mujer estaba sentada en una enorme silla que citaba a un memorable trono, y a su derecha estaba de pie un hombre. Ella vestía una armadura dorada muy sensual(del mismo color que la perla en su rostro), adornada por una larga capa negra, y él llevaba una plateada, al igual que el brillante punto de su frente, no menos magnífica, ambos eran caucásicos de cabello oscuro, que aparentaban tener poco más de viente años. La mujer portaba una espada envainada en su cintura, el hombre en cambio no llevaba ningún tipo de arma. Ella sonreía impaciente y él la imitaba, pero nerviosamente.

-Mi nombre es Adwar, soy La Encarnación de La Guerra, y él es Gwala, quien representa La Cobardía.
-Yo soy Zuberi. Llamado en mi tribu "El Hombre Más Fuerte". He llegado hasta aquí y pienso seguir adelante.
-Cúanta determinación. Tampoco vacilaste al atacar a la pobre Lesedi con tu fulminante lanza.¡Esa pequeña! Te advierto que no permitiré que pases de aquí. No sin antes vencerme, lo cuál no sucederá. Por cierto, bienvenido a mi casa. Ésta es mi sala.

Entonces se levantó y cruzó la puerta que tenía atrás, dejando a Zuberi solo con Gwala.

-¿Tú eres su esposo cierto?- preguntó el joven- ¿Porqué la amas, si se nota que es totalmente diferente a ti?
-.No sólo soy su esposo, soy su alma. Nos separamos físicamente para ser más fuertes. Además, ella tiene carácter, es hermosa y sensual. Además pelea como nadie, porque es la mismísima encarnación de La Guerra- respondió él, algo afligido por el miedo-. ¿Cómo no amarla?
-Ya veo.

Dicho ésto, el visitante clavó la lanza en el suelo para desenfundar la hermosa espada que fue de Abrafo. El hombre abrió los ojos, como presa del pánico, y rápidamente se deslizó hacia donde se había ido su mujer. Zuberi sonrió y le siguió. Llegó entonces a un cuarto enorme con varias puertas, éstas diferentes entre ellas. En una de ellas estaba Adwar, apoyándose del marco.

-Éste es mi vestíbulo. Ven lucharemos aquí. No vayas a huir a mi habitación- dijo ella señalando pícaramente una de las puertas.

La mujer desenvainó su espada y sonrió malévolamente. Zuberi la observó a los ojos, luego miró alrededor tratando de encontrar a Gwala.

-Ése está escondido. No te preocupes por él, no interferirá en mi turno.

Y se acercó lentamente hacia su visitante, que empezó a sudar, no por el miedo, sino por el calor extremo. Y bajo esas condiciones se desencadenó la batalla.

Instantáneamente Zuberi notó la diferencia que había entre ella y sus compañeros: Adwar era mucho más veloz y ágil que todos aquellos con los que se había enfrentado. El joven apenas podía igualar su rapidez, sin embargo se sentía seguro de sí mismo. Había aprendido mucho y lo habían ayudado bastante. Incluso sentía la intensa energía que Malaika le había obsequiado. Podía ganar. O perder con cualquier descuido, por mínimo que fuese.

Las espadas chocaban con ferocidad. La de ella era un poco más larga y pesada, pero la de él era suficientemente resistente como para no preocuparse por eso. Tras varios movimientos muy cercanos, Adwar se alejó un poco y le dijo:

-Es la de Abrafo, ¿cierto? Una espada de humanos. Capaz la más poderosa que haya. Él la tenía sólo por ser vanidoso, porque en sus manos, como ya debes saber, perdía mucho poder.
-Sí, Malaika me explicó un poco sobre las armas.
-Pero en las tuyas te hace más y más fuerte cada minuto que la usas.

Zuberi observó minuciosamente su arma, aunque no entendió ni se preocupó por ello. Luego le preguntó a la mujer:

-¿Y qué hay de la tuya?
-Es como la tuya. Yo también soy humana- le dijo ella con una sonrisa-, como tú. Aunque yo sí puedo usar armas espirituales o demoníacas. Por ser La Guerra.
-¿Porque no usas de otro tipo entonces?
-No hace falta más poder. Prefiero luchar con el mío propio. Además, las armas humanas son más prácticas.
-Me agrada como piensas- confesó el muchacho-.
-Gracias, Zuberi- respondió ella sonriendo amargamente-. Sigamos.

Y brincó hacia él, que se defendió con aplomo. Ella era tan fuerte como Malaika, eso lo asustó un poco, pues pensó que ella también sería un espíritu, y uno aún más veloz que Abrafo.

Llevaban ya media hora de La Tierra de Los Vivos cuando apenas empezaron a jadear, al mismo tiempo. Pero ellos seguían luchando ciegamente. Ramla podía escuchar los gritos y los impactos que se producían entre las espadas. Y el más valiente les temió.

Ellos conversaban mientras luchaban.

-Si se supone que Malaika es invencible, ¿porqué ustedes son la siguiente casa?
-No es que sea invencible. Es que no puedes matarla, a excepción de que tengas Poder Espiritual. El cual yo poseo. Sin embargo no estamos ordenados por nuestro poder, sino por nuestro papel en las demás vidas humanas. Pero no pretendo explicarte algo tan complejo como eso en este momento.
-Ya veo. Además, me parece que peleas mejor que ella.
-Es así. Ella es muy pacífica. Yo en cambio entreno diariamente para ser más y más poderosa. Debo mantener mi posición.

Las espadas se quejaban de los choques, chillando fuertemente al entrar en contacto.

-¿Tu posición?- preguntó Zuberi, mientras se agachaba para esquivar un rápido ataque.
-Así es. Soy la de mayor rango entre Las Encarnaciones. El cargo me fue designado a mi por mis habilidades de disciplina y organización militar. Yo fui quien preparó tu bienvenida. Estábamos esperándote.
-¿A mi?- preguntó él, atacando el cuello de la mujer, que se movió ágilmente.
-No sabíamos exactamente a quién, pero a alguien que viniera a enfrentarnos, buscando su destino.

Adwar saltó hacia un lado y luego retrocedió un paso, evitando un corte que pudo ser fulminante. Chocaron las filosas armas y saltaron chispas, que dejaron ligeras marcas en las manos de los portadores. Entonces Zuberi obtuvo una pequeña ventaja, pero al alcanzar el abdomen de Adwar con la espada no consiguió herirla, gracias a la armadura. Entonces ella sonrió y se alejó un poco. Acto seguido, se despojó de ésta, mostrando una esbelta figura cubierta por delgadas telas negras.

-Es pesada-dijo-. Y no está ayudando mucho tampoco.

Y alzó su espada para seguir luchando. Zuberi apretó los dientes y se concentró como nunca, debía ganar esa batalla. Pero ella era demasiado rápida y experta. Al quitarse aquel caparazón metálico, había recuperado su ritmo inicial de manera impecable, como si apenas estuviera comenzando el combate.  ¡Pero él también iba a resistir mucho más!

Nuevamente jadeaban ambos. Sus cuerpos danzaban al ritmo que marcaban sus espadas al estrellar sus filos o cortar el aire. Hombre y mujer finalmente presentaban pequeñas heridas en sus cuerpos: rasguños y pequeñas cortadas adornaban a los guerreros en sus estómagos, rostros y extremidades, y eran cada vez más abundantes. Pero no más profundas.

La batalla era demasiado pareja, al igual que sus cansancios.

Poco a poco, todos los que habían sobrevivido a la visita del hombre comenzaron a desesperarse, pues el ruido que causaba aquella pelea retumbaba en todos lados. El enfrentamiento se sentía eterno.

Y allá Zuberi aprovechó un ligero descuido de Adwar y le incrustó la punta de la espada en su ombligo, que empezó a sangrar. La mujer cayó sobre sus rodillas, y el joven retiró su arma y se alejó un par de pasos, mientras observaba cómo la guerrera quedaba tendida en el suelo.

La mujer comenzó a gritar y Zuberi la miró horrorizado: la sangre que se derramaba dejó de fluir. Luego toda la piel de Adwar se aclaró hasta volverse casi transparente. Ella se levantó lentamente. Al enderezarse tenía los párpados cerrados y ya no gritaba. En su espalda había nacido un par de alas, semejantes a las de un murciélago. La mujer giró hacia Zuberi y abrió sus ojos, mostrando unos furiosos ojos rojos carmesí, dedicándole al hombre una macabra sonrisa, de grandes y salvajes colmillos letales.

Y aquella batalla aún no había terminado.




BlackJASZ

1 comentario:

  1. Wao!!impresionante,me gusto la historia y el blog. Soy miss Dolce y me encantaria compartir contigo, tengo dos blogs, sigueme si lo deseas.
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    Saludos y buen dia.

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