martes, 9 de noviembre de 2010

LA PROMESA: LA LEYENDA DE ZUBERI - 10(B)

Capítulo 10: De Cómo Fue El Desenlace De La Guerra

-¿Qué eres?- preguntó Zuberi a la vampiresa.
-Te he dicho que soy humana. O más bien lo fui. Al separarse mi alma de mi cuerpo, cuando nació Gwala físicamente, gané ciertas habilidades nuevas. Bueno, en realidad él se separó de mí porque yo me entregué a las sombras, ellas me han convertido en lo que soy ahora.
-Entonces no eres humana meramente, también eres un demonio.
-Sí, lo puedes ver así.

La criatura movió sus hombros un poco, haciendo que los huesos de su espalda sonaran, luego sonrió de nuevo y recogió su espada.

-Ha sido un buen ataque- acuñó ella-, pero yo no puedo morir así- al decir esto, todas sus heridas sanaron rápidamente-. ¿Continuamos o te rindes tan rápido?

Zuberi se enderezó también, disipó su sentimiento de asombro y se dispuso a luchar con la poca energía que le quedaba. "Viviré al menos un poco más", pensó.

La mujer percibió el cansancio del hombre, y reconoció para sí misma el de su propio cuerpo. Al autosanarse, había gastado gran parte de su vigor, el poco que le quedaba tras el enfrentamiento que le había causado un severo corte en el estómago, además de muchas otras heridas menores.

El joven resultó ser un rudo enemigo. Pero acabaría con él pronto, o sería derrotada. Aquellos dos, que habían quedado distanciados en el momento en que la mujer cayó en el suelo, comenzaron a trazar un par de lentas espirales con sus pasos, acercándose nuevamente.

Adwar exhibía sus colmillos salvajes y Zuberi su musculatura indomable, sintieron sus cansancios y supieron que aquella batalla no duraría mucho más.

Rugió la mujer y gritó el hombre, y sus espadas se unieron en un destello sanguinario. El sudor recorría sus furiosos cuerpos y sus armas danzaban nuevamente en un acompasado ritmo de guerra.

Y chocaron sus aceros con estridencia, una vez más. Adwar batió una de sus alas, levantando tierra del suelo y arrojándosela al joven en la cara, cegándole momentáneamente. Él retrocedió un par de pasos y confió en su instinto, que le sirvió para detener la espada de la vampírica Encarnación. Ella presionó con fiereza a su adversario, pero él, con su majestuosa fuerza, le propinó una patada en la boca del estómago, haciendo que cayera sentada, unos pasos más atrás. A pesar del grave daño, la guerrera se levantó en seguida, tras autosanarse un poco más.

El joven logró recuperar la visión en el momento en que la mujer alzaba vuelo hacia él, rozando ligeramente el cuello de éste con el filo de su espada. Se apartó ligeramente y observó cómo aquel ataque acababa cortando un pedazo del mango de madera de su lanza, que cayó unos pocos metros más allá, clavándose en el suelo. A Zuberi le dolió aquella tajadura más que las incisiones que había sufrido en su propio cuerpo. Pero ya se preocuparía por eso después, si sobrevivía, pues Adwar volaba nuevamente hacia él. Él alzó su espada con dificultad y desvió el nuevo ataque, haciendo que ella pasara de largo sin tocarle.

Entonces la guerrera se quedó volando suavemente en un sólo sitio, observando los ojos de Zuberi, mientras él observaba los de ella. Unos verdes, los otros rojos. Ambos jadeantes. Y allí cada uno vio la sinceridad del otro: el próximo sería el último movimiento de aquella sinfonía, pues no tenían más energía para continuar. Suspiraron al mismo tiempo y se sintieron unidos en la ansiedad. Los dos sonrieron, impacientes. Y apretaron con fuerza sus empuñaduras.

Adwar se abalanzó sobre Zuberi, veloz como un rayo. Él alzó su espada, firme como una montaña. Y chocaron sus armas con tanta potencia que tembló la tierra, y cayeron ambos en el suelo, ella sobre él, varios metros más allá. La mujer usó sus alas para levantarse un poco, y el hombre se sirvió de todo su cuerpo para voltearse, quedando sobre ella, con las espadas rugiendo en medio de ellos. Y empujaban con lo poco que les restaba de fuerza, pero ninguno cedía. Una gota de sudor se deslizó desde la frente del hombre y cayó en la perla de la mujer, que le sonrió pícaramente.

En ese momento ambos aflojaron sus armas, ya no tenían casi energía para continuar. Zuberi se desplomó sobre el pecho de Adwar. Las espadas quedaron atrapadas entre sus cuerpos, sueltas y perezosas. El joven alzó la vista y halló el trozo lacerado de su lanza, clavado muy cerca de los luchadores, y su mirada lo percibió con la tétrica figura de una estaca. Estiró su mano lentamente hacia ella, mientras sentía a la guerrera retorcerse suavemente bajo su peso. Alcanzó la nueva arma y se enderezó un poco, dispuesto a apuñalar a la mujer, pero ella lo tomó del cuello con ambas manos, casi delicadamente, al tiempo que retomaba su aspecto humano. Él elevó la estaca en el aire, preparando el fulminante ataque, y ella apretó un poco el agarre, mareando a su adversario. Y se vieron a los ojos unos segundos, que en realidad parecieron horas. Y entonces ambos abandonaron la pelea. Él cayó de nuevo sobre ella y quedaron tendidos en el suelo, sosteniendo aún aquel tierno pero salvaje contacto visual.

-Zuberi-alcanzó a susurrar la mujer.

Él la observó, sin poder decir nada. Entonces, como por arte de magia, apareció Gwala, junto a ambos. El visitante comenzó a preocuparse, pues ya no podía defenderse.

-Zuberi- repitió ella-... Me parece... que debería... ser un... ¡empate!

Él asintió, satisfecho. Luego observó a Gwala, quien podía aprovechar la situación para eliminar al agotado joven. Pero aquel sujeto, algo nervioso, se limitó a decir lo siguiente:

-Como ustedes prefieran. Por mí...

Y envainó la espada que había desenfundado sin que nadie lo viera. La guerrera, habiendo recuperado su ritmo cardíaco, se sacudió al joven de encima y se puso de pie. Luego le explicó:

-No lo tomes como un favor hacia ti, perdonaremos tu vida, sólo porque deseo entrenar más arduamente, para poder derrotarte fácilmente la próxima vez que nos veamos. Se supone que Gwala debería haber luchado también, así que considera que permitirte conservar tu vida es nuestro regalo- Y dio media vuelta, para ir a recoger todas sus cosas.

-Por cierto- acotó el sujeto de armadura plateada-, ya es la segunda vez que ella te salva la vida. Siéntete dichoso.
-¿La segunda?- preguntó Zuberi.
-Fui yo quien hizo que los cuernos de Nawvlee crecieran hasta que perdiera el equilibrio. Ese asqueroso demonio... No debía haber aparecido siquiera, Abrafo no debió llamarle del infierno.

El joven se levantó y la observó curiosamente, luego añadió:

-¿Por qué me ayudaste contra él?
-No te ayudé, le hice pagar por su falta. Él y su hermano rompieron nuestras reglas. Nadie debía hacer nada, hasta que tú los visitaras. Él no debió ir a "saludarte". Soy yo quien está a cargo de este lugar desde hace mucho tiempo, cuando nos abandonó nuestro Líder.
-¿Líder?
-Así es. Yo era su mano derecha. Pero él decidió marcharse y, debido a mi rango, automáticamente quedé yo al mando. Pero algunos no están de acuerdo con seguir la tradición. La Muerte, por ejemplo, nunca quiere obedecer nuestras milenarias reglas.
-¿Reglas- repitió para sí mismo-? Entiendo.
-Además, su hermano no me agradaba- declaró sonriendo-, al igual que Abrafo. En fin, fuera de aquí. Debes continuar. Y no agradezcas que dejemos que te marches vivo, pues tampoco es un favor.

Zuberi se levantó como pudo y levantó sus pertenencias. Acomodo la base de la lanza, aplanándola de nuevo, y desechó la estaca. Luego Gwala lo guió hasta la salida, que era una enorme terraza que techaba un pequeño patio, desde donde se podían ver unos grandes campos, a los que se accedía a través de un lejano portón enorme que su vez precedía a una cúpula de piedra, una construcción gigante también. El hombre explicó:

-Éste es el "Sendero del Arjana". También conocido como "El Camino del Cielo". Debes pasar aquellas rejas doradas de gran tamaño. La entrada se abrirá en cuanto la toques, si es que mereces cruzarla. De allí en adelante todo depende de tí. Suerte.

Zuberi admiró lo que sus ojos veían, mientras un intenso calor se apoderaba de él. Apartó el temor que la majestuosa creación le causaba y sonrió a su destino. Allí, según le habían dicho, encontraría lo que buscaba. Y hallaría también a los peligrosos "Grandes Cánidos". El visitante se sintió ansioso y sonrió.

-Gracias- dijo con sinceridad-. Por todo.

Y brincó desde la terraza, cayendo suavemente sobre el pasto del patio. Adwar se asomó para verlo alejarse, y su esposo le dijo:

-¿Realmente deseabas pelear con él, cierto?
-Es un buen luchador. Creo que podrá lograrlo. Ya deseo vencerle.

Gwala rió, pero calló  al contemplar la fría mirada de la guerrera, que en realidad estaba satisfecha con el desenlace de su batalla. "Hace mucho que no la veía tan contenta", pensó el de la armadura plateada, mientras un par de alas escamosas sobresalían de su espalda y una enorme cola aparecía para sostenerlo erguido. Su cuerpo se fue transformando poco a poco en una enorme bestia, semejante a una inmensa salamandra alada de piel plateada. Su nuevo hocico despidió una bola de fuego mientras que sus orificios nasales exhalaban hollín. Así fue como aquel Espíritu se despidió del humano africano, que les observaba desde aquel majestuoso portón. Entonces Zuberi se volteó hacia las grandes rejas y contuvo la respiración unos segundos, luego tocó la entrada...





BlackJASZ

1 comentario:

  1. Hey Man! Lo prometido es deuda jajaja aun despues de infinito tiempo he vuelto a leer jaja excelente capitulo! muy bueno!
    Jose Angel

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