jueves, 11 de noviembre de 2010

LA PROMESA: LA LEYENDA DE ZUBERI - 11

Capitulo 11: De Cómo Zuberi Conoce A Los "Grandes Cánidos"

Acababa de ver a Gwala dar aquel espectáculo luminoso, para luego elevarse en el aire y volar trazando círculos sobre su esposa. Conocía esa criatura: sus muchos padres le habían contado historias fantásticas sobre los dragones, que hacía mucho tiempo se habían ido muy lejos, quizá en busca del sol. Definitivamente Gwala no era una encarnación humana, sólo los Espíritus podían cambiar su aspecto monstruoso, adoptando una figura humana específica.

Pero aquello no importaba en aquel momento. Allí estaba él, frente aquellas rejas doradas, aquel portón de quizás cuatro o cinco metros de altura. Un poco preocupado. Contuvo su respiración y extendió su cansada mano y empujó el portón, haciendo que éste abriera totalmente. Zuberi entró a paso lento. Al otro lado había una cúpula gigante, a la que también accedió de idéntica forma, sólo que las segundas rejas eran mucho más pequeñas que las primeras.

El negro techo semicircular estaba adornado por unas enormes letras blancas que rezaban: "Mirador del Cielo", siendo éstas las únicas figuras de colores claros en la oscura habitación, excepto por una esfera de un metro de diámetro que brillaba en el centro. El joven se acercó a ésta, y su vez, en su interior, se vio a sí mismo asomándose en la esfera. Arqueó las cejas, sorprendido.

-Sí, eres tú- dijo una familiar voz desde las sombras.

Zuberi miró alrededor buscando al dueño de la voz, pero no pudo verle enseguida.

-Desde este lugar hemos observado tus pasos, incluso desde antes de que llegaras. A través de esa esfera puedes ver cualquier cosa en cualquier lugar, desde cualquier ángulo. Es por eso que esta cúpula es llamada "Mirador del Cielo". Tiene salidas secretas hacia cada una de las habitaciones que ya has visitado, pero estas sólo pueden ser encontradas por sus dueños, ya que es una vía rápida y privada hacia sus hogares. También está la salida hacia el "Sendero del Arjana" y la entrada por la que llegaste, Además del maravilloso río que recorre toda la antesala al Arjana.

-¿Quién eres?

De las tinieblas, justo ante sus ojos, se asomó un sujeto de estatura y edad media, moreno y de ojos claros. vestido como hombre, pero al mismo tiempo con prendas de mujer, y riendo le dijo:

-¿Ya no me recuerdas?
-Ramla- sentenció-.
-Así es. Por cierto, me has dado bastante trabajo, ahora tengo que cuidar al pequeño Imoo y al molesto de Abrafo...
-¿Están aquí contigo?- preguntó Zuberi, sujetando firmemente la lanza.
-No. Aún descansan. Y tú deberías hacer lo mismo. Te ves muy agotado.
-Lo estoy. Luchar contra Adwar me ha dejado exhausto.
-Casi muerto, mejor dicho.

El Adivino se acercó al joven luchador y lo miró a los ojos, luego dejó de sonreir. Estiró el dedo índice de su mano derecha y toco la frente de Zuberi, que al instante cayó sobre el suelo, profundamente dormido.




Despertó anonadado. Había olvidado dónde estaba, pero al levantarse y ver la esfera recordó todo. Junto a ésta se encontraba Ramla, de pie, dándole la espalda.

-¿Qué soñaste?- le preguntó éste último.
-Que este collar emitía una intensa luz verde- confesó tomando el regalo que le había hecho Bahati, La Fortuna-. ¿Cuánto tiempo estuve dormido?
-Dos días. Y no sólo dormiste, también comiste. Estabas en trance, hipnotizado por mi habilidad. Es un truco que aprendí de un espíritu muy poderoso- dijo sonriendo, viendo hacia la gran bola brillante-. Bien, parece que estás listo para entrar al Arjana. ¡Suerte!

Y El Futuro fue consumido por la oscuridad. Zuberi se levantó y se adentró en las sombras también. Pronto tropezó con un pequeño pomo, que resultaba ser la manilla de la salida al Sendero. Tras girar dicho pomo, se encontró en un bosque enorme, cuyos setos y pinos, tan altos como el portón, formaban un camino. El joven lo recorrió y llegó a una bifurcación, también formada por árboles ordenados. A partir de allí todo estaba oscuro.

-Grandioso. Un laberinto.

Zuberi se detuvo un rato, tratando de elegir qué camino tomar, mas no le quedaba opción más que seleccionar por pura suerte. Entonces tomó una decisión.

-Seguro esta cosa me puede ayudar.

Y tomó entre sus manos, una vez más, el collar que le obsequió Bahati. Cerró sus ojos e intentó sentir alguna conexión con él, aunque se sintiese estúpido haciéndolo. Pero el objeto le recompensó su fe: su temperatura aumentó fugazmente y el hombre tuvo que soltarle, entonces comenzó a emitir luz y a flotar frente a sus ojos, para luego desplazarse por el camino de la izquierda.

-¡Este collar es asombroso!

Y salió corriendo para no perderle. Si éste le dejaba atrás, no sabría qué camino tomar ni para avanzar, ni para regresar.

En aquel oscuro y cálido laberinto, el joven Zuberi corría desesperadamente. Su pecho latía con furor, como si su corazón deseara salirse a la fuerza. Su respiración comenzaba a debilitarse por el cansancio. Pensó en que no resistiría lo suficiente, mientras su mano izquierda presionaba su abdomen, tratando de espantar la cruel puntada que asomaba en el costado de su cuerpo.

Varios minutos después escuchó un feroz gruñido más adelante, y su sangre se heló al recordar los rumores, pero debía continuar, y pronto llegó a su destino. Bbwaddene y Agwang, los Grandes Cánidos, le estaban esperando. Mostraron sus colmillos, grandes como lanzas. Y al verlos, Zuberi supo que no les temía. Desde hacía tiempo sabía que le tocaría enfrentarse a aquellas bestias. El hombre se detuvo para respirar profundamente, mientras contemplaba a los feroces animales:

Bbwaddene, el perro gigante, era negro como el azabache. Exceptuando su gris perla, sus ojos eran lo más claro de su cuerpo, y sin embargo eran tan sombríos como la noche misma. Ni siquiera reflejaban el más mínimo de los destellos. Eran fieros, retadores. Incluso sus dientes eran oscuros, debido a la sangre seca que los bañaba. Esta infernal criatura era tan maligna, que aún estando a varios metros de ella, Zuberi podía percibir el aliento a muerte y odio que exhalaba. Las tribus siempre decían que Bbwaddene era el camino más corto a la desesperación. Ser asesinado por él podía ser el peor castigo posible, pues el alma de la víctima quedaba atrapada en una especie de abismo, aislada de cualquier otra creación. Encerrada en la nada.

Pero decían también que Agwang, la hermosa loba de tamaño colosal, era peor. Su pelaje era blanco perlado, sus ojos eran de un hermoso verde como las praderas, al igual que la brillante perla de su frente. Mas a pesar de la calma que reflejaba su mirada, era imposible estar en su presencia. Se decía que Agwang tenía la habilidad de forzar sentimientos y pensamientos en aquellos que cruzaban su mirada con la de ella. Su emoción favorita era el pánico. La muerte les llevaría a la paz que aparentaban tener aquellos hermosos ojos.

-Te estabamos esperando, pequeño Zuberi- dijeron ambas figuras al mismo tiempo, con voz sepulcral.
-Eso parece- respondió el joven. Su ritmo cardíaco había disminuido mucho, prisionero de la calma.

Todos sonrieron. Zuberi no dejó de ver a Bbwaddene a los ojos, y viceversa. Éste le guiñó un ojo. El tiempo pareció congelarse, al igual que la sangre del visitante.




BlackJASZ

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