sábado, 20 de noviembre de 2010

LA PROMESA: LA LEYENDA DE ZUBERI - 15

Capitulo 15: De Cómo Asita Dejó De Amar A Kamaria Y De Cómo Zuberi Entiende Su Vida.


-No te preocupes hijo, estaré bien.

Zuberi dejó caer su espejo y su arma, luego avanzó hacia ella.

-Déjame aquí-pidió ella-. No te inmutes.
-Dejaste que te atacara tan fácilmente, cuando podías haberme matado tú- preguntó él-. Sólo me miraste mientras yo atravesaba tu hombro con mi espada.

Ella le observó sin decir nada, sonrió y gimió por el dolor. El joven corrió en su socorro, pero ella le observó fríamente, obligándolo a detenerse.

-¿Nunca te has preguntado porqué eres tan fuerte, Zuberi?- susurró ella.

Él la observó en silencio, sin mover ningún músculo, esperando pacientemente la respuesta, que vendría sola:

-Eres mi hijo. Bajo mi forma humana mi nombre es Kamaria, el nombre de La Luna, así me conoce tu pueblo. A su vez, tu padre es conocido como Asita, El Sol, él es la encarnación más poderosa que existe. Él dejó de amarme hace mucho. No lo pude soportar y lo encerré con ayuda de Bbwaddene, el pobre Espíritu que hace mucho que estaba enamorado de mí. Pero no era recíproco. Sin embargo, me ayudó a vencer a tu padre y encerrarlo en su actual prisión a escondidas de todos, pues, aunque ya no me quiere, es muy posesivo así que nunca permitiría que yo me enamorase de otro. Por eso tuve que hacer lo que hice...
-El problema es que después de eso, todo aquí se ha vuelto un desastre, ¿cierto?-interrumpió el visitante- Todo está fuera de control. El Sendero del Arjana, el "Camino del Cielo", y ahora afuera sólo la luna se asoma. Por eso siempre es de noche.

Ella no hizo siquiera ademán de responder, así que el hombre continuó hablando con firmeza:

-Así fue como Adwar quedó al mando, pero algunos no la respetan y dejan de hacer caso a las normas, como Abrafo. Allá en mis tierras hace mucho que no amanece. ¡Mi gente está muriendo por tu culpa! Las cosechas perecen sin su luz, ya no llueve y cada día es más frío. Excepto aquí, que el calor es insoportable.
-Eso es porque estás cerca de tu padre. Sé que hice mal, ¡pero entiéndeme! Tanto tiempo sufriendo... ¡Tenía que hacer algo! Por mi propio bien.
-¡Tu propio bien ha traído muerte a mi pueblo! No puedo permitirlo.
-Hijo mío..
-¿Dónde está mi padre?

Kamaria, La Luna, no le contestó de inmediato. Allí en el suelo, se estaba desangrando muy lentamente. Sabía que había hecho mal y era hora de repararlo. Debía decirle a su hijo el paradero de su padre.

-El árbol gigante- dijo finalmente-. Es el centro del laberinto. El Gran Árbol, cuyas raíces nutren y sostienen el Arjana.

Zuberi la observó con el ojo que había robado, y luego abrió el suyo propio. Tomó su poderosa espada, dio media vuelta y se marchó lentamente.

-Heredaste mis ojos, y ahora cambiaste uno tuyo por uno de Bbwaddene- le gritó ella desde el suelo-. Serás aún más poderoso de lo que ya eres. Salvarás a tus mundos, a ambos.

El joven siguió marchando sin voltearse. Sabía que ella se recuperaría, pero para entonces él ya estaría muy lejos.

Minutos después se hallaba frente a El Gran Árbol. Se acercó a éste y sintió el poderoso calor que emanaba. Cuando tocó su superficie se quemó levemente. Supo que su madre no le había mentido. Tomó su espada y la clavó con fuerza en la corteza y comenzó a arrancarla rápidamente, a pesar de que su grosor era semejante al largo de la hoja del arma. Una intensa luz provenía del interior del árbol, y se intensificaba a medida que Zuberi progresaba en su faena.

Finalmente un trozo enorme de corteza se desprendió y una oleada de calor despidió al joven por los aires, sentándolo a unos metros de distancia sobre el duro suelo. Mientras se levantaba, la luz se hizo tan fuerte que le obligó a cerrar los ojos y a cubrírselos con las manos. Una poderosa, profunda y resonante voz retumbó en todo el Sendero del Arjana, con tal estridencia que incluso Ramla pudo escucharla:

-¿Zuberi, ah? Tardaste mucho en llegar, hijo mío.

Sin poder verlo aún, Zuberi le dijo:

-¿Padre? He venido hasta aquí porque mi pueblo muere de hambre. Desde que mi madre te encerró todo ha sido un desastre.
-Lo sé, hijo. Pero tú me has liberado. Sanaré a tu pueblo. Vivirán tranquilos, como antes. ¿Sabes? Al igual que yo, tú también deberías ocupar tu verdadero lugar.
-¿Mi verdadero lugar?- preguntó el joven, sin poder abrir los ojos aún.
-Tú, Zuberi, eres una encarnación. Tu nombre significa "Fuerza". ¿Nunca te habías preguntado porqué eras tan poderoso? Mucho más que cualquier hombre que haya existido. Tu lugar es aquí. ¿No te dijo tu madre nada al respecto?


Zuberi no dijo nada, pero reflexionó unos segundos y recordó que su madre le había dicho algo sobre "ambos mundos", en el momento en que él le dio la espalda y marchó hacia la prisión de su padre. Asita, El Sol, continuó hablando:

-Debes volver a tu verdadero hogar: La Sexta Visita, junto a Malaika. Ella será tu esposa.

La última frase retumbó en su cabeza. Asita quería que se mudara a su mundo, que abandonara todo lo que había dejado atrás cuando marchó hacia su destino. Recordó todo lo que Agwang, su madre, le había hecho pensar y sentir con aquella hipnosis. Sabía que probablemente muchas de esas cosas eran verdad, como que quizá Amara se había cansado de esperarlo. No habría sido la primera vez que un hombre no volvía a la tribu y su prometida cambiaba de amante al poco tiempo(con misiones como la que él estaba desempeñando eso era algo muy común, la suya había sido de otros que fracasaron en sus momentos).

Pero él sí podía volver. Llevaría el éxito consigo porque había logrado su objetivo, que muchos otros ansiaron conseguir: el retorno de El Sol. Ahora las cosechas volverían a producir, los ríos y mares brillarían como antes, las nubes danzarían en el cielo, trayendo la lluvia de vida. Sí, Zuberi podía volver tranquilo, no era un perdedor.

Seguramente su pueblo le recibiría con felicidad, honor y gloria. El gran héroe que salvó a su mundo. Un ser nacido con dotes especiales en un mundo diferente, criado en una tribu de hombres y mujeres que lo cuidaban por igual. Allá jamás tuvo un padre o madre determinado, pues los suyos propios estaban en el Arjana, sin embargo todos lo fueron, nadie tuvo tantos padres y hermanos como él. Pensó en Amara, quien lo amaba de verdad y confiaba en él, ella confiaba en que él regresaría, creía en él. Entonces él también confió en ella y sintió que Amara aún le esperaba.

-¿Mi esposa? Mi esposa será Amara, mi mujer. Estoy comprometido con ella. Me recibirá allá en mi tierra, ahora que tú has vuelto, yo debo regresar en paz a mi tribu. Me recibirán como el héroe que salvó a su pueblo. Oh, padre y líder de este mundo, ¿no puedo acaso irme de aquí y volver con mi amada?

Sentado en el cálido suelo del Sendero del Arjana, aún sin poder abrir los ojos, el joven pidió volver a su vida. Sabía que aquel Espíritu tenía potestad sobre su destino, las creencias y las historias de su pueblo habían dejado claro que a seres como aquel había que obedecerlos. Y después de todo, él salvaría a su gente, no debía ofenderle. Más aún, pensó, él era su padre.

-¿Crees que ellos te considerarán parte de su tribu, sabiendo que tu procedencia es otra, que no eres un hombre como ellos? No eres un simple humano, hijo, eres la Encarnación de La Fuerza. Tu lugar es aquí, junto a las demás Encarnaciones. Además, ¿qué sucederá cuando tu mujer muera? Su vida será infinitamente más corta que la tuya.
-Pues la cuidaré tanto como pueda y la amaré hasta el día en que tenga que separarme de ella-declaró Zuberi, firme en su pensamiento. De todas maneras algún día la muerte los separaría, si su destino era perderla pues él lo aceptaría, pero lucharía por estar con ella cuanto pudiera y complacerla en todo lo que estuviera a su alcance- Seremos felices juntos tanto tiempo como nos sea posible. En cuanto a mi pueblo, sé que ellos me aceptarán como el hijo que soy por crianza. No les esconderé mi origen, porque sé que no cambiarán sus sentimientos por mí.

Asita le observó dubitativo. Su descendiente, que estaba sentado en el suelo, cubriéndose los ojos indefensamente, no era un niño.

-Puedes irte, hijo. Eres libre de tomar tus decisiones. Te agradezco por liberarme de mi prisión.

Entonces Zuberi sintió como si un pequeño punto de su frente ardiera: Asita, El Sol,  le había tocado. Luego abrió los ojos, y descubrió que estaba solo, sentado en la arena del desierto, que ya no estaba en el laberinto. Alzó la vista y observó por primera vez al gran astro, brillando fuertemente en el cielo. La oscuridad en la que había sido criado se había disipado, era de día.

Se puso de pie y miró a su alrededor. Allí estaban su bolso de piel, su arco, su daga, su lanza, su collar, su espejo y su hermosa espada. Además había algo de comida. Se sentía extraño, pero estaba feliz. Por fin podía regresar. Tomó todas sus cosas, comió, sonrió a su padre y marchó de regreso hacia su tribu.




Finalmente veía sus tierras. Su corazón latía fuertemente mientras se aproximaba a ellas. Pronto lo verían sus seres queridos y saldrían a recibirlo.

Los primeros en notar su regreso fueron Imamu y Amara: su líder espiritual y su prometida. Ella corrió a sus brazos e Imamu le esperó de pie, junto a las pocas cosechas que habían estado recogiendo. Un largo beso unió a aquellos que aún se amaban locamente, al tiempo que la emoción, el regocijo, la complacencia y el más puro los cariños embalsamaba a los jóvenes en un tierno abrazo.

Se observaron a los ojos. Zuberi la vio aún más hermosa que cuando la había dejado, quizá por el largo tiempo que ansió verla de nuevo, quizá porque la quería aún más. Ella le estudió cuidadosamente, acariciando su rostro.

-¿Qué le pasó a tu ojo derecho? Ya no es verde, sino negro. Además, tu cuerpo arde como si tuvieras fiebre.  Por cierto, qué hermosa la perla que adorna tu frente. Aunque está aún más caliente que tu piel.

Zuberi no había notado aquel último detalle, pero sabía muy bien porqué estaba allí: era la prueba definitiva de su travesía: el regalo de su padre.

-Te explicaré todo ahorita, pero primero pediré a Duna que convoque a una reunión. Todos deben saber lo que ha sucedido.

El líder de la aldea, al igual que todos los que la habitaban le recibieron como a un héroe, le felicitaron y abrazaron, y pronto se sentaron todos a su alrededor para escuchar su historia y admirar los místicos regalos.

Al terminar el relato todos le aplaudieron desde el suelo, excepto alguien que se puso de pie y caminando hacia él gritaba irónicamente:

-¡Bravo!¡Bravo!¡Qué magnífica historia!

Aquel ser vestía una hermosa armadura negra que le cubría todo el cuerpo, excepto su cabeza. Zuberi reconoció de inmediato su piel rojiza, su rostro iracundo y sus pequeños cuernos maliciosos.

-¡Abrafo!- le saludó impaciente, al tiempo que desenvainaba su espada.




BlackJASZ

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