Capitulo 13: De Cómo Zuberi Cerró Los Ojos
Avanzó lentamente entre las cálidas sombras de aquellos árboles tan altos, sudando cansancio y respirando tensión. Sabía que ella, Agwang, estaba cerca, pero no la veía aún. Y sabía también lo peligrosa que era y sabía que era peor que Bbwaddene. Pero no iba a rendirse después de todo aquello. En su aldea lo alzarían en brazos, todo un héroe, un símbolo de su generación. Jamás alguien de sus tierras se había enfrentado a aquellas bestias, y él ya había vencido a una. El éxito y el honor le esperaban.
Mucho había aprendido, y esos conocimientos lo harían trascender en la historia de su pueblo, en su cultura. Esa era parte de su misión, enriquecer a su pueblo. Muchos no habían regresado al tratar de solucionar el hambre de la tribu, pero él sabía que debía, y podía, lograrlo.
Zuberi estaba satisfecho consigo mismo. Su gente quería que partiera, excepto por su hermosa doncella, Amara. Pero ella sería la primera que lo felicitaría, en sentirse orgullosa de él. Sin embargo, primero tenía que cumplir con su misión. Hasta ese momento no se había preguntado cómo saldría de aquel lugar, ni siquiera se había pensado en si tendría una salida al menos. Tal vez sólo tuviera entrada, pero él ya se había alejado de ésta. Estaba perdido.
El Sendero Del Arjana. Allá en sus tierras no brillaba el sol, pero aquella oscuridad no se comparaba con la de aquel laberinto. Alzó la vista hacia la copa de los árboles. "¿Habrá algo más allá? Probablemente más oscuridad y calor", se dijo. Nuevas gotas de sudor recorrieron su frente, al tiempo que unas delgadas hojas caían ante él. Tomó su arco y tenso la cuerda, en espera.
-Para atacarme tendrás que verme- resonó el Arjana, como si todos los troncos le hablaran al unísono-. ¿Sabes lo que te espera en mi mirada?
-No, pero no pienso averiguarlo- respondió él.
La inmensa loba blanca se asomó entre los árboles, lentamente. Zuberi disparó su flecha y cerró los ojos. Sabía que Agwang la había esquivado con facilidad. ¿Escuchaba sus pasos? No, su respiración. Continuó su ataque, pero sin tener éxito. Entonces dio media vuelta y corrió por los caminos que encontraba.¿Qué haría para enfrentarse a aquella bestia?.
Varios metros más adelante se detuvo a mirar atrás. Una densa nube negra, cual humo, se expandía hacia él. Era la oscuridad que emanaba del cuerpo sin vida de Bbwaddene. Se extendía rápidamente. El joven no supo si eso le convenía o le perjudicaba, pues si no podía ver nada, no caería en los ojos de la gran cánida. Pero la respuesta apareció caminando hacia él. La macabra nube ocultaba todo, pero la gran loba brillaba en su interior como si tuviese luz propia.
El hombre cerró los ojos y le disparó todas las flechas que tenía, a una velocidad increíble, pero la loba las esquivó con sencillez, dando pequeños brincos.
-Mírame, Zuberi.
Entonces sintió un fuerte golpe en el abdomen y salió volando contra uno de los árboles. Abrió los ojos y vio el suelo, manchado de la sangre de su torso. Observó con amargura sus manos vacías, pues se le había caído el arco en algún lugar. ¿Pero de qué servía si de todas formas no tenía flechas?. La negra nube le cubrió finalmente: lo bañó con sombras y lo rodeó de noche. Y de nuevo sintió la respiración de Agwang.
-¿Sabes a que vienes verdad?- le preguntó ella- Este viaje es tu despedida del mundo, es tu camino a la muerte. Dejaste atrás todo lo que amabas, ¿para qué?
-Para ser más fuerte, y para mejorar la vida de mi gente. Debo salvar a mi pueblo.
-¿Mejorar su vida, dices? La tuya era perfecta. Eras feliz con tu mujer. Tú querías quedarte. ¡No te importaban las escaseces!
-¡No! Vine porque era hora de hacerlo. Yo lo supe y lo acepté felizmente.
-No me mientas. Veo en tu corazón. Duna, tu jefe, prácticamente te obligó a partir. Él y toda tu tribu.
-¡No! Llegué aquí por mi cuenta.
-Sabías que de todas formas te iban a obligar. Esperan mucho de ti, Zuberi, sobretodo Amara. Espera que regreses victorioso. No se puede amar a un perdedor.
Sintió cómo disminuyó la respiración de la loba. El joven se puso de pie y corrió, siguiendo el contorno de los árboles.
-¿De qué huyes, muchacho? ¿De tus miedos? ¿De la verdad? No saldrás de aquí sin vencerme.
Ella sólo quería lastimarlo.
Agwang le persiguió rápidamente a través de las sombras, hasta que tropezó y cayó. Se levantó y siguió corriendo, pero la loba ya le había alcanzado. Lo derribó de un sólido zarpazo, dejándole tendido en el suelo. Acercó su hocico a la nariz del sujeto, aplastando con suavidad gran parte del joven con una pata, sin herirlo, pero atrapándolo.
-Mírame, Zuberi-repitió.
El joven cerró sus párpados tan firmemente como pudo y usó toda su fuerza para intentar levantarse.
-¡Qué interesante eres! Un ser más fuerte que un hombre. Pero recuerda que yo soy un Espíritu- recordó el animal.
Agwang presionó con más fuerza, haciendo que el muchacho gritara desesperadamente. Comenzó a burlarse de él, que se movía como podía para tratar de liberarse. Finalmente él no pudo más, y la fuerza de la bestia le hizo abrir los ojos y mirar los de ella. Y estos eran hermosos: verdes como las praderas, reflejaban una inmensa paz, pero también tristeza y melancolía, y en estos sentimientos lo reflejaba a él mismo. Fue entonces cuando Zuberi se dio cuenta de cuánto quería escapar. No le importaba su misión, ni el hambre de su tribu, pues no le interesaba volver. Ya no se sentía tan ligado a ellos. Nunca había conocido a sus padres, fue criado por todos, pero a la vez por nadie en realidad.
¿Porqué ellos esperaban tanto de él? Su fuerza era increíble, sí, pero era suya y no del pueblo. Si él estaba bien, no tenía porqué luchar en el nombre de todos. Ni siquiera tenía razones para hacerlo. Sólo quería marcharse. Le hirió pensar en que solo había nacido y solo iba a morir, allí en el cruel laberinto, asesinado por la gran cánida.
Agwang le pareció entonces más invencible que nunca. Era gigante, majestuosa, increíble, un sublime Espíritu, demasiado fuerte para enfrentarla, y menos aún sin arma alguna. La espada de Abrafo, que tanto le había servido, yacía enganchada en el cadáver de Bbwaddene; la lanza, que lo había acompañado hasta entonces, la había perdido; ya no tenía flechas, ni arco... ¿Sólo tenía su propio cuerpo? Pero éste estaba atrapado bajo una pata de la bestia y no podía soltarse, ella era más poderosa. Él, Zuberi, se sintió vencido.
El joven se descubrió resignado y pensó en que a nadie le interesaba un perdedor. Amara seguramente había dejado de esperar hacía mucho tiempo, decepcionada. Quizá ya se había comprometido con otro hombre. No podía pretender que envejeciera esperándole. Tal vez ya ella no aguardaba a su regreso. Recordó los rituales que hacían en el nombre de aquellos que nunca volvían: cortos, sencillos, carentes de valor y de sentimiento. A nadie le interesa mucho un miserable fracasado, menos si está muerto. Aún así, Zuberi quería trascender, quería ser recordado como un héroe. Pero, ¿se había lanzado a la nada para fallecer lejos de todo? A quién le atañía si no volvía.
¿Qué importaba morir, si ya en la mente de todos, incluso en la suya propia, ya estaba muerto? Zuberi juntó con debilidad sus párpados y respiro hondo.
BlackJASZ
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