jueves, 25 de noviembre de 2010

LA PROMESA: LA LEYENDA DE ZUBERI - 17

Capitulo 17: De Cómo Nació Zuberi.

El hacha apenas rozó la perla de la frente de Zuberi, apenas instantes después de que Abrafo comenzara a sentirse débil, triste y melancólico. Había perdido a su hermano, que en realidad había nacido de una madre diferente a la suya, pero su padre había sido el mismo suyo: Bbwaddene. De él heredaron lo veloces y fuertes. También aquel don espiritual que les permitía usar armas espirituales, demoníacas y humanas, porque su padre había sido un Espíritu que se había ligado con un universo demoníaco, al que enviaba a todas sus víctimas de asesinato. Pero lo más maligno que les heredó fue su amor por La  Luna. Sin embargo sólo él mismo, Abrafo, había logrado amarla y enamorarla. Pero ya ella había muerto, al igual que su hermano menor. Estaba solo.

Además, Asita lo asesinaría en cuanto lo encontrara. Había atentado contra su Líder y él muy pronto lo cazaría. "Probablemente ya esté por venir", pensó. Sería su fin. Ya no tenía nada, tan sólo enemigos. ¡Qué tristeza! Él, que llegó a tener todo lo que quiso, ya no tenía nada. Qué patético se había vuelto. Pero todo era culpa suya. Nadie le había obligado a perder a la mujer que amaba. Su debilidad y torpeza fueron las que lo hicieron perder todo: él descuidó el amor de Amara, él envió a su hermano a la muerte y él permitió que Zuberi siguiera luchando, al no vencerlo antes. Además había perdido a Kerneels, su espada, que terminó en manos del invasor, siendo la herramienta que fulminaría a su padre y a Kamaria, La Luna. Él, Abrafo, tan sólo era un inútil perdedor, un débil fracasado, una escoria más.

Soltó su hacha y cayó arrodillado frente a la encarnación de La Fuerza, aún viéndolo a los ojos y se sintió aún más y más débil.

Zuberi se puso de pie, cansado y herido, y susurró a sus adentros:

-Al menos no heredaste los ojos de tu padre.

Como si fueran suyos, había visto aquellos pensamientos de Abrafo al tiempo que usaba la habilidad de su ojo verde, aquel que le había heredado su madre, para inducirle sentimientos de culpa, tristeza y debilidad. Acababa de aprender a usar aquel don dormido. Después de todo, sí era el hijo de La Luna.

Tomó a Abrafo por sus cuernos, usando ambas manos, lo vio directamente a los ojos y le asestó un cabezazo: su perla golpeó a la de él, rompiéndola en mil pedazos. Luego le soltó y observó cómo su piel se volvía negra como la suya propia y desaparecían sus cuernos. Y así fue como Abrafo se convirtió en un humano común y corriente.

Zuberi se irguió mientras sus hermanos le aplaudían por su victoria, pero él no sonría. Sentía lástima por aquel hombre que, derrotado y humillado, gemía tirado en el suelo. Pero lo que más le dañaba era aquel sentimiento de ira que lo llenaba al pensar en todo aquello que le habían escondido, en lo que su amada le había ocultado durante tanto tiempo.

Ella corrió hacia él, necesitaba saber si estaba perfecto o, si en el caso contrario, lo habían herido demasiado.

-Amor, ¿estás bien?- le preguntó jadeando cuando estuvo frente a él.

El joven alzó la vista y la miró a los ojos. Los de él estaban bañados en rabia, los de ella en terror y tristeza.

-¿Por qué?-le preguntó él a su vez- ¿Por qué escondiste todo eso? Abrafo pudo haberte encontrado hace mucho, y arrasar con nuestra tribu. ¿Quién te crees que eres para poner en riesgo la vida de una aldea entera?

Ella, llorando, le respondió:

-Al principio sólo buscaba un lugar para esconderme un tiempo. Después te conocí y quise olvidarlo todo, ¡porque me enamoré de ti! Quería casarme contigo, hacer una vida a tu lado y que fuésemos felices juntos. A medida que pasaba el tiempo era más difícil explicarlo todo, además de que no me ibas a creer. Pensé que Abrafo no me encontraría y así fue como decidí que el pasado no tenía importancia. Si no me había hallado hasta entonces no pensé que lo haría después. No sin ayuda. Yo sólo deseaba estar a tu lado. Entonces te fuiste a buscarlos y me quedé callada, albergando la esperanza de que no los encontraras, que no tuvieses que enfrentarlos, así regresarías y estaríamos juntos. El peligro que corrías era inminente, ningún humano hubiese sobrevivido. Sé que tú lo sabes. Por favor, perdóname. Mi único error fue querer tenerte a mi lado siempre.

Zuberi la observó fríamente y replicó:

-Aún así, me mentiste. Arriesgaste a toda la aldea por una creencia. A todos ellos, que te recibieron como parte de esta gran familia, mi gran familia. Permitiste que me fuera a enfrentarme ciegamente contra el mundo, encarando una misión que tú misma pensaste que era imposible. Y deseaste que fuera un perdedor más. No te importaba que volviese siendo un fracasado, con tal de tenerme aquí contigo. Bien sabes lo que significaba fallar en una misión tan importante. ¿ACASO NO PENSASTE NUNCA EN MI VIDA?

Las lágrimas de Amara seguían corriendo, sin que ella pudiera hacer algo para evitarlo. Nadie más se movía en toda la aldea. Sólo se escuchaba la respiración entrecortada de la chica y el deprimente lamento de Abrafo. Entonces un sujeto apareció caminando lentamente, cubierto con mantos de tal forma que no se le veía ninguna parte de su cuerpo. A su llegada las llamas se extinguieron instantáneamente.

-¿Así que ahora tú eres La Muerte?- dijo el sujeto, sin que se pudiera ver ni un poco de su piel aún.

El guerrero reconoció la poderosa voz.

-¿Padre?

Era Asita, allí en frente de todos, pero totalmente cubierto, como si padeciera alguna horrible enfermedad de la piel.

-Hijo- le respondió-, observa tu frente, muchacho.

Zuberi buscó el espejo y se asomó en él. La joya que adornaba su frente ya no era totalmente blanca: la mitad de la misma se había vuelto negra.

-Primera vez que veo algo como esto, Zuberi. Acabas de arrebatarle su condición de Encarnación. Además ahora también eres en parte Demonio. Una negruzca perla brilla en tu nuca, la que antes poseía Abrafo. Ahora eres La Fuerza y La Muerte. Bajo estas circunstancias, nuevamente te insisto: debes volver a tu mundo original.
-Explícame: ¿por qué si soy una Encarnación me abandonaron aquí cuando nací?
-Una gran diferencia entre Encarnaciones y Espíritus es que los primeros pueden renacer una y otra vez, los segundos mueren para siempre. Ya fuiste La Fuerza una vez, Zuberi. En aquel entonces viviste con Malaika, la más semejante a ti. Pero cuando me capturaron, tú lo supiste e intentaste vencer a quienes me traicionaron. Pero fuiste asesinado por aquel triste ser que acabas de derrotar. Luego simplemente renaciste aquí, como un humano en medio de esta aldea. Así mismo le ha pasado a Lesedi, La Luz, ¿recuerdas la niña que mataste? Debe haber renacido en algún lugar de este mundo, pues no renació en el Arjana. Pero ya volverá, aunque pierda la memoria al renacer, sabrá regresar a su hogar por instinto, como tú. Ella e Imoo, su compañero, sospecharon de Abrafo, pero fueron los únicos que se atrevieron a cuestionarlo. Renacieron en el Sendero hace poco y a tu llegada ya estaban creciendo nuevamente. Las Encarnaciones superan la niñez muy rápidamente, mientras que el resto de la juventud les es casi eterna. En fin, después de que aquellos valientes encararan a La Muerte, Nawvlee y muchos otros demonios los asesinaron para proteger el secreto de Abrafo, evitando problemas para los traidores. Sólo Ramla(El Adivino) y yo sabíamos todo esto desde antes de que me encerraran. Por eso el resto creyó que simplemente me había desaparecido.
-Sí tus palabras son ciertas, ¿por que permitiste todo esto?- preguntó el hijo.
-Ramla me contó sobre estos hechos. Permití que sucedieran para deshacerme de Abrafo, hace mucho que causaba problemas. Sabía de antemano que lo vencerías. Perder a su amante serviría a tu madre de escarmiento por su traición. Por cierto, ella está bien. Abrafo la vió desangrarse y, suponiendo su muerte a tus manos, dejó de observarla y se dedicó a cazarte. A ella la encerré en el Sendero del Arjana. Para recordarle su traición, vivirá en el lado en que descansa el cadáver de Bbwaddene (que se está transformando en algo que decidí llamar "tinieblas"). Mientras, yo viviré en la otra mitad. Esto es justicia.

El joven guerrero escuchó aquella explicación y respondió, tras una ligera pausa silenciosa:

-Así que permitiste que me mataran, que murieran Lesedi e Imoo, que Amara y mi madre sufrieran, que pasáramos hambre nosotros y el resto de los seres humanos, que tantos de esta aldea murieran buscando alimentar a su pueblo, rescatándote de tu prisión. ¿Tanto dolor y sufrimiento, por capricho tuyo?
-Era necesario. Ahora la vida aquí mejorará con mi regreso, y he logrado librarme de Abrafo.

Zuberi le miró interrogativo, molesto. Estaba indignado.

-¿Por qué no lo mataste tú mismo, oh, Gran Líder?- le cuestionó Amara, quien aún lloraba.
-No soy capaz de matar a mi propio hermano.

Su hijo abrió los ojos totalmente, como grandes lunas llenas, y el sujeto continuó hablando:

Sí, Zuberi: Nawvlee, Abrafo y yo somos hijos de Bbwaddene. La Noche: la nada y la oscuridad, fueron primero que todo lo demás. Además, Amara, también pensé en ti en todo momento: en cuanto supe que esto sucedería, le prohibí a Ramla hablar del futuro. De hecho le borré casi toda su memoria sobre el futuro tras mi captura. Así Abrafo jamás te hubiese encontrado antes del momento indicado, cuando mi hijo estuviera listo para defenderte. Si bien perdiste al hombre que amaste hace tanto, ahora amas a otro que te hace aún más feliz y cuyo corazón te ama a ti. Para pagarles por todo lo que he hecho, y lo que han conseguido ustedes, les tengo una oferta: Zuberi, ahora que eres La Muerte, te invito a que ocupes la Visita que perteneció a Abrafo, donde vivirás con Amara, claro. ¿Qué dicen?

Toda la aldea se sumió en el silencio por unos minutos. La Fuerza y La Gracia se miraron a los ojos, al fin podrían estar juntos y en paz. Zuberi giró de nuevo hacia su padre y le dijo:

-No pienso vivir con ella. Ya me escondió cosas una vez, podría mentirme en otro momento.

La mujer continuó su lamentable llanto, rogando a su amado que cambiara de opinión. Asita se sintió conmovido, y ese sentimiento guió sus palabras:

-Todos aquí sabemos que aún la amas. Serán felices juntos y ella no te fallará. Lo que te ocultó ya no tiene mayor importancia. Tú sabes que quieres perdonarla y vivir a su lado. No tienes nada que perder. Ella te hace feliz. Incluso sabemos que en su posición tú habrías hecho lo mismo. No desperdicies tampoco tu potencial, ahora eres humano por nacimiento, Espíritu por don y Demonio por herencia. Un guerrero único. Sustituyes a Abrafo, pues eres aún más capaz, hábil y poderoso. La humanidad te alabará por siempre gracias a lo que has hecho. Fama, amor y felicidad, ¿qué más podrías pedir? Ahora dime, ¿qué te dice tu corazón, hijo?

Zuberi cerró los ojos y pensó cuidadosamente en todo lo que había sucedido y en aquello que sentía. Varios minutos de reflexión le tomó saber qué es lo que en verdad quería, pero finalmente tomó su decisión. Observó todos los obsequios, a su padre, a su pueblo natal, y a su amada, luego gritó a todos:

-Siempre luché por mejorar la vida de mi aldea, ¡mi familia! Así que hoy decido seguir haciéndolo: si me lo permite Duna, aceptaré la oferta de mi padre: El Sol.

Amara cesó inmediatamente su llanto y contempló al jefe de la tribu, que apareció de entre la gente, vitoreando. Entonces, sonriendo, declaró su aprobación. La gente salió de todas partes saltando y exclamando alegres cánticos en nombre Zuberi, porque aunque los abandonaba, aquel campeón les dejaba dicha y prosperidad, y al tomar aquella decisión, él conseguiría su propia felicidad.



Y así, La Encarnación de La Fuerza, y de La Muerte, ocupó la Quinta Visita con su amada, La Gracia. A partir de ese momento, ellos decidieron cuáles humanos serían fuertes, cuáles hermosos y cuándo éstos debían morir. 

El protagonista de esta historia devolvió la poderosa espada Kerneels a Asita, El Sol, contento, pues sabía que no la necesitaría más.

Abrafo fue humillado y abandonado por todos, obligado a desaparecer para siempre.

El verde collar que le obsequiaron a Zuberi comenzó a echar raíces, entonces su dueño lo sembró, dándole vida a los primeros tréboles de cuatro hojas.

La Luna fue encerrada en el lado oscuro de El Arjana(entre las tinieblas), mientras que Asita, El Sol, iluminó el resto del laberinto. Desde entonces el cielo se turna entre el día y la noche. Las gotas de sangre derramadas por Agwang se convirtieron en las estrellas que resplandecen en el manto celestial, acompañando a La Luna, que a pesar de su castigo, de vez en cuando se asoma en el día para observar a su antiguo amado, sin poder alcanzarlo jamás.





BlackJASZ

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